La realidad funciona a modo de espejo

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

¿Qué hemos heredado de la ciencia, del arte y de la filosofía del siglo XX? Una visión muy determinada de lo real: estéril, monótona y vacía de sentido. Una visión que nos arrincona y nos deja paralizados.

Nuestro pecho está reblandecido y de él apenas sale un hilo de deseo: fino, débil e impotente. Habitamos un escenario que ni promete ni deja sembrar promesas. No hay intensidad. Tan sólo nos deslizamos por una superficie de hielo al ritmo de un tiempo que sólo es una cuenta atrás. Nuestro espíritu está mustio y anémico. Debilitado se hunde como un anciano en su último invierno. Y, en consecuencia, nuestra cultura es el canto de un gran cisne. Alguien me podría decir, “¿pero no es este discurso demasiado “pesimista”?, ¿en qué te basas para mantenerlo?” Para responder, tomaré un hecho que creo muy significativo: el esplendor al que asistimos del género fantástico. Multiplicado, inunda todos los espacios: cine, novela, cómic, video juegos… Y esta presencia revela una necesidad fuerte de huida de una realidad que no sacia a otros mundos. Pero estas huidas son efímeras y la realidad, cuando termina la película, cerramos la novela o el cómic, o apagamos la videoconsola vuelve a imponerse, y la magia se esfuma como el agua entre los dedos. ¿Qué hacer con una visión del mundo que aprieta y debilita? Esta pregunta debe ser contestada con una verdad que puede incomodar: tenemos la realidad que nos merecemos. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que nuestra visión del mundo es un constructo que elaboramos a través de la cultura y que depende, directamente, del estado de nuestro espíritu. Es decir, lo real «no existe”, debe ser generado. Y es que la realidad funciona a modo de espejo: nos devuelve la imagen de lo que hemos hecho de nosotros. Así, toda cosmovisión es una proyección de lo que somos, y ella sólo cambiará si nosotros cambiamos. De esta manera, observamos, una vez más, que toda transformación debe darse de dentro hacia fuera. Y es que modificarnos es parir una nueva cosmovisión.

Sin duda hay mucho trabajo por delante, pero nosotros no podemos imponer el ritmo, debemos adaptarnos a lo que llega, irle cediendo espacio. Para ello, será indispensable no tener miedo al cambio. Y es que nos sentimos más seguros en la ficción de la quietud. Una ficción milenaria que opone resistencia a una metamorfosis que ya ha comenzado: el arte, la ciencia y la filosofía ya están trayendo los primeros signos. Signos que nos hablan de una materia que se despierta del sueño impuesto, de un vacío que se abre como un huevo liberando energía, de un espacio que estalla en infinitos, de una conexión íntima entre los entes que rompe con la vieja idea de causalidad… en definitiva, una aventura que acaba de comenzar y que debemos dejar que nos invada para que llegue a florecer, y para eso será imprescindible ir apagando el fuego de nuestras viejas creencias. Dejarnos llevar por el acontecimiento. Entregarnos a la metamorfosis sin oponer resistencia. Escuchar la nueva música que comienza a sonar en nuestro pecho. Y así, lentamente, ir abriendo un nuevo mundo al generar una nueva manera de “comprender” lo real. Conformemos una nueva imagen en el espejo. Enterremos a la que ya no nos pertenece. Y para saberlo no hay mejor prueba que escuchar al desasosiego que nos produce una cosmovisión que ya no es nuestra y, por tanto, que nos aprieta y hiere. Debemos salir de ese cadáver. Provocar un renacimiento. Y para ello, debemos desanudar a la imaginación y dejarla correr. Permitirla entrelazarse con el mundo, con sus elementos, para que los fecunde, es decir, para que siembre realidad. Desdibujar y parir nuevas fronteras, y dejar de escondernos en pequeñas creaciones llenas de magia, ya sean cuentos, películas, relatos, cómics… Ellas deben ocupar su lugar. Nos dejan entrar y recorrerlas, sentirlas por un momento, pero luego debemos volver y hacernos cargo del mundo, y es que, como ya hemos dicho, sólo así nos haremos cargo de nosotros mismos.

4 thoughts on “La realidad funciona a modo de espejo

  • el 28 febrero, 2011 a las 10:54 am
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    Debord o Castoriadis proponían algo semejante, si lo he entendido bien, precisamente en el siglo XX.

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  • el 28 febrero, 2011 a las 6:17 pm
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    Siempre hay islas.
    Saludos, Óscar.

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  • el 1 marzo, 2011 a las 5:19 pm
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    La propuesta sin duda no tiene nada de «original» porque eso no existe, pero la excesiva observancia de un paradigma hace que ideas que pueden ser muy viejas se desdibujen. Es entonces cuando adquieren tremenda relevancia y es allí cuando desde todos los ámbitos de la experiencia humana, algunas «islas», auténticos filósofos, podría decirse, más allá de su profesión, llaman la atención sobre esas ideas y las inmensas posibilidades que ofrecen. Podemos remontarnos incluso a Heráclito y escuchar en su voz algunos ecos del artículo de Gonzalo. No obstante, lo difícil es precisamente VIVIR esas ideas que quizá desde hace rato hemos intuido e incluso tal vez racionalizado. El cambio más ínfimo en nuestras vidas resulta bastante traumático, lo cual es un indicio de cuan cómodos nos sentimos en el letargo, aún a costas de un desasosiego que no da tregua y que tratamos de mitigar, por ejemplo, con vicios. Es ese desasosiego, en resumidas cuentas, el origen último de que llevemos estilos de vida malsanos que nublan nuestra consciencia e impiden nuestra realización.
    Me gustó mucho el artículo, espero poder comentar con más amplitud en lo sucesivo, habiendo conocido mejor la revista, pues me enteré de su existencia hace veinte minutos. Simplemente no quería dejar pasar la oportunidad de comentar.

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  • el 2 marzo, 2011 a las 12:18 am
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    Juan Carlos, agradezco mucho tu comentario. Bienvenido a Culturamas.
    «VIVIR esas ideas». Sin duda ahí está la clave y el verdadero reto.
    Saludos.

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