La honestidad de una Cuba novelada

Por Amir Valle.

Escribir sobre ese mundo llamado Marginalia es algo bien difícil, sobre todo cuando se vive en un país que tiene los ojos cerrados a los problemas que la marginalidad social ha ido imponiendo, pese a todos los esfuerzos (concediendo el derecho a quienes piensan que existen esos esfuerzos) en contra de sus múltiples y venenosos tentáculos. Ni siquiera los mismos cubanos de a pie han descubierto que esa Marginalia se ha ido metiendo en sus vidas de un modo tan posesivo que hoy toda la sociedad cubana puede considerarse marginal: comprar una buena parte de la canasta básica en el mercado negro; mentir sobre lo que se piensa o esconder lo pensado para no buscarse problemas con el rígido pensamiento oficial que establece estancos denigratorios para quienes piensan distinto; esgrimir la doble moral hacia la mayoría de los asuntos más álgidos de la sociedad cubana actual; medir con un rasero distinto la actuación en privado y la actuación en público; aceptar como naturales los males sociales que antes se contemplaban con mirada inquisitorial (la prostitución, la droga, el mercado negro, el alcoholismo, etc); ir por la vida intentando sacar provecho material a cuanta relación social pueda establecerse (sea sexual, laboral, personal, etc); intentar ocultar (entre los mismos cubanos y al mundo) ciertas realidades crudas surgidas dentro de la sociedad por resultar inconvenientes para ciertas batallas personales y políticas; entre otras razones, justifican esta aseveración que lanza al pueblo cubano de cara a una vida en lo marginal.

Bajo ese ámbito se ha escrito Mirando espero. Justo Vasco (La Habana, Cuba 1943 – Gijón, España 2006) lo sabía. Un inválido con un historial revolucionario, que luego resulta falso, aparece muerto en su silla de ruedas, en el portal de su casa en un barrio del Vedado habanero. En el cojín, la policía encuentra marihuana. Así empieza la trama de esta novela. Simple y complicada. Simple, en tanto la historia va recorriendo caminos narrados muy claros que hunden al lector en los intrincados laberintos de esa historia. Complicada, porque no habrá esa sola muerte; no habrá esa sola trama; y bien poco encontrará en esta novela quien busca leer la estrategia de caza establecida por un investigador policial (Cartaya) contra un asesino. Encontrará, eso sí, a un criminal que va sembrando pistas falsas (ante los ojos del lector y del policía); hallará que la causa del crimen no es solo pasional, no es solo por venganza, no es solo un asunto que incluye a la política; y se enfrentará, a pesar de que pueda haber supuesto que en un barrio de la high life habanera esas cosas no suceden, con prostitutas, policías corruptos, traficantes de drogas, mujeres de la alta sociedad del poder en Cuba con una doble moral asqueante y libertina, entre otras bestias de la peor fauna marginal que alguien pueda imaginar en una ciudad en apariencias, y solo en apariencias, hospitalaria, tranquila y paradisíaca.

¿Qué hace de Mirando espero una novela verdaderamente lograda, tal cual lo muestran sus múltiples ediciones en España, Francia, Puerto Rico y Alemania?

“La construcción de personajes es vital”, reza una vieja conseja literaria. Justo lo sabía. El asesino, el investigador, y los varios personajes que los rodean en carácter secundario, resultan, en todos los casos, de una precisión psicológica tan lograda que enamoran y atraen al lector; Justo Vasco logra, además, descripciones totalmente cinematográficas que permiten un acercamiento escénico y emocional a lo narrado; Justo Vasco, en esta novela, convierte sus diálogos, cargados de cubanismos, del llamado humor criollo, en un verdadero contrapunteo psicológico entre los personajes; y Justo Vasco no olvida que, como aseguran casi todos los textos sobre técnica narrativa, “la vida literaria es una convención, pero ha de ser vida al fin y al cabo”, y logra dar esa vida al espacio que narra precisamente con una exquisita “teatralización de la marginalidad”. No hablamos ya de los calcos estereotipados de la novela policial cubana de los 70; no estamos tratando con una copia supuestamente fiel de lo que sucede en la Cuba de hoy, sino de una Cuba re-creada para que esos hechos sean tan creíbles en el plano literario como lo son en la vida misma. Justo Vasco supo también que ello encierra un riesgo: escribir con honestidad y cada página de esta novela es, siempre, línea a línea, la escritura de alguien que padece las llagas de ese país que fabula en su putrefacto mundo novelado; un mundo que uno, en el papel de lector, no logrará separar, diferenciar, de ese otro mundo real que late allá, en la isla que Justo Vasco, quien nos dejó heridos y solos con su muerte en enero de 2006, ya no habita (aunque sí, ¿quién lo duda?).

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