Nada es crucial

Por Deborah Antón.

Siempre, desde que el mundo es mundo y la literatura es literatura,  ha habido varios tipos de lectores, aunque quizá podamos reducirlo todo a dos categorías: los que siguen leyendo hasta el final y los que, ante el menor signo de tedio, abandonan la lectura con el rabo entre las piernas. Estos últimos no podrán disfrutar con Nada es crucial (Pablo Gutiérrez, Lengua de Trapo, 2010). Porque ocurre que, si bien las 15 primeras páginas resultan poco menos que infumables (estáticas, rebuscadas y con una especie de obsesión por lo par), el resto del libro es una auténtica maravilla. De veras. Y la cosa tiene su disculpa: parece que siempre hay que enmarcar las historias en un propósito, otorgarles una razón de ser y luego una conclusión pero, muchas veces, lo más interesante es lo que se cuenta y cómo se cuenta, sin importar en qué acaba. Ese es el verdadero disfrute de la literatura, y este es el caso.

Hay dos personajes, Magui y Lecu, cuyas vidas se van contando paralelamente. Vemos qué les sucede mientras crecen, cómo avanzan dando tumbos, cómo van aprendiendo a cuidar de ellos mismos, de qué manera son distintos a los demás… Al final, claro, se encuentran, pero se erradica la creencia de que hay un magnetismo, un imán que atrae a gente de la misma condición. Porque no hay un imán, no puede haberlo. Lo que pasa es que la gente se busca hasta que se encuentra y no veáis lo mal que les va hasta que lo consiguen. Así que lo crucial es la voluntad de encontrarse y el empeño en buscarse,  aunque tenga lugar estudiando como un loco para salir del pueblo, devorando otros cuerpos sin parar o viviendo en un agujero y comiendo latas de albóndigas. Todo vale.

Lo curioso es que, cuando al fin sucede el esperado encuentro, volvemos al estatismo inicial pues, ahora que ya está todo contado, ¿para qué más? Pero no se preocupen porque no hemos adelantado nada. Lo importante -ya lo dijimos- es esa historia que viven los dos en el proceso, el camino, como diría Kavafis. Y es un camino intenso el de Nada es crucial, con abandonos, sectas religiosas, sexo, soledad, desolación… Además, en la manera de contarlo hay un estilo explosivo y brillante, lleno de peripecias visuales, recursos cinematográficos y neologismos. El autor, por cierto, ha sido seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español, y no me extraña. Hay en él una manera original y potente de narrar: “Pero no me hagáis mucho caso, niños, porque ya sabéis que los narradores suelen tener muchas manías, cuentan las cosas a su manera como si fuera el único modo, se divierten saliéndose de madre con digresiones que a nadie interesan, dejan la mesa alborotada y llena de migas, nunca recogen los platos, son fastidiosos, con peligrosa tendencia al didactismo y a colgar su infortunio de los hombros de los demás.” Toda una declaración de intenciones de Pablo Gutierrez, alguien que sabe bien que nada es crucial, ni siquiera en los tortuosos caminos de la buena literatura.

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