Suma cero

Por Miguel Carreira.

La teoría de juegos es un área de las matemáticas que, dicho por un lego en la materia, crea modelos que permitan analizar las acciones bajo lo que se llama «estructuras formalizadas de incentivos». Dicho de otra forma -seguramente bastante incorrecta, me temo- estudia modelos de comportamiento en base a unas reglas que determinan las elecciones de los jugadores a una serie de posibilidades con las que pueden alcanzar unos objetivos más o menos establecidos.

Entre las tipologías de juego estudiadas por esta teoría están los juegos de colaboración, en los que los individuos tienen que decidir su comportamiento en base a las acciones de los demás jugadores. Los juegos se pueden catalogar por la información de los distintos jugadores, por sus posibilidades, por su extensión… Otra categoría son los juegos denominados de «suma cero», que son aquellos en el que todo lo que un jugador gana implica una pérdida para resto de jugadores, esto es, la suma total de los beneficios siempre suma cero. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el poker: sólo se puede ganar lo que pierden los demás.

En las polémicas entre el libro digital y el libro tradicional, a menudo se llegan a conclusiones parecidas. Da la impresión de que, el enfrentamiento entre el libro analógico y el digital es como una lucha darwiniana por la supervivencia, en la que sólo sobrevivirá uno de los dos formatos. Cada lector digital supone la pérdida de un lector analógico. La suma de los beneficios es cero.

Es muy dificil hacer predicciones, pero cuesta imaginar, al menos a corto plazo, un futuro tan simplificado. La elección entre libros digitales o  libros tradicionales, sin espacio para la convivencia de ambos, probablemente sólo se puede defender hoy en día para un futuro lejano o en un plano teórico. A medio plazo, parece mucho más viable un futuro mestizo, en el que los libros digitales y los libros en papel entablen una relación probablemente mucho más compleja de lo que han tenido hasta ahora y, desde luego, en una relación mucho más compleja que la simple negación de la posibilidad de la existencia del otro.

Casi todo lo que ocurre ahora mismo en esta batalla entre lo digital y lo analógico se puede interpretar como una agresión del primero. El libro digital ataca, gana puestos, establece cabezas de puente y sólo espera el momento definitivo para aniquilar al enemigo definitivamente. No es la primera vez que lo hace, así que está seguro de la victoria. Tiene un método elaborado. Sin embargo, esta vez el enemigo parece mucho más fuerte, aunque, en realidad, no es una cuestión de fuerza, porque este enemigo es mucho menos potente en principio que otros que ha aniquilado ya. Parece, sin embargo un enemigo diferente. Aunque más pobre y tecnológicamente mucho menos preparado parece que está más enraizado en la tierra, más dispuesto a plantar cara. Quizás, también, más acostumbrado a las dificultades.

Aún así da la impresión de que cualquier cambio, cualquier movimiento, va necesariamente en la misma dirección: la eliminación del libro en papel y su sustitución por lo digital. Por eso son interesantes iniciativas como las de Volumique, una empresa que se dedica a utilizar la tecnología para dar nuevas posibilidades al  libro, utilizando técnicas como la realidad aumentada o utilizando el teléfono móvil para crear un juego en papel en el que el teléfono hace las veces de barco.

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¿Será este el futuro del mundo editorial? Lo dudo mucho. Tampoco lo espero, además. Sinceramente no parece que esta sea una fórmula con mucho futuro, pero, quién sabe. Quizás alguna variación del sistema sea aplicable a un futuro digital en el que la convivencia de los dos formatos no se lea necesariamente en clave de batalla. Quizás un sistema que permita al lector acceder a la consulta de palabras, a la wikipedia o a contenidos adicionales con los que el autor quiera acompañar su texto. Tal vez haya un tipo de editor en el futuro que dificilmente se puede equiparar al editor actual y que tenga entre sus funciones proponer una música determinada para leer a Shakespeare o un catálogo de herramientas si de lo que se trata es de un manual de jardinería. Es sólo una opción más en un escenario incierto, quizás ni siquiera sea una opción particularmente plausible pero, en cualquier caso, es una opción que nos recuerda la posibilidad de que no todos los horizontes nos llevan al cero, a la derrota de uno de los agentes. Nos recuerda que no todos los juegos son de guerra.

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