Los edukadores. Cine social y mala conciencia.

Por David G. Panadero.

Hace no mucho leía Sabotaje cultural, el ensayo de sociología aplicada de Kalle Lasn que ajusta cuentas con el estilo de vida americano, el imperio del marketing, el consumismo desaforado y otras esclavitudes. Una de las partes más divertidas del libro es la que modifica el significado de las imágenes de marca. Carteles que parodian el famoso “Absolut Vodka”, y lo sustituyen por “Absolut Impotence”. La flamante botella, gracias a un habilidoso uso del Photoshop, deformada como un pene fláccido.

Con Sabotaje cultural tengo la misma sensación que con otros libros de ese estilo. Arremeten contra la cultura americana, esgrimen buenos argumentos, hacen un buen diagnóstico, pero al final les tiembla el bisturí… Cuando llega el momento de proponer soluciones, desaparece la inspiración igual que el oro de los duendes, y todo queda en un brindis al sol, al proponer alternativas poco prácticas y de dudosa eficacia. Será que la “contracultura” es el pasarratos al que se dedican los yupis para librarse del estrés.

Da la impresión de que el cineasta alemán Hans Weingartner debe simpatizar con Kalle Lasn. Su película Los Edukadores (2005) es un buen ejemplo de cómo tirar la piedra y esconder la mano, eso sí, trufando el metraje de disquisiciones sobre el Mayo del 68, el desencanto ideológico, la crisis generacional…

Viendo esta película, es inevitable mirar el reloj cada cinco minutos, pensar en la lista de la compra, en lo que sea, antes que ponerse en la piel de los personajes. Los protagonistas de la cinta son tres adolescentes okupas, o algo parecido, que conducen una estupenda furgoneta. Se dedican a ir a las casas de los burgueses para cambiar los muebles de sitio, dejándoles notas amenazantes, al estilo: “Vuestros días de prosperidad están contados”. De dónde sacan la pasta para todo eso, quién les paga la gasolina, la peluquería, las gafas de pasta y las alfombras exóticas, es todo un enigma. Lo mismo da: ellos perseveran en su revolución pequeña, por emplear el título de Juan Aparicio Belmonte.

Terminada la película, y después de haber recitado mentalmente, al derecho y al revés, media docena de canciones, no veo claro adónde llega, si es que tenía que llegar a algún sitio, la historia de los tres adolescentes que redecoran casas con tan buen gusto. Sólo queda claro que los que hayan ideado esta historia no deben saber mucho sobre esa precariedad –económica, laboral, social– de la que hablan.

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