Deliciosamente anacrónico (Sobre Félix Fénéon y sus Novelas en tres líneas)

 

Por Antonio Jiménez Morato.

Félix Fénéon se le presenta al lector de hoy como un artista de una actual pasmosa si nos atenemos a su obra, a la labor que realizó y, como curiosa paradoja, sorprendentemente antiguo si tomamos conocimiento de él por su biografía. Este extraño contraste es lo que constituye, en sí, el verdadero motivo de su importancia. Si todo el conocimiento se basa en valores cargados positiva o negativamente con una característica, encontrar una figura que, en sí misma, reúna ambas posibilidades la hace mucho más sugestiva.

 

La obra de Fénéon, en su inmediatez, concreción y, por qué no decirlo, falta de regularidad, parece escrita en cualquiera de los apartamentos donde viven apretados los ciudadanos del siglo xxi.

 

Lo primero que resulta llamativo de su producción es que es anecdótica en buena medida. Sus trabajos firmados fueron, muchas veces, meramente crematísticos, del mismo modo en que lo fue su desempeño como funcionario, y se ciñen a traducciones y las noticias breves que escribió durante un año para Le Matin y que han sido reunidas bajo el nombre de Novelas en tres líneas. Su verdadera obra en sí es la de editor de revistas y libros, la de marchante y crítico de arte, en resumen: la de descubridor de nuevas voces y miradas, algo tan relevante y fundamental para el devenir de la creación como poco vistoso.

 

Los textos de cuya lectura podemos disponer hoy son breves y directos, lo que explica el acercamiento que se ha venido haciendo a ellos como precursores de la aparente prestancia de las redes sociales en el mundo eminentemente virtual de hoy. Además, su vigencia se ve reforzada por la clara vocación de materialidad de su discurso. Él quiere difundir noticias, hechos, y el mejor modo de hacerlo es construirlos ante los ojos del lector con realidades concretas, perfectamente reconocibles y, lo que es más importante, que puedan ser por tanto visualizados por el lector del modo más rápido y cómodo. Pero, al mismo tiempo, ese contexto de urgencia, la vocación informativa y demás condicionantes hacen que esos mil quinientos textos que forman el libro sean abierta y francamente desiguales. Es lógico, si uno está obligado a cerrar la edición y tiene una pericia mínima de la sintaxis y conocimiento de los hechos no cuesta mucho hacer un resumen poco brillante pero efectivo de las noticias del día con las que salir del paso. En una recopilación como la que se ha editado no tiene sentido hacer una selección de los materiales, sino que deben ser reunidos todos y cada uno de ellos, porque no se trata, pese a lo que pudiera parecer, de una reunión de obras individuales, sino de un conjunto claramente concebido.

 

Lo que es verdaderamente relevante pues de estas Novelas en tres líneas es su concepto serial, su conjunto. Y en ese sentido se deja ver, una vez más, la influencia del mundo del arte en la obra y el pensamiento de Fénéon, que comienza a intuir esa posibilidad, la de las series artísticas, donde es más relevante el conjunto que cada una de las piezas mucho antes de que estas hagan su aparición en el contexto artístico. Lo novedoso del libro no reside en los textos, en el enfoque de las noticias policiales y de sucesos, sino en la mirada única sobre la realidad y el modo en que retrata no las noticias o los hechos, sino el fluir de la vida. Y la vida está hecha de días, uno detrás de otro, algunos tediosamente remarcables y otros seductoramente olvidables. Fénéon intuye, y explota hasta la extenuación esa idea que muchos artistas obvian porque no se detienen a pensar en ello: una narración realista, que traslade de modo veraz los hechos cotidianos, la vida mediocre del ciudadano medio, debe ser tediosa, reiterativa, monótona.

 

E inacabable. Fénéon dejó de escribir estos textos porque dejó el periódico, no porque no pudieran extenderse hasta formar un corpus tan monstruoso como fascinante. Se puede decir que arma un tejido breve, la trama que sirve como modelo y referencia de lo que podría, y debería, ser un lienzo eterno.

 

Eso son estas Novelas en tres líneas y es ahí, sobre todo, donde reside su interés y la ya mencionada vigencia que poseen como obra artística.

 

Pero también he mencionado lo anacrónico que resulta hoy su perfil biográfico. Fénéon no tendría nada que decir, muy posiblemente, en el mundo de la cultura de hoy, sería un paria, porque tenía una concepción muy incómoda de su función social.

 

Hoy no termina de saber casi nadie qué es un artista. Si hacemos caso a los medios de comunicación un productor de bienes de consumo que deben ser reseñados teniendo siempre en cuenta su valor de mercado y el éxito comercial de sus productos. Si hacemos caso a los catedráticos universitarios el artista es alguien que debe encargarse de mantener las excelencias de arte, la herencia de los que le precedieron y ocupar un lugar en los manuales de Historia de la materia, preocupado más por su relación con sus ancestros y sus descendientes que con el mundo en el que le ha tocado vivir. Pero Fénéon, precisamente, se negó a generar productos que pudieran ser consumidos por la burguesía, a la que odiaba, y tampoco le preocupaba más realidad que la de su tiempo, el arte nuevo que surgía, las noticias de sucesos de la ciudad en la que vivía, la situación social de sus congéneres. Desde luego, cuando se conoce a fondo la vida de Fénéon uno tiene una conciencia clara de que le importaban poco sus ascendientes y nada, o casi nada, lo que viniera detrás: él vivió siempre aferrado a la atroz materia del presente. Y eso es lo que hizo que, como ciudadano, tuviera una presencia notable, se volcase de manera inagotable con el tiempo que le tocó vivir hasta el punto de relacionarse con terroristas y llegar a participar, de forma más o menos directa, en algunas acciones del terrorismo anarquista de la época. También que se dedicase en cuerpo y alma a sus diferentes trabajos. Pero lo verdaderamente curioso de todo esto es que alguien con esa actividad sería hoy, de modo casi automático, pasto de la atención del público, en buena medida porque él mismo se postularía como objeto de noticia y comentario. Pero él prefirió, siempre, el anonimato. En ese sentido parece, también, un oblicuo precursor de los personajes de Walser, del protagonista de la única novela de Ville de la Mirmont, de los protagonistas de los textos kafkianos que apenas tienen una letra por nombre. La voluntad de anonimato de Fénéon resulta casi inverosímil si tenemos en cuenta su participación en tantas actividades. Y, sin embargo, podemos entender como algo totalmente sincero cuando afirma que aspira al silencio, al olvido, a pasar total, y absolutamente, desapercibido. Hoy, en un supermercado al que llamamos mundo, donde todo se trata en convertirse en el producto que llama la atención del cliente, por lo que muchos artistas, atinados en su lectura del mundo, se dedican más a diseñar y elaborar un envasado y etiquetado llamativo que un buen producto, Fénéon parece un discreto productor de marcas blancas que, tan sólo, deja su huella como un cif escondido en la letra diminuta del envase.

 

Pero es, precisamente por eso, por lo que resulta mucho más seductor. Hoy los artistas generan marcas: el autor joven, la novelista contestataria, el poeta marginal y tatuado, etc. No es de extrañar la fascinación de las jóvenes generaciones por alguien que ha generado la no-marca como Pynchon, tan obsesionado con ocultarse que ha generado una marca más, tan estúpida e intercambiable con las demás. Es el ejemplo máximo de la pose antisistema que, en realidad, no hace más que respetar y sacar partido del modo más artero del sistema en sí. La foto que conocemos de Fénéon es la de su ficha policial cuando fue detenido antes del juicio. Posiblemente se hizo muchas más, resulta inconcebible imaginar a Fénéon huyendo ante la presencia de una cámara, pero no las difundió. Ahí radica la verdadera esencia de la normalidad. En un mundo, el de hoy, donde todo se registra, donde todo el mundo fotografía, donde uno pasa a ser el decorado de las veinte o treinta fotos que hacen alrededor de uno mientras se toma una caña en cualquier terraza.

 

Fénéon no se oculta, sencillamente no da el paso al frente, no da codazos por aparecer en la foto, no considera que cada acto de su vida deba ser mostrado de cara al público. Ahí reside su radical anacronismo, su virtud principal. Una virtud que, como casi todas las cosas, tampoco tiene tanta importancia.

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