El mundo según Barney: el recuerdo tamizado por el alcohol.

Por Luis Muñoz Díez.

 

La muy curiosa película de Richard J. Lewis se basa en la novela cómica La versión de Barney, de Modecai Richler.  El porqué se ve obligado Barney a contar su particular visión de las cosas de este mundo, se debe a la publicación de una biografía sobre él, escrita por un policía frustrado por no haber podido inculparle por el asesinato de Boggie, el mejor amigo de Barney.

 

El escándalo que causa el libro arrastra al polémico productor de cine erótico a bucear en su pasado. Un viaje tan desdibujado que a veces se vuelve opaco por la dificultad de recomponer unos recuerdos difuminados o borrados por los excesos del alcohol.

 

Todo el mundo tiene la sospecha de que Barney tuvo mucho que ver con la desaparición  de su amigo. Se perdió su pista en el lago que había precisamente junto al lado de la casa de Barney, después de que el productor le sorprendiera junto a su segunda esposa en un gozoso encuentro sexual. Lo peor, es que a veces el opaco recuerdo de lo ocurrido le hace creerse culpable.

 

El actor, Paul Giamattí, nacido en New Haven Connecticut, es descendiente de irlandeses e italianos, como su apellido indica, e hijo de un profesor de Yale. Hace un verdadero juego de malabar en la sutileza de interpretar a Barney durante toda su vida, prestando al personaje la mirada cándida del joven enamorado que se casa en Roma, por primera vez, con una pintora tan embarazada que apenas puede llegar al palacio de justicia donde se celebra la boda. ¿Por qué le califico de cándido?, porque a la secuencia siguiente la pintora parirá un niño de color que, evidentemente, no es suyo.

 

La conversación que mantiene en la improvisada visita que hace el padre de la pintora a Barney, que finaliza con la decisión de éste de echar a su primer suegro de la casa a empujones, es memorable.

 

El personaje evoluciona hasta acabar como se nos muestra en la secuencia primera, antes de iniciar su viaje al pasado, cuando borracho y desvencijado llama al actual marido de su ex mujer con el único propósito de fastidiar contándole que tiene fotos de su ex mujer ligera de ropa.

 

El relato se mueve en el escurridizo terreno de los sentimientos y los lazos afectivos, sin olvidarnos de la culpa. Sus tres esposas son tres mujeres muy atractivas y diferentes a la primera, una pintora casquivana a la que le presta sus curvas la sensual Rachelle Lefevre. A la segunda, una judía rica de libro, Minnie Driver. Y a su tercera esposa y madre de sus hijos, la deliciosa Rosamund Pike. A su amigo del alma Boggie, al que presta su buen físico el actor Scott Speedman. Pero el auténtico antagonista es su padre, recreado por un Dustin Hoffman inmenso y ganador de un Óscar. Hoffnan es un ex policía judío que toca tierra, exento de cualquier artificio, todo verdad en un ejemplo de autoaceptación. El personaje de Brandy es más sombrío, pero coherente. Egoísta, inoportuno y sazonado en alcohol.

 

Richard J.Lewis expone a los personajes sin someterlos a juicio alguno, tal cual son. Incluso, hace revelarse a Brandy ante su estricto segundo suegro cuando afea su conducta y la de su padre en su propia boda. Arremete contra el padre de su recién estrenada mujer al que argumenta que aunque su padre hubiera manoseado –por no entrar en el dactilar ejemplo que pone- a la más respetable señora de la boda le seguiría exigiendo el mismo respeto para él.

 

La película muestra y sugiere en un equilibrio entre la ética y lo amoral, nunca lo inmoral, con un metraje de dos horas y cuarto que a mí me mantuvo atento durante toda la evolución de la historia.

 

De la mano de Richard J. Lewis, acompañamos a Brandy desde su época bohemia en Europa, viajamos con él a Canadá, asistimos a sus matrimonios y, finalmente, a su desconcertada vida como productor de películas eróticas, chupando alcohol como constante vital a su pérdida total de memoria.

 

Si J. Lewis se ha propuesto que empaticemos con él, disculpemos sus torpezas sociales, nos emocione el amor que siente por su tercera mujer y sintamos impotencia ante la nebulosa alcohólica que socava su complejo de culpa basado en la opacidad de sus recuerdos, conmigo, lo  ha conseguido.

 

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