Haciendo amigos (5)

Por Pedro de Paz.

Mariliendres culturales.

El colectivo gay suele emplear —de forma despectiva en algunas ocasiones, de forma coloquial en la mayoría de ellas— el peculiar término mariliendre para definir a ciertas mujeres heterosexuales con dificultad para las relaciones sociales que buscan ganarse la confianza de hombres homosexuales y anhelan su compañía con el fin de compartir con ellos su círculo de amistades y sentirse integradas en un determinado grupo social pero que, en el fondo, no sienten el menor interés por la homosexualidad o por su forma de vida. Muy al contrario.

Recientemente me sorprendí cayendo en la cuenta de que el término y el concepto pueden ser extensibles a otros ámbitos y que, curiosamente, el cultural no es ajeno a ello. Y el literario menos aún.

Por lo general, este curioso grupo, al que podríamos denominar mariliendres culturales, suele estar compuesto por una serie de personas ávidas de reconocimiento social con la peculiaridad de que han decidido buscar dicho mérito navegando entre las procelosas aguas del mundillo cultural, de la misma manera que podían haberlo intentado —dudo incluso que no lo hayan hecho— en otros ámbitos. Supongo que se hacen seguidores de eventos intelectuales como podrían haberse hecho de Belén Esteban, de la cantante Tamara-Yurena-Ambar-Rojo-Verde o de la pitonisa Lola. La diferencia la marca el asumir que el contexto cultural proporcionará un mayor glamour elitista a sus ansias de repercusión.

Que conste que con tan peregrina afirmación no me estoy refiriendo a esas lascivas y casquivanas señoritas de ánimo concupiscente que, en toda reunión literaria a la que asisto, terminan por sentirse irresistiblemente atraídas por la varonil apostura de Jorge Díaz, ese vecino de columna («The boy next column») al que odio con toda mi alma. Tampoco me estoy refiriendo a la compañía —sumamente grata y complaciente— de escritores noveles o lectores agradecidos tan asiduos a este tipo de saraos. Nada que ver. A diferencia de estos, los mariliendres culturales suelen presumir de inquietudes intelectuales pero no suelen albergar realmente ninguna a poco que uno rasque el barniz. La impostura suele ser fácil de poner al descubierto. Trastocan nombres de autores, componen títulos imposibles que afirman con rotundidad haber leído —con la lectura de «Las costuras del tiempo» me dijo recientemente uno de estos melones haber disfrutado una barbaridad— pero no sólo no pueden hablarte del argumento de la obra que dicen haber leído sino ni siquiera recuerdan el color de la cubierta. Es pura pose y poderío mísero. Y, a pesar de ello, no pierden la oportunidad de arrimar su figura a un acontecimiento cultural así los maten. En el ámbito literario no hay más que abrir un poco el ojo y permanecer atento en presentaciones, fiestas y reuniones varias para localizar con cierta exactitud algunos de los ejemplares mencionados.

Vaya por delante que no albergo ninguna animosidad específica por este jubiloso sector, que me atrevería a nominar incluso de contracultural. Cada uno se busca las habichuelas como puede para con sus opciones de ocio o de negocio. Pero me jode el vacile sobre todo cuando me toca personalmente. Recientemente he sido invitado a participar en un acto organizado por un grupo de personas que podríamos definir afines al mencionado cliché. Un evento en apariencia cultural pero que escondía en realidad la promoción pura y dura de una popular marca. Y uno termina por descubrir con cierto estupor que estos mariliendres ya no se conforman con «canibalizar» fama y fortuna arrimándose a soles que calientan más sino que, además, han pasado a organizar sus propios eventos, en los que abunda todo tipo de cualidades excepto las que pregonan —las culturales—, con el ánimo de jugar en casa y que el asunto les resulte más cómodo y rentable. Y por ahí sí que no paso. Lo de actuar como figura de relumbrón, adorno intelectual o animal social en reuniones no sólo ajenas a mis intereses sino próximas a motivaciones bastardas pues como que no. Que uno será un escritor pobre pero muy digno y mirado para ciertas cosas. Y para este tipo de cuestiones, soy partidario de hacer como con los amigos del Facebook. Prefiero pocos, pero con las ideas claras, sin máscaras, bien avenidos y sabiendo a qué jugamos todos.

Parque Coimbra, enero de 2011

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