La inercia es el veneno de lo cotidiado

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

Una de las principales condiciones de posibilidad de la sociedad en la que vivimos, y de la que participamos, es la inercia. Ella es el veneno de lo cotidiano. ¿De qué manera escapar, aunque tan sólo sea por un tiempo breve, de su influencia? Estamos ante una auténtica búsqueda filosófica ya que hay que entender que lograr evadirse de su corriente es, por poner un ejemplo lo suficientemente ilustrativo, como si lográramos levantarnos a nosotros mismos del suelo tirándonos hacia arriba del pelo. A primera vista, la empresa que hoy proponemos parece del todo imposible. Pero las primeras miradas siempre son precipitadas y es oportuno -pensar es una tarea que se debe hacer sin prisa- detenerse y observar con atención el entramado del problema, la manera en la que éste se constituye, para encontrar los huecos por los que se pueda entrever la solución.

En la religión, tenemos una respuesta que nos puede interesar. Ahora bien, será necesario limpiarla de toda connotación ya que no buscamos ninguna “llave” que nos ponga en contacto con la trascendencia. No pretendemos saltar ningún abismo, solamente ganar la distancia necesaria para reencontrarnos con nosotros mismos y con lo que nos rodea. De esta manera, hablamos de un reencuentro que se enmarca en la pura inmanencia. Nos estamos refiriendo a la meditación. A través de ella nos podemos desenganchar, emocional e intelectualmente, de la corriente que nos arrastra. Desengancharse es limpiar la mente, y el pecho, de toda idea y emoción que esté vinculada con nuestra rutina, y así lograr el espacio que hace posible toda escucha, ya sea de uno mismo, del otro, o de lo otro.

La meditación es un uso muy particular de esa soledad radical que nos constituye y a partir de la cual todo lo humano puede desplegarse. No nos quedamos solos con nosotros mismos para juzgarnos y, de esta manera, definirnos con lo que queremos o no de nosotros. No, meditar es, precisamente, romper con toda forma para poder encontrar la otra cara: el vacío.

Es cierto que cualquier lugar es propicio para practicar la meditación, ahora bien, hay entornos que la facilitan. Por nuestra parte, sugerimos un lugar en el que la Naturaleza se muestre sin interferencias, ya que el pulso que en ella late nos puede servir como medida para ir liberándonos de esa violencia que sobre nosotros imprime la inercia.

Así pues, proponemos la meditación como una “higiene” necesaria, y pensamos que la incapacidad de verlo es el síntoma inequívoco de que ya es demasiado tarde porque lo íntimo ha quedado arrasado.

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