Guía de Despacho, de Enrique Winter

GUÍA DE DESPACHO
Enrique Winter

Editorial Cuarto Propio, Chile, 2010

Por Valeria Tentoni

De la misma casa editora que publicó Ejercicios de enlace, de David Bustos –un libro que ya me había atraído por el arte de tapa, igual que éste-, `Guía de despacho´, de Enrique Winter (clase 1982). Y no apunto esto como nota meramente superficial: varias publicaciones chilenas gozan de buena salud estética, algo que logran encastrar a la obra, algo que le aprovecha a la obra. Un trabajo visual que complementa y anuncia el contenido del libro.

Este poemario, que es también una guía para la navegación, un “cuarto de derrota” (R.A.E.: Local del buque donde se guardan y consultan las cartas marinas, derroteros, cuadernos de faros, etc., así como el instrumental náutico para hallar la situación en la mar). Los buques y las hijas pierden el nombre bajo el mar: el nombre como una arquitectura que se mantiene en pie sobre arenas blandas, removidas por el oleaje.

Poemas como perlas al fondo, entre las costras marinas. Borlas nacaradas, cubiertas por la cerrazón y la profundidad, que refulgen sobre lo oscuro. Por caso, “Guzmán”: Es una estría el puerto puesta/ en la panza del mar la madre/ que en el balcón pierde los aros/ y la blusa no las estrías/ bajo un pezón sobre la panza/ mientras aúlla sobre otro/ que sin un hijo es un hijo.

El iris (el mar, el sol, el perro, el copo de nieve) inadvertido: algo que no funciona aquí por horizonte o por escenario, sino como personificación de una urdimbre dolorosa, que se torna inubicable sólo para poderse tolerar. En el cielo despejado no hay puntos de referencia/ para decir cerca o lejos.

Otros que tapan el sol con un dedo, uno construido por albañiles y arquitectos –padres que olvidan los nombres-, un sol que en plural confunde la lengua, como delgados pájaros de interferencia (qué otra cosa, las palabras, que pájaros). Aves que los niños bien pueden girar si son esculturas, para echárselos encima. Si el monumento es de un pájaro,/ natural es que los niños lo giren para que vuele/ y desatornillado caiga sobre uno o dos de ellos. ¿Con qué esperanza puede detenerse un pájaro en piedra, lo mismo que decir “esto se llama así, esto otro así”? La forma que reclama su guarida en el diccionario y se retoba, a su vez, histérica. Winter se pregunta: ¿Cuándo comienza/ a ser un gato ese dibujo? ¿Cuándo comienza a encajar la desinencia de las cosas? No hay palabras para el olfato (…) sólo aproximaciones, ofertas. O bien: ¿Cómo se llaman las palabras otra y parte? El autor se pregunta por las palabras que la ballena se devora al llevarse a la boca al actor -al que se mueve, señala y fotografía, relata-.

Un modo de vida es apenas un líquido viscoso/ espuma sobre otro modo de mar. Una manera de decir las cosas es un modo de vida, así también una manera de escribirlas. Una espuma que en `Guía de despacho´ está construida por viajes, correos, novias, buses, cámaras de fotos –obturadores que ya saben que la luz es cáscara y costra, y por eso a veces los rollos acaban por velarse-. EL HUMANO COMIENZA A SER HUMANO EN EL MAR, que es el lenguaje: eso que marea y turba su propia estructura, eso que aparece y ya se revuelca sobre su color. Eso que la poesía apenas alcanza –y así y todo lo hace mejor que nadie-: burbujas que la ballena dispensa desde lo profundo, revientes de aire en el lomo del acero líquido.

Sólo puede guiar quien se guarda a sí mismo.

Una guía de despacho es un documento mercantil. Uno que acompaña a la mercadería en su tránsito, y cumple la sola función de denunciar su existencia para la confección de inventarios (¿qué es un diccionario sino un inventario, un registro de lo que hay en el mundo, pájaros intermitentes que se posan aquí y allá para sonar?). Algo que dice que las cosas existen, mientras se mueven, y a pesar de que se estén moviendo. “Mercancía” también se dice “existencia”. Lo que se nombra, es. Los nombres –las palabras son el nombre de las cosas, y los nombres de los hijos se les olvidan hasta a sus padres- : existencias que flotan en una marea amenazada por ballenas y obturadores. El poema como una máquina reveladora de fotos que puede velar la toma para hacer del sol un punto rojo, un dedo que tapa el círculo y lo engaña, hasta que la tinta lo tolere.

Enrique Winter, en su cuarto de derrota, consultando las hojas de ruta. Los trayectos de su existencia –otra mercancía que necesita documentarse, escribirse, para ser en movimiento-. Un cuarto oscuro en el que abre las ventanas en el momento exacto en que el fijador está plasmando el rollo para que la luz penetre y corroa la forma.

Dos poemas extraídos de `Guía de Despacho´

MÚSICA 0114

Esto
como una forma trunca de hablar con los muertos
de aguantar la angustia de una viola que sigue
sonando cuando nadie la toca
de respirar el día que hay en la noche y no su peso
sobre el desierto y quien cava
día guiñarle el ojo
y sus muslos a la compañera de pega que nos sonríe
a falta de una séptima cuerda
cuya sola pulsión escucharía a los detenidos
que jamás pudimos desenterrar.

REGALO 0127

Uno se va lejos para no recibir visitas.

Pero si uno está lejos y vienen a verlo de sorpresa
para cantarle feliz cumpleaños (challas y restos de ramitas, crema)
uno empieza a entender la cercanía.

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