"San Fernando", de Juan Carlos Aguirre

Un relato de Juan Carlos Aguirre.
San Fernando.

En algún rincón de tu casa te encuentras, y no has podido evitar llamarme al teléfono, por segunda vez.

Las horas atraviesan las calles de Madrid sin cesar. Arremeten como un río caudaloso y tú, en silenciosa impotencia, observas cómo se lleva algo tuyo; algo que no puedes tocar, pero sí sentir.

Tus latidos se vuelven más y más densos. El epicentro es tu garganta, que soporta heroicamente toda esa emoción concentrada en este tiempo.

La noche, la noche llama a tu ventana. Piensa. Céntrate. Los últimos rayos de sol no, no se están llevando todo, ni tu alma. No desvaríes, por favor. Por lo menos aún no. Deja esa botella de vino. No te refugies tampoco en la soledad porque, en momentos como este, puede ser mala consejera.

La noche se filtra entre las finas hebras de tus cortinas. Un disco de vinilo gira y la música envuelve, de color grisáceo, todo el ambiente. Sí, es un piano que interpreta, es un piano que te interpreta a ti perfectamente. ¡Oh!, esas melodías, parecen que están hechas para ti; parece que se adhieren a tus sensaciones; esa cadencia sonora que penetra tus pensamientos hasta llegar al fondo de tu alma. Hasta llegar al quid, al meollo de este momento rico emocionalmente pero, a su vez, intenso y agotador para quien lo vive en carne propia. No sé si habrá muchas periodistas y escritoras, como tú, que sepan tocar el piano. Siempre has necesitado de la música, y ahora más.

No dejes que ese oscuro y profundo vacío te tiente. Aléjate de ese abismo seductor que promete llevar tus pesadas cargas a cambio de nada. Abre los ojos, es el pesimismo que te quiere atrapar. No aísles tus percepciones, aún no. Guarda esos poemas negros, sobre la nada, que escribiste y me recitaste:

“La nada, la nada se lo lleva todo.

Y yo aquí cantando en silencio

como una sirena perdida

en la Atlántida.

La nada todo se lo lleva;

hasta la tristeza y el hartazgo.

Quiero renovarme

y huir del letargo

pero la noche sigue llamando a mi ventana

como la nada llama a la nada”.

En algún rincón de tu casa te encuentras y ya no te sientes segura ni dentro de ella. Ni dentro de ti. Quizá sea ese el problema. Si pudieras salir de ti, por lo menos un instante, podrías ver lo que ahora no puedes ver. Salir de ti, me refiero en el buen sentido. No es disparatado, si lo piensas bien. Tal vez de esa forma podrías reconocerte. Tal vez podrías valorar lo que tienes y lo que con tanto esfuerzo has conseguido. Y aunque no fuera así, sobrevivir es todo un logro en estos tiempos. Ahora mismo, pareces obnubilada por oscuros pensamientos que no te hacen nada bien. Por el contrario, te dañan y lo sabes, pero creo que ese dolor te hace sentir algo que jamás habías experimentado. Tu sensibilidad pudo contigo y te venció. No pudiste más y ahora quieres aferrarte a lo dañino. Es una mala adicción y lo sabes. Si tan solo pudieras salir de ti y te dieras cuenta de que es un error encerrarte en ti misma. Y ya no escuchas a los que quieren lo mejor para ti. Lo malinterpretas, te has vuelto huraña, desconfiada, algo paranoica. Perdona, prefiero ser sincero contigo: ya no queda ni la huella de aquella chiquilla sonriente y sociable que eras.

No te voy a llamar frívola, pero piensa que hay más gente en el mundo. No te dejes llevar por una mala relación y unos falsos amigos…

Cojo el teléfono y a continuación te escucho:

-…siento mucho lo que dije antes, pero es que ya no lo soporto, para mí es una cadena perpetua; es superior a mis fuerzas toparme con personas que, o nada me aportan, o mantienen una serie de conversaciones insustanciales sobre la complejidad de las relaciones que mantienen en el día a día. Me hacen sentir tan absurda como ellos. Para mí el amor, la vida, las relaciones son jodidamente sencillos, pero no sé cómo todo siempre se fastidia. Creo que somos nosotros los que con nuestro comportamiento egoísta lo complicamos, como si se tratara de la teoría del todo de Einstein. Claro que las charlas bizantinas, las baratijas, son imprescindibles; claro que no todo en la vida son elevadas conversaciones sobre lo intelectual y lo metafísico, lo espiritual o lo divino, pero cada uno buscamos lo que buscamos y me lo deben respetar, de la misma manera que yo respeto sus aspiraciones; y por supuesto que también necesito oxigenarme con Gran Hermano o las miserias de Belén Esteban, pero aspiro a una mente privilegiada cuya única preocupación no sea levantarme cada mañana con un modelito apropiado para la ocasión. Incluso admiro a aquellos que su máxima aspiración sea tener un trabajo, un coche, un marido y un par de niños. Pero de la misma manera que les respeto, de la misma forma exijo que me respeten a mí…

(Continúas y no te interrumpo porque por fin hablas de ti y es lo que yo quería):

No quiero me juzguen, pues yo no juzgo. Soy dueña de mi propio destino, de mis amistades, de mis amores. Soy dueña de mi tiempo y de mi personalidad y escojo, con un exigente cuentagotas, con quién deseo malgastar el tiempo que Dios, de existir, haya tenido a bien reservarme.

Estoy cansada de explicar que mis sueños, mis sentimientos, mis anhelos, mis miedos y lo más profundo de lo que soy y poseo, mi vida en definitiva, no son algo que vaya regalando por ahí al primer gilipollas que me encuentre, y que no sea valorado, como si fuera una mera declaración de principios más allá de lo que figura en un Manual de lo que Debe Ser; que mi confianza y mi tiempo se los tienen que ganar, de la misma manera que lo hago yo, sin cronómetros ni relojes, sin pedir nada a cambio pero tampoco sin que me dé la sensación de haberme convertido en un mero objeto de compañía ni de rellenar los minutos que les sobran. ¿Acaso no es mi situación personal y profesional tan o más compleja que las vuestras? Estoy cansada de dar, de que me exijan, de que me presionen, de que me mientan y de que me pidan mi confianza como si fuera algo trivial. Estoy cansada de comportamientos fuera de lo común que, aún tratando de ser lo más empática posible, si bien puedo comprender y respetar, acaban por turbar mi pacífica existencia de libros y música, enredada en una historia personal en la que yo no pedí involucrarme. Te lo juro, yo no pedí involucrarme, pero me siento hundida. No creí que una relación me iba a afectar tanto. Me siento presionada, atada, utilizada…¡yo, ya no soy yo!

Y no solo en pareja estoy fatal, sino que los que supuestamente son mis amigos, en realidad parece que no son más que cuervos a los que tengo que criar. Solo me buscan cuando quieren pedirme algo. Estoy más que harta de ser el Faro de Alejandría, el Oráculo de Delfos, la consejera matrimonial y personal de oscilantes e inmaduros maniquíes cuya única manifestación existencial es el precio de su etiqueta. Estoy desbordada por aquellos que exigen, que se lamentan de todo lo que dan por los demás y no se preguntan si ellos corresponden de la misma manera; estoy cansada de los que no saben leer en el interior de los demás y sólo escriben su propio cuento y su final acorde a su propios intereses; estoy harta de los que sonríen y se muestran como ellos creen que yo quisiera que fuera, sólo por agradarme pero que, al rascar, aparece el verdadero color de su personalidad. Es por eso que me he aislado de todo y de todos. El hombre en quien confié tanto me ha traicionado, los amigos que tengo son más falsos que Judas. Lo único bueno, y que me queda, es que estoy muy implicada en mi trabajo, pero estoy cansada, muy cansada…no puedo más… Estoy condenada a la soledad…

Te quedaste en silencio unos segundos y lo único que atiné a decirte es que yo también, alguna vez, me sentí igual que tú, pero conforme pasó el tiempo tomé una serie de decisiones que ahora están dando sus frutos. Lo que no quiero es que hagas lo mismo que yo. Simplemente uno debe buscar su propio camino siendo sincero con uno mismo y con los demás. Nada en la vida, es gratis. Todo tiene su precio y cuando menos te lo esperes van a por ti a cobrarte. Me refiero a nuestros actos, que conllevan a alguna reacción o consecuencia. Es la causa y efecto de la vida.  Lo que haces, o dejas de hacer, no es gratuito. Si por ejemplo, haces algo mal tendrá consecuencias, y si haces algo bien, de la misma manera. Mírame a mí, aquí estoy ahora en San Fernando, lejos pero feliz de empezar desde cero. Un día, agobiado de todo y de todos, como tú dices, se me presentó la oportunidad de crecer profesionalmente y, sin pensármelo dos veces, cogí el avión y me marché. Como te digo, cada uno debe encontrar su propio camino. Cada uno tiene que encontrar su propio “San Fernando”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *