"Conversaciones con la luna", Patricia Ordoñez

«Conversaciones con la luna», de Patricia Ordoñez.

– Toc, toc, toc! ¿Hay alguien ahí?

Abrió la puerta sabiendo lo que se iba a encontrar: a Lucía agazapada detrás de la cama como un corderito indefenso. Mientras él se dirigía a su cuarto la había oído llorar.
– ¿Por qué te escondes, Lucía? ¿Qué ocurre?

La pobre criatura no podía despegar la cabeza de sus rodillas encogidas, sollozaba desconsoladamente y no le salían las palabras.

– A ver, deja que te vea esos ojazos verdes. Ya sabes que tu abuelo puede leer tus pensamientos con solo mirarte a los ojos. Así que levanta la cabeza y deja que adivine lo que te pasa.

Lentamente se desencogió, asomó la cabeza y levantó esa mirada que no deja indiferente a nadie. Era increíble el intenso verde que desprendían sus ojos. Era casi tan verde como la hierba húmeda y recién cortada del jardín. Pero más vivo, más fresco e hipnótico.

– Veamos…Parece ser que tienes miedo de algo, ¿o me equivoco? – Lucía dijo que no con la cabeza – ¿Y puedo saber exactamente de qué?

En seguida volvió a encogerse y empezó a llorar de uevo.

– No, no…no quiero verte así. El abuelo siempre te va a proteger, no debes temerr nada mientras esté a tu lado. Así que abre esa boquita y cuéntamelo. Ya verás como estarás más tranquila. Y si me lo cuentas te prometo que mañana te llevo a la playa a recoger caracolas.

Lucía se calmó poco a poco, me miró y esbozó una tímida sonrisa. Es curioso lo rápido que se tranquilizan los niños cuando se les promete hacer algo que adoran.

– Abuelo, ¿me juras que no se lo dirás a nadie, ni siquiera a mamá?
– Pues claro que no lo contaré! Te lo prometo, corazón.

En un susurro casi inaudible, Lucía empezó a desvelar su secreto:
– Cada noche, cuando me dejáis sola en la cama, la luna habla conmigo y me cuenta cosas, cosas que van a pasar y que a veces me asustan…
– ¿Y qué cosas te cuenta? – el abuelo la miró preocupado, pero le hablaba cariñosamente, para que continuara calmada.
– Me habla de vosotros, de la abuelita que ya no está. De mamá y papá, y de ti… – en ese instante una lágrima de tristeza resbaló por su mejilla – Abuelito, esta noche me ha dicho que dentro de poco ya no estarás con nosotros, que te irás con la abuelita.
Un escalofrió recorrió el cuerpo del anciano. A veces la imaginación de su nieta le sorprendía. Con solo cuatro años le explicaba cosas extraordinarias, dignas de cuentos de hadas. La abrazó mientras pensaba qué decirle para que no se preocupara.

– Eres muy afortunada por poder hablar con la luna. No habla con cualquiera, ¿sabes? Pero no todo lo que dice es porque vaya a pasar. La luna solo quiere jugar contigo, hacer que las noches sean entretenidas, hacerte compañía, así ella tampoco se siente sola en la oscuridad de la noche. Con su luz, te da el calor que necesitas para poder dormirte, y con sus historias alimenta tu imaginación para que nunca te aburras mientras duermes.

– Pero a veces me asusta cuando me cuenta cosas malas. ¿Por qué me dice que te irás con la abuela? ¿Te has enfadado conmigo y ya no quieres vivir aquí?
– No digas eso, mi vida. Jamás me enfadaría contigo. ¿No ves que tú eres la que me da fuerzas para seguir viviendo?

– Entonces, ¿por qué miente?
– Mira, te voy a contar yo otro secreto que tampoco debes decir a nadie, ¿entendido?
– Entendido – sus ojos se abrieron como platos ante la curiosidad repentina.
– Debes saber que la luna es mi amiga. Cuando yo era igual de pequeñito que tú, cada noche miraba por la ventana y sonreía a la luna, hasta que un día ella también me sonrió y empezó a contarme historias increíbles. Lo que pasa es que no siempre eran buenas, y me pasaba como a ti.
– ¿También te ponías triste?

– Sí, a veces, pero entendí que la luna, además de querer jugar, lo que quería era enseñarme a vivir. Me explicó cómo dejar de tener miedo y cómo superar el dolor. Y eso todas las noches, hasta que vio que ya había aprendido suficiente y podía decidir por mí mismo.

– ¿Entonces ya no hablas con ella?

– No, hace ya mucho tiempo que no me cuenta historias, porque cuando creces eres tú el que las empieza a contar. Aunque siempre que la miro me sonríe y entonces sé que todo va a ir bien.
– ¡Pero yo no quiero que me cuente historias tristes! ¡No quiero que me diga que te vas a ir!
– Ay, Lucía, ahora eres muy pequeña para comprender todo lo que te dice la luna. Pero para que dejes de temerla y disfrutes de sus historias te diré otra cosa. Sabes dónde está la abuelita?
– Mamá me dijo que en el cielo…
– Pues sí, está en el cielo, con la luna. De manera que cada vez que la luna te sonríe, la abuela también lo hace, y cada vez que te habla, tu abuela te mira y la escucha, como tú.

– ¿Ah sí? ¿Abuelo, entonces te irás con la luna? – Lucía empezaba a alegrarse.

– ¡Pues claro! Y podrás hablar conmigo y contarme lo que quieras. Ya verás como nunca te sentirás sola por las noches. Cada vez que mires al cielo antes de dormirte te saludaré como lo hace la luna, con un intenso rayo de luz.

– ¿Y cuándo te irás?
– No lo sé hija. Eso nunca se sabe. Lo que te puedo asegurar es que cuando no esté con vosotros, sólo tendrás que mirar al cielo estrellado para verme. Y cuando seas tan mayor como yo, también irás con la luna. ¡Allí nos reuniremos y ya nada ni nadie nos podrá separar!
– Qué guay abuelito! Ya no tengo miedo a la luna! – Lucía le dio un fuerte abrazo a su abuelo, que esbozó una sonrisa de satisfacción al ver que su nieta le agradecía sus palabras.
– Bueno, princesa, creo que ya es hora de soñar con los angelitos. Despídete de la luna.

-¡Hasta mañana! – exclamó, mientras miraba al cielo y sacudía la mano en señal de adiós. Cerró los ojos y en seguida se sumergió en la paz y la profundidad del sueño.

El abuelo se la quedó mirando con cierta sensación de nostalgia mientras entornaba la puerta.
– Hasta mañana Lucía. No te preocupes, la luz de la noche siempre te guiará ante las adversidades de la vida. Poco falta para que no me tengas a tu lado, pero nos encontraremos en la luna.

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