Y, el último hombre

Por Alicia Fuentes.

Cuando era pequeña mi padre me dio a leer El hombre en el castillo, de Philip K. Dick. “Es una ucronía.” – me explicó con tono reverencial. “Una ucronía es cuando te imaginas cómo serían las cosas si hubieran sido diferentes”. De inmediato se posó en mi mente infantil una fascinación irresistible por las historias que parten de la hipótesis del “¿y si…?”. ¿Y si los nazis hubieran ganado la guerra? ¿Y si Colón no hubiera descubierto América? ¿Y si de repente murieran todos los seres vivos de sexo masculino?

Por eso no es extraño que me sintiera predispuesta hacia Y, el último hombre. Sin embargo, esta serie me ha sorprendido muy positivamente por su riqueza conceptual, la cual compensa con creces una gráfica que no resalta especialmente por su originalidad.

El antihéroe

En primer lugar, Brian K. Vaughan rehúye la sci-fi facilona. No hay desastres nucleares ni dramas espectaculares. Su historia post-apocalíptica llama la atención por lo prosaico. Una vez superado el acontecimiento inicial que da pie a la acción (una misteriosa plaga mata a todos los hombres menos al protagonista, Yorick, y su mono Ampersand), ésta se convierte en un road trip de tipo tradicional.

El autor decide ahorrarnos el morbo que se le podría haber presupuesto a un guión acerca del último macho del planeta. De hecho, el último portador del cromosoma Y no podría estar más lejos del estereotipo viril: se trata de un chaval acomplejado y flacucho, mago escapista aficionado, de cuya hombría dudan todas mujeres que se cruzan en su camino. Nada de peleas para poseer al último gallo del gallinero.

Con un planteamiento quizás algo naif, Brian K. Vaughan nos hace creer que las hembras supervivientes pasan olímpicamente del último generador de esperma de la tierra, y que éste, por su parte, desdeña toda poligamia porque sólo está interesado en su novia, en busca de la cual se embarca en un viaje suicida. Pero nada de romanticismos tampoco: Yorick es un antihéroe integral, que recuerda mucho al triste, tristísimo Clive Owen de la magnífica Hijos de los hombres. Si bien su objetivo es reencontrarse con su novia, por el camino comprobamos cómo su determinación flaquea. Antes que con su prometida, tendrá que encontrarse con sus miedos y traumas infantiles, tendrá que madurar y, sobre todo, tendrá que aceptar que, como último hombre del planeta, es un completo fiasco.

¿Cómo sería la vida en un mundo deshombrizado?

Por si eso fuera poco, Brian K. Vaughan le dará el golpe de gracia a la autoestima de su antihéroe gastándole una ácida broma darwinista. La revisión de las teorías evolucionistas que el autor nos sugiere es sólo una faceta más del rico peso conceptual de la obra.

Otra reflexión interesantísima, por ejemplo, es la que surge en torno al tema del feminismo: entre otras cosas, vemos cómo surge una secta de Amazonas que interpreta la plaga como un castigo divino a la falocracia. Las hijas de la Amazona se arrancan un pecho, se arman de ballestas, y se dedican a imponer la liberación a las hermanas que sigan atadas a su pasado de sumisión o a castigar a aquellas que traten de reinstaurar la sociedad machista.

Mientras tanto, lo que queda de las fuerzas políticas no masculinas intentan reconstruir un mundo que ha perdido no sólo el 99% de los propietarios, sino también el 99% de los mecánicos, electricistas y trabajadores de la construcción, así como el 95% de los transportistas, pilotos y capitanes de barco… Pero también el 92% de los criminales y asesinos, y el 100% de los mandos religiosos.

El mayor mérito de Brian K. Vaughan está en haber imaginado una historia factible que evita el morbo y que trata de responder con rigor a la premisa inicial del “¿Y si…?”. ¿Cómo se podría viajar si hubieran muerto todos los maquinistas, pilotos de avión, responsables de explotaciones petroleras? ¿Cómo sería el ocio si desapareciesen los actores, directores y autores de cine o teatro? ¿Qué pasaría con las cárceles si murieran todos los vigilantes de prisiones? ¿Y los políticos? Por deducción lógica, en Estados Unidos los demócratas pasarían automáticamente a ostentar el poder, al ser el Partido Republicano una formación eminentemente masculina. Otro ejemplo: las mujeres del mundo musulmán se liberarían de sus cadenas religiosas tradicionales. ¿O no?

Al pasar por Washington, Yorick se encuentra con que las mujeres han improvisado un altar para llorar a los hombres en torno al famoso obelisco, tan apropiado como símbolo fálico: “- ¿Y tú, por quién has venido hoy? – ¿Yo? Por mi profesor de séptimo, el Sr. Felder. ¿Y tú? – Yo, por Mick Jagger. De repente he caído en la cuenta: los Rolling Stones están muertos.” Así, sin aspavientos ni golpes de efecto, Vaughan va desmenuzando las consecuencias que la hipótesis de partida tendría en nuestro día a día, y las introduce como telón de fondo de la propia historia. Por ejemplo, las relaciones sexuales lésbicas se dan por sentado en esta sociedad de women only, y por eso no hay por qué insistir en ello.

Narración gráfica

Más: las referencias freudianas resuenan por toda la serie (la hermana que encarna la lucha fraticida tiene el masculino nombre de “Hero”), y continuamente surgen interpretaciones metafóricas que condensan la trama simbólicamente (Yorick, maestro escapista, intenta escapar de su misión como último hombre del planeta. ¿Será la del ADN la única cadena de la que no pueda zafarse?).

En fin, historia poliédrica donde las haya, al peso conceptual se suma una forma de narrar cultivadora del mejor suspense: agentes secretos, amuletos mágicos, y personajes misteriosos pueblan cada álbum. Éstos siempre acaban en cliffhanger, dejando al lector con ganas de más – nada extraño, por cierto, si tenemos en cuenta que el autor formó parte del equipo de guionistas de la inefable Lost.

Por último me gustaría hacer referencia al elemento gráfico. Si bien, como he dicho más arriba, el dibujo en sí no resalta especialmente aunque es de calidad, hay que reconocerle una considerable habilidad narrativa a Pia Guerra. La dibujante utiliza una serie de recursos narrativos muy ágiles y vistosos entre los que podríamos mencionar la inclusión de cuadros de texto de contextualización temporal y geográfica, en momentos muy bien escogidos y sin abusar de ellos. Igualmente ponderados son los guiños visuales que hace a la trama por medio de objetos con la forma de la Y del cromosoma masculino. Pero si tuviera que elegir una página favorita de toda la serie, me quedaría con las que abren el primer álbum, en las que mediante la yuxtaposición de viñetas de situación se refleja el momento de la plaga en diversos lugares, desde un partido de fútbol en Brasil a la base de la NASA en Houston, la bolsa de Tokyo, o el Barrio Rojo de Ámsterdam. Así, Pia Guerra transmite al lector de un plumazo el alcance de la enfermedad, a la vez que deja entrever la potencialidad de la historia que tenemos entre manos.

Y, el último hombre. Brian K. Vaughan (guión) y Pia Guerra (dibujos). Publicado en español por Norma Editorial.

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