El viaje de un nihilista

Por Cristina Consuegra.

«Entre lo interno y lo externo, existe un abismo que el individuo debe colmar con su propio riesgo»

Theodor Adorno

Europa como excusa

Miles de pasos perdidos inundan las calles de las ciudades europeas. Pasos que se repiten siempre en la misma dirección y en el mismo sentido. Pasos que esclavizan y obligan al ciudadano europeo a abandonar esperanzas, expectativas, que lo sumen en un estado narco-burocratizado que lo aísla y aleja del completamente Otro; un recorrido que, como un somnífero de larga duración, nos arrastra a una compleja forma de existir entre lo propio y lo impuesto. Un equilibrio casi perfecto entre la ilusión y la quietud.

Este extraño equilibrio, tan difícil de cuantificar o ponderar, casi como el peso de la existencia, impregna buena parte de El viaje de un nihilista (menoscuarto, 2009), del escritor y traductor palentino, Julio Baquero Cruz. Es este un libro ciertamente imprescindible para aquellos que deseen encontrar ese itinerario no cifrado que late en cada uno de los lectores, espectadores de lo cotidiano, que radica entre el instinto literario y la miseria que conlleva estar vivo. Esa especie de desidia que nos arrastra hacia lugares inquietantes, que determina rumbos no deseados o pretendidos, está perfectamente materializada y medida en El viaje de un nihilista, un libro que rompe con la tradición de la literatura de viajes, que no escatima en riesgo a la hora de profundizar en la transversalidad de los géneros; un libro valiente, elegante, que señala al lector para recordar(le) que la responsabilidad habita en el corazón de ese monstruo asustado e impreciso que se llama Europa, un libro que conmueve, vapulea y asigna culpabilidades, sin dejar de advertir que la vida está hecha para ser vivida.

Julio Baquero Cruz establece un doble recorrido que infunde empaque y cuerpo al conflicto de una historia difícil de contar. Este carácter dual es abordado por el autor a través de una doble capa narrativa. En la capa externa, reside la historia de su protagonista, quien decide emprender un viaje, desde Luxemburgo hasta Estambul, y que lo lleva a recorrer el centro y este de Europa. Una trayectoria a través de la cual este antihéroe se permite mostrar contrastes, apariencias ontológicas, sociedades históricas que, ahora, forman parte de lo que solía ser para ellos un sueño, Europa. Países aturdidos y menospreciados, reflejo fiel de un protagonista que busca la Belleza, sin saberlo; que huye de sí mismo, a conciencia, pero sobre todo espera que el amor de Eliza, excusa para la huída, desaparezca entre los pasos dados. Este protagonista juega a ser narrador, cuando el peso de lo contado no le pertenece, y protagonista flexible cuando el narrador debe asumir la responsabilidad para la que ha sido diseñado. Una primera narración que se apoya en el besoin de voyager.

Sin embargo, es en la capa interna de El viaje de un nihilista donde habita la trascendencia de la historia, la filosofía, si me lo permiten; todas esas voces que, intuyo, han acompañado a Julio Baquero Cruz, y ahora se confunden con el relato, el cual ya no aparece como mera descripción del acontecimiento, sino como el acontecimiento en sí. En esta coordenada en que se inscribe el libro, la fenomenología de la esperanza, los obstáculos y el protocolo de salvación, en que se encuentran inmersos los individuos occidentales, aparecen como función motora de la historia. Como si recogiera los ecos, en clave literaria, de La interioridad, apartado escrito en La agonía de Europa por María Zambrano, el protagonista, desprovisto de todo tipo de dimensión mítica, se vuelve hacia sí mismo, en busca de la verdad que habita en su interior. Esa verdad que el lector deberá decidir si lo salva o no.

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