Descender a los infiernos

Por Yolanda Plaza Ruiz.

Mario Benedetti, un hombre admirable, coherente y perseguido por su imparcialidad ante las injusticias, puso en boca de Don Rafael,  —uno de los personajes de “Primavera con una esquina rota”—, las frases que me sirven de introducción para éste tema: La “progresiva desmitificación de la muerte…Convencerse de que morir no es después del todo tan jodido si se muere bien, si se muere sin recelos contra uno mismo”.

Aunque mi intención no es hacer una apología del suicidio (cada cual es libre de hacer con su vida lo que crea conveniente), hay que reconocer que, en ocasiones, la  desesperación y el tormento psíquico pueden contribuir a que un individuo en perfectas condiciones desee dejar de existir. A lo largo de la historia nos encontramos con una larga lista de personajes notables que han dejado plasmados su desaliento y desánimo, viendo como una salida de escape el terminar con su vida, sin que nadie haya osado poner en duda su equilibrio psíquico o su madurez intelectual.

En el libro bíblico de Eclesiastés, podemos leer: “La mera opresión puede hacer que un sabio se porte como loco”. Quiero resaltar de este texto la expresión: “se porte como un loco”, no “se vuelve loco”. Si un sabio puede perder aparentemente el equilibrio emocional ante las adversidades, ¿por qué no va a padecer aparentemente la misma sacudida en su psique una persona cuyo coeficiente intelectual es menor? Otro dato muy relevante para el asunto que estamos tratando es que el libro de Eclesiastés lo escribió el hombre “más sabio del mundo” según la tradición, el rey Salomón, calificado a lo largo de la historia como ejemplo de justicia y rectitud.

Continuando ésta reflexión basándonos en textos de reconocido valor, nos encontramos con el bello poema de Teresa de Ávila “Vivo sin vivir en mí”.

Dejando a un lado las inquietudes religiosas de esta sensible mujer, podemos apreciar la profundidad de sus emociones al leer estos versos:

“Vivo sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/ que muero porque no muero./

¡Ay, qué larga es esta vida!/ ¡Qué duros estos destierros,/ esta cárcel, estos hierros/ en que el alma está metida!/ Sólo esperar la salida/ me causa dolor tan fiero,/ que muero porque no muero”.

Volviendo a nuestro tiempo, descubrimos el pensamiento de otro escritor de reconocida calidad y de inteligencia sobrada, Emil Cioran. Éste escritor rumano dejó plasmado en su bibliografía su idea personal del suicidio. Contestando a la pregunta: “¿Qué piensa usted del suicidio?”, razonó: “Lo hermoso del suicidio es que es una decisión…He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad… La idea de que podemos disfrutar de la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es exaltante”.

Y ¿qué hay sobre el pensamiento pasajero de eliminar a alguien? ¿de tomarnos la justicia por nuestra mano? Si todo aquel que ha tenido en alguna ocasión esta querencia fuese un criminal o pudieramos juzgarlo como un trastornado, creo, sin caer en la exageración, que más de la mitad de la humanidad entraríamos dentro de este colectivo.  Leyendo el libro de Jorge Riechmann “Con los ojos abiertos”, me encontré con el poema “Esterilidad”, en el que, haciendo un resumen de los desastres ecológicos que el hombre está causando en el Planeta, expresa: “Seis grados centigrados/ en apenas/ cincuenta años/ —dicen los enterados en sus cátedras/ de la Universidad de Montana./ Pensando en todo  ello se me ha puesto cara de criminal/ luego cara de imbécil/ y por fin cara de imbécil criminal”. Regresemos de nuevo a Benedetti. Uno de los personajes del relato “Cuatro en una celda” es Roberto y el escritor uruguayo lo describe así: “Roberto era un preso político…Roberto no había matado a nadie, aunque en verdad no le habían fatado ganas”.

Aferrarse a la cordura, desmitificando la idea de la muerte, nos ayuda a seguir por la vida a pesar de los golpes recibidos. Así le ocurrió a Santiago, otro de los protagonistas de “Primavera con una esquina rota”: “Santiago ha logrado generar, o quizá descubrir en sí mismo, una extraña vitalidad. Su descenso a los infiernos no lo ha incinerado. Chamuscado tal vez…Uno no sabe quién es realmente, cuán incinerable o incumbustible es, hasta que no pasa por una hoguera”.

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