Terribles noventa

Por Guille Ortiz

Cuando Kurt Cobain se suicidó, Courtney Love cogió un megáfono y nos leyó su carta de despedida. Hizo un poco lo que quiso, se saltó algunas partes, empezó a insultar a todo el mundo y es de suponer que iba hasta arriba de heroína, más que nada porque era lo normal en ella. No es mi intención meterme con Courtney Love porque aparte de consumir drogas de forma compulsiva ese mismo año había sacado uno de los mejores discos de la década, “Live through this”, así que todo mi reconocimiento para ella.

El caso es que la gente se agolpaba a las afueras de la famosa casa de Aberdeen, Washington, a pocos kilómetros de Seattle y ella leía entre sollozos. Creo que nunca nada, jamás, en toda mi vida, me ha afectado tanto como aquella carta de suicidio y no tengo nada de suicidófilo en sentido estricto: la idea de cortarme con un cuchillo mientras corto chorizo ya me aterra imagínenme con una escopeta recortada en la garganta.

De ninguna de las maneras. Otra cosa es la idea de cortar con todo y empezar de cero, esa sí es sugerente.

La carta hablaba sobre la empatía. Sobre lo difícil que resultaba sentir empatía por los demás, querer amar a los demás y a la vez darte cuenta de que era imposible, de que para algunos todo resultaba muy fácil: enamorarse, jugar a los bolos, celebrar fiestas, ganar concursos de popularidad y para otros cada rechazo se acababa convirtiendo en un paso hacia el odio precisamente porque tú quieres estar en un lado de la MTV y al final acabas estando en el otro.

Hablaba también del entusiasmo. Yo siempre me he considerado un tipo entusiasta y pasional. Visceral, incluso, dirá alguien. Kurt Cobain lamentaba haber perdido el entusiasmo muchos años atrás con esa estética del que está de vuelta de todo cuando sólo vas a cumplir 27 años y prácticamente no has ido a ningún lado. Se sinceraba con dos frases finales demoledoras: “I´m too much of an erratic person and I don´t  have the passion anymore”. Eso fue lo que yo le entendí a Courtney Love y lo que la primera versión apuntaba: “Soy una persona demasiado errática y he perdido por completo la pasión”.

Me fascinaba que alguien se definiera como una persona errática. Si yo soy algo, es errático. Suicida no, ya lo he dicho antes, pero, ¿errático? Todo lo que quieran y más. Recuerden que no era capaz ni de hacerle una hamburguesa o una proposición mínimamente decente a mi ex novia. Nunca he tenido el control de los tiempos ni la sensación de acertar. Me siento como un francotirador desbocado que confía en la estadística más que en el pulso. Algún día, tarde o temprano, acertaré.

En fin, mi nostalgia por los 90 no tiene límites y como prueba queda un blog que abrí hace unos meses y que repasa aquella década desde Soundgarden hasta los goles de Caminero. Hace poco quise revisar la nota de suicidio en cuestión –me sentía mal, lo reconozco, me sentía algo miserable e incomprendido, la típica sensación del peterpan grunge- y me encontré con una versión diferente de los hechos: en Internet leía “I´m too much of a neurotic person and I don´t have the passion anymore”. Errático tiene cierto glamour, aparte de ser una palabra preciosa. ¿Neurótico? De acuerdo, un tío que escapa de su clínica de rehabilitación y se pega un tiro en la cabeza en su invernadero tiene algo de neurótico, pero, ¿qué tiene que ver con la neurosis con esa sensación de no pertenencia y de falta de entusiasmo?

Entonces decidí que daba igual. Courtney iba demasiado drogada como para entrar a discutir fonemas. Si quiso decir “an erratic” o “a neurotic” está más allá de mi capacidad de comprensión. Yo lo que quería era el mito. Yo lo que quería era que, de alguna manera, Cobain fuera menos Cobain y más yo. O justo al contrario que yo fuera menos yo y fuera un poco más Cobain. En una de las pocas poesías que he escrito que merecen mínimamente la pena resumo el contexto en el que me movía: «Era el nuestro un ejército de trajes impolutos, mamá los lavaba al día siguiente, papá nos llevaba al instituto».

Feliz Navidad

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