El interior de las vanguardias

Por Patricia Torre Dusmet

He de ser sincera, una vez llegué al Guggenheim de New York desconocía totalmente lo que encontraría. No había indagado sobre la temática de la exposición ni su intención. Sólo sabía por algunos comentarios que se trataba de algo muy diferente, que incluso rozaba lo clásico. Con esta vaga visión hice frente a una de las exposiciones más interesantes que he visto hasta el momento. Incluso la idea de la muestra surge de una forma poco convencional, y es que el comisariado de la exposición lo lleva Kenneth E. Silver, profesor de Arte Moderno de la prestigiosa universidad norteamericana New York University (NYU), el cual materializa y expone las lecciones brindadas durante años a sus estudiantes en el espacio museístico.

La exposición Chaos & Classicism se centra en el arte que tiene lugar en Francia, Alemania e Italia durante 1918 a 1936, durante el denominado período de entreguerras, aquel que transcurre entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial. En este periodo tendrán lugar las llamadas vanguardias, cuyo término en francés “advant garde” hace referencia al léxico militar que designa a la parte más adelantada del ejército, en otras palabras, la que confrontaría la «primera línea» de avanzada en exploración y combate. Precisamente este mismo término será el empleado para denominar en el terreno del arte  las  llamadas vanguardias históricas, las cuales se definen a su vez como un fenómeno artístico y cultural que tiene lugar a principios del siglo XX. Éstas se basan en la estrecha relación entre arte y vida y en la confrontación de una serie de movimientos artísticos que persiguen  la innovación en la producción artística, la cual conlleva inexorablemente a la renovación formal y de contenido.

Durante este período de entreguerras el arte conoce cambios vertiginosos, que van desde la subjetividad de las formas (expresionismo, cubismo, futurismo) en las pueden verse desvelados sentimientos más ligados a la esperanza y a la protesta, pasando por la homogeneidad y pureza de la Bauhaus, a la armonía de las formas clásicas. Este clasicismo será empleado tanto como modelo de humanidad en su sentido de universalidad aplicado a los Juegos Olímpicos, como en beneficio de  la exaltación de los líderes militares del momento. Así, el fascismo italiano de Benito Mussolini se vio promovido por la recuperación histórica y formal del Imperio Romano y sus símbolos en el llamado Novecento Italiano, mientras que la idea neoplatónica de la armonía y la belleza equilibrada fue la empleada para la naciente cultura nazi.

Pero no sólo éstos se vieron movidos por este espíritu revisionista de lo clásico, sino que el resto de Europa seacompasó a éste a partir de distintas manifestaciones que van desde la pintura, la escultura, la fotografía, la arquitectura, el cine, la moda y las artes decorativas. Esto se puede ver en obras de artistas tan emblemáticos como Balthus, Giorgio de Chirico, Jean Cocteau,  Otto Dix, Pablo Gargallo, Hanna Höch, Fernand Léger, Henri Matisse, Ludwing Mies van der Rohe, Ausgust Sander y Pablo Picasso.

De esta forma, ya desde las primeras piezas podemos ser testigos de esta intensa confrontación formal y estilística a partir de dos piezas que se ofrecen al espectador con la idea de clarificar este juego de contraste y diálogo, no sólo estilístico y formal, sino cultural y funcional.  En el mismo espacio, podemos contemplar las impactantes y desgarradoras pinturas de Otto Dix sobre la crueldad  de la guerra y las equilibradas y neoclásicas  templadas esculturas de bronce. A través de este diálogo de formas y sensibilidades recorremos el espacio en rotonda del museo, siendo testigos de la mentalidad imperante en aquellos años. Al tiempo que la comunicación que se establece con ellas nos hace darnos cuenta de que los cambios que contemplamos no responderían a una necesidad estilística, reclamada por el cansancio de las formas. Por el contrario se deberían a la materialización y politización de los ideales que inspiraron aquellos años bélicos

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