La malvadez

Por José Vaccaro.
La Malvadez. Juan Carlos Ordóñez. Ediciones Atlantis.

El libro de Juan Carlos Ordóñez es difícilmente clasificable como género, tanto como inútil buscar en el diccionario la palabra “malvadez”. Poesía, narrativa, greguería, sátira, todo eso y más tiene cabida en las poco más de 100 páginas de texto. Al autor le interesa más el mensaje y el contenido de cada historia que la forma que la envuelve, con una absoluta libertad para, en cada caso, adoptar la más adecuada a su objetivo de penetrar como un ariete en la mente del lector.

Frases cortas, intercaladas de aforismos y de quiebros dentro de un discurso expositivo en donde nada, y mucho menos el desenlace, ni está asegurado ni es previsible. Solamente, al llegar al final de cada capítulo, de cada poema, de cada diálogo, podemos relajarnos levemente, muy levemente, antes de seguir la lectura.

La brevedad y variedad de lo que en cada caso se relata permiten esa polifonía, esa acomodación plural del tono, la extensión y la gramática cargada de licencias. Todo dentro de una hechura ajustada, medida y viva, desprovista de cualquier apriorismo y/o academicismo estilístico. No hay improvisación en ese caleidoscopio de colores, sino una simbiosis casi perfecta entre la morfología (el verbo concreto) y la función (lo imaginario). Si, acaso, una voluntad manifiesta de mostrarnos la humanidad en toda su desnudez y crudez (por emplear dos vocablos que riman con Malvadez), haciéndolo con una mirada cargada de eso que Antonio Machado entendía por amor, justicia y bondad (una mitad es envidia, y la otra no es caridad).

Decir que la poesía es, dentro de la Literatura, lo que las Matemáticas son para la Arquitectura. Es en el arte poético donde cada palabra, cada acento, cada puntuación tiene una importancia capital, un valor ensimismado propio. Tal vez por eso, en esta sociedad actual en la que todo son prisas y deprisas, la poesía ha decaído. Demasiado esfuerzo, demasiado sentimiento, demasiado silencio para su lectura.

El libro se beneficia de ese bagage poético de su autor, especialmente atento a aplicar, también a su prosa, el preciosismo miniaturista de los versos.

Señalar que en los poemas del libro, la más íntima, Ordóñez se coloca frente al lector oyente en un monólogo expositivo directo cargado de registros y experiencias personales que plantea y describe mirándonos a los ojos, cara a cara, diciéndonos, por emplear su lenguaje coloquial: “Tío, esto es lo que hay”.

Por el contrario, en las narraciones en prosa, el autor se sitúa a nuestro lado, nos pasa cariñosamente la mano por el hombro e, invitándonos a observar el espectáculo del mundo, nos dice: “Veamos juntos lo que es la vida”. Esa cordialidad (ahora se le llama complicidad) entre autor y lector no impide que, sistemáticamente, quedemos sobrecogidos por lo que se nos muestra. La muerte y la vida, con todo el abanico de pasiones que van y caben en la una y en la otra, tienen su asiento en la obra.

Al principio he dicho que el libro es difícilmente clasificable. Solo se me ocurre un adjetivo que aplicarle. Si entendemos que la Literatura es emoción y trascendencia, que es creación, La Malvadez es Literatura en estado puro.

No renuncio, para acabar esta reseña transcribir, en negro sobre blanco, un fragmento de una de los poemas: Tu voz.

Tras penar y tras pensarte,

tras amarte sin remedio,

solo tengo tu voz.

Lo demás… es un desierto.

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