La vida cotidiana, de Daniel Gascón

Por Robert Sendra

En un escritorio situado frente a una ventana se distribuyen desordenados un ordenador portátil en pleno rendimiento, una taza de café, un periódico, un teléfono móvil, un vaso de alcohol, un sándwich incompleto y algún que otro preservativo. El escritorio que llena la portada de la colección de relatos de La vida cotidiana (Alfabia) podría ser la mesa de trabajo de una persona normal y corriente de alrededor de los treinta años que trata de encontrar, y sobre todo disfrutar con la búsqueda, su rincón en el terreno profesional, sentimental e incluso ideológico. De hecho, a lo largo de 14 cuentos, el escritor y guionista zaragozano Daniel Gascón logra convertirse en un cronista del joven del siglo XXI, con sus más y sus menos, y lo hace a través de relatos sencillos y cercanos que ponen los pies en el suelo tanto en el contenido como en la forma.

En vez de jactarse con alardes imaginativos repletos de amores magnánimos que todo lo arrasan, de investigadores secretos o de personajes valientes, La vida cotidiana se va a lo pequeño y a lo común. En el libro se dan cita desde experiencias de estudiantes en el extranjero o relaciones amorosas que nacen, se ramifican y mueren a la velocidad que marcan las hormonas, hasta trabajos iniciáticos para abrirse camino que resultan mecánicos y no se corresponden en absoluto con las expectativas cultivadas a lo largo de la carrera universitaria. En efecto, los cuentos de Gascón hablan de mundos perfectamente reconocibles e identificables para los jóvenes, que transitan entre el descubrimiento constante de personas, parejas, amigos, trabajos e ideales, sin olvidar el peso del pasado. Se trata de la historia del vecino, del amigo, del primo, contada frente a un café humeante, narrada en una breve conversación telefónica o espiada a través de un agujerito en la pared. Los relatos fluyen como experiencias que en un primer momento no superan la categoría de anécdotas y que el tiempo las asciende al trono de las gotas que van llenando la personalidad de un individuo casi sin que se de cuenta.

En esta apuesta de Gascón por lo común, lo autobiográfico y lo cercano, el elemento decisivo para que el engranaje de las tramas funcione es el prisma realista desde donde lo cuenta. Como en la vida misma, la cabeza funciona más rápido y más obsesivamente que los acontecimientos. Los relatos de Gascón van en esa dirección, ya que en ocasiones la trama crece en base a suposiciones, miedos, pronósticos catastrofistas, que finalmente no se acaban cumpliendo. En alguna ocasión, el realismo provoca que algún cuento no parezca del todo redondo y que se le intuyan algunas aristas que incluso acaban enriqueciendo los relatos. Después de acabar de leer el libro, uno tiene la enriquecedora sensación de haberse reconocido en sus páginas en más de una ocasión.

La vida cotidiana, de Daniel Gascón. Barcelona, Ediciones Alfabia. 173 pp.

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