Entrevista a Fernando Arrabal

Arrabal y su ceremonia de la confusión

El dramaturgo asistió a la primera representación en español de su obra “El Jardín de las Delicias”

Por Elena Higueras, Fotos: Pablo Álvarez




Fernando Arrabal. Foto de Pablo Álvarez
Fernando Arrabal. Foto de Pablo Álvarez

Confundido. Me espera sentado, tenso, receloso de la odiosa máquina que se empeña en registrar su singular acento afrancesado. Confundida. Aguardo perdida, nerviosa, expectante ante una respuesta que tarda en llegar. ¿Qué siente un dramaturgo minutos antes de que se estrene por primera vez en español una obra que escribió hace más de medio siglo? Y por fin dispara. Un tiro preciso, limpio y mortal.

“Confusión. Sentimientos confusos como todo lo que me sucede, por eso he basado mi avatar de la modernidad en la confusión, es decir en el principio de la indeterminación. Me gustaría emocionarme más de lo que me emocionan estas situaciones de mi vida que vivo todas las semanas, porque es rara la semana que no asisto a un estreno, pero en éste en particular más, porque voy a oír mi obra por mi primera vez en mi lengua”.

Fernando Arrabal comenzó a escribir El Jardín de las Delicias en 1967, desde la prisión donde fue encerrado por el régimen franquista acusado de ofensas a la patria. ¿Su delito? Redactar una dedicatoria que rezaba: “Me cago en Dios, en la Patra y en todo lo demás”. La Patra era su gata…

Desde su estreno en París, la obra ha dado varias vueltas al tablero pero sin pasar jamás por la casilla de España. La pregunta en rueda de prensa era obligada y su contestación, sin embargo, bien distinta a la que tenía reservada para momentos antes del gran acontecimiento. «Esta obra está en escrita en prisión, de ahí la emoción que voy a sentir mañana cuando escuche en castellano una representación que no había tenido oportunidad de ver nunca», confesaba 24 horas antes.

P- El Jardín de las Delicias debe su nombre al famoso tríptico de El Bosco, aunque sólo comparte con él ciertos paralelismos simbólicos. Pero ¿qué quiso transmitir con este texto?

R- Creo que nunca intenté transmitir nada. El resultado de una obra siempre es una sorpresa para el autor, tanto los fracasos como los éxitos, son sorpresa las obras que se representan y las que no. Por ejemplo, la obra mía que más se representa es Picnic, que es mi peor obra. Ahora se está haciendo en los cinco continentes por razones obvias: hay guerras en todos ellos. ¿Por qué se ha preferido siempre hacer El arquitecto y el emperador de Asiria a El jardín de las delicias? ¿Qué quise decir? Teniendo en cuenta donde la escribí, si conseguía decirme algo a mí mismo ya era bastante.

P- El drama reflexiona sobre la libertad, sobre lo que nos libera física y espiritualmente. ¿Qué impide nuestra libertad hoy en día?

R- Lo mismo de siempre. La intolerancia bajo distintos disfraces es siempre la misma, las inquisiciones son siempre las mismas. Por un lado están los inquisidores y los intereses creados que fomentan. Esto está muy claro en la historia de España, por eso es una sorpresa que nadie hiciera una carta a Franco, que sea yo el único, pero creo que había que decir algunas cosas que postmortem tiene menos valor considerarlas.

P- ¿Cuál es su jardín de las delicias?

R- Cuando me metieron en la cárcel se movilizaron todos mis colegas, desde Arthur Miller hasta Octavio Paz, incluso gente que después llegaría a ser Premio Nobel como Vicente Aleixandre o Camilo José Cela. Eso va a dar ocasión a un acto significativo y que explica qué es en cierta manera El jardín de las delicias. Yo conocí a todos los que hoy se consideran los mejores, desde Buñuel hasta Dalí, desde Picasso a Andy Warhol, desde André Breton hasta los patafísicos… Si he conocido a Dalí fue para hacer una obra de teatro cibernético, si he conocido a Ionesco es para hablar de su relación con Dios, si he conocido a Jodorowsky y a Topor y hemos creado el movimiento pánico era porque teníamos la esperanza de hacer algo mejor. Si yo estoy vivo se lo debo a todos ellos.

Fernando Arrabal. Foto de Pablo Álvarez
Fernando Arrabal. Foto de Pablo Álvarez

P- Además de teatro, ha publicado novelas, libros de poesía y ensayo, ha escrito óperas, dirigido largometrajes y pintado cuadros. ¿Le queda alguna pasión frustrada por explotar?

R- Mi vida es una frustración, todo lo que me hubiera gustado ser no lo he podido ser, por ejemplo jugador de ajedrez o matemático, en todos esos terrenos he sido y soy aficionado. Por otra parte, “pintura” es una gran palabra porque en realidad lo que he hecho son croquis que han realizado muchos pintores, diría que casi todos los pintores contemporáneos han trabajado sobre croquis o sobre textos míos. Creo que habría que buscar cuál es el gran pintor de hoy con el que no he hecho nada, es decir, que no me ha hecho ese honor, porque yo me considero muy inferior a ellos, como a Magritte, Picasso o Dalí.

P- ¿Con qué nos sorprenderá en el futuro?

R- Tengo el propósito de no volver a escribir un libro comercial. Cada año escribo entre 10 y 30 libros, pero son muy breves y eso sí que seguiré haciéndolo, pero el gran libro de mi vida y que será publicado postmortem, es la página de Beckett, el testamento, el libro total. No puedo imaginarme que pueda concluirlo, a pesar de que la parte más importante tiene ya más de mil páginas. Es muy difícil para un poeta, para un dramaturgo tener proyectos, porque todos serán frustrados. Es milagroso que hasta usted se interese por mí… Tener un proyecto significaría estar seguro de que algo se va a hacer. Todos los meses hay 10 o 12 ciudades que quieren verme, ¿por qué sucede es eso? Precisamente porque murieron los grandes. A la gente le hubiera gustado que viniera Ionesco o Beckett, si tuvieran que llamar a un español habrían elegido a Picasso o a Dalí, si fuera un surrealista sería Breton… Como yo he estado en todo eso, por narices me tienen que llamar a mí, como reserva.

La modestia del creador del movimiento pánico, de uno de los máximos exponentes del teatro contemporáneo español, de un maestro del absurdo, contrasta con el aplauso que ha resonado dentro y fuera de nuestras fronteras, con reconocimientos como el Premio Mariano de Cavia de periodismo, el premio Nadal, el Nabokov, dos Premios Nacionales de Teatro, el Gran Premio de Teatro de la Academia Francesa, el Espasa de ensayo, el World´s Theater, el Wittgenstein o el Alessandro Manzoni de poesía, entre otros muchos. Modestia que queda reafirmada cuando, entre la carcajada de su auditorio, reconoce que en España sólo le conocemos porque una vez se emborrachó en televisión… En fin… si él supiera. Arrabal se pide una coca-cola… ¿y yo? Creo que tomaré otra de confusión, por favor.

5 thoughts on “Entrevista a Fernando Arrabal

  • el 12 abril, 2011 a las 5:18 pm
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    «Como yo he estado en todo eso, por narices me tienen que llamar a mí, como reserva»
    Que maquina el tio, ya querría cualquiera haber estado en todo eso, por algo sería.

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  • el 12 abril, 2011 a las 6:45 pm
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    No conocía esa faceta coqueta del autor, preocupándose por el qué dirán al oír su acento. Un detalle que aporta otra visión de la personalidad del entrevistado. Muy bien visto por la periodista. Enhorabuena.

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  • el 13 abril, 2011 a las 7:35 am
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    Tuve la oportunidad de conocerlo personalmente y es un señor encantador y entrañable. Pequeño y delicado, de movimientos lentos, calculados. Vestido totalmente de negro. La nota de color en la camiseta. Un fotomontaje impreso de una foto suya muy colorista. Siempre con sus gafas casi redondas y diminutas. Me sorprendió descubrir sus ojos claros, azul intenso, cuando en un momento me miró fijamente sin ellas. Seguramente no me vio claramente a causa de la miopía. Una mirada dulce.
    La dulzura de su señora Luce también me sorprendió que, como él, es delicada como una luz cálida. Como su nombre. El amor que comparten se reconoce desde el primer momento. Se tratan de «mi amor». Emociona verlos.
    Enhorabuena Elena por la entrevista. ¡Lo conseguiste!

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  • el 14 abril, 2011 a las 6:42 am
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    ¡Gracias! Pena que no vivan en España…

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  • el 14 abril, 2011 a las 7:33 am
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    Si, una pena… Solo nos queda ir a visitarlos. Bueno y ¡la experiencia!

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