El día de mañana

Por Jorge Díaz.

El día de mañana. Ignacio Martínez de Pisón. Ed. Seix Barral.

 

Hay algo revelador en la fotografía que ilustra la portada de la última novela de Ignacio Martínez de Pisón (Dientes de leche, Carreteras Secundarias, Enterrar a los muertos…) Es una imagen en blanco y negro, quizá de los años 50, tomada en la barcelonesa plaza de Catalunya. En ella se ve a un hombre con traje, aunque no elegante, que lee el periódico mientras el limpiabotas está a sus pies, pero el interés de éste no está en el cepillo, el betún y los zapatos sino en el periódico, tal vez en la primera página que no nos muestra. Una niña baja de la mano de la que probablemente sea su madre las escaleras del metro, un hombre con boina observa con interés algo que no vemos, hay varios viandantes alrededor, ajenos al protagonista de la instantánea, la vida pasa a su lado… Muchos elementos y todos llaman nuestra atención, pero hay algo en el hombre del periódico que hace que queramos saber algo más… Quizá hacerlo sin interrumpir su lectura, que alguien, el propio autor, nos desvele quién es. Aun sabiendo que es imposible, cuando terminé de leer la novela, quise creer que ese hombre era Justo Gil.

¿Puede conocerse a alguien a través de lo que otros dicen de él? Una docena de personajes cuenta lo que sabe de Justo Gil Tello: el momento en que se produjo su encuentro, su relación con él, el fragmento de vida que les tocó vivir a su lado, la impresión que les causó…

Con la unión de todos sus testimonios conocemos a Justo, un chico joven que llega a Barcelona desde Aragón, con su madre gravemente enferma, tras ver como las aguas de un pantano anegan su pequeño pueblo. Sólo con los relatos de los que se relacionaron con él, en los que Justo nunca es el protagonista absoluto, asistimos a su adaptación, su auge, sus errores, su degradación y su caída. A la vez, Martínez de Pisón nos muestra una época, el tardofranquismo, la lucha contra la dictadura, la transición, el advenimiento de la democracia…

En El día de mañana hay miles de historias, cada uno de los testigos de la vida de Justo está en realidad contando la suya propia: inmigrantes como él, policías de la Brigada Social, vendedores a domicilio de máquinas de escribir, amigos ocasionales y compañeros de farras, correligionarios políticos… Hay un intento por parte del autor, plenamente logrado, de humanizarlos a todos, de ver la vida calzado en sus zapatos. El único que no nos da su versión es el propio Justo, quizá el que menos perspectiva tenga sobre sí mismo.

Martínez de Pisón nos lleva de un lado a otro de la sociedad barcelonesa de los años sesenta y setenta para contarnos todo tipo de historias, cada página nos trae una aportación nueva en un magnífico alarde de conocimiento de la época y del género: las inundaciones de Tarrasa, la nevada del 62, el encierro de Montserrat, la superstición y la desesperación que llevan a los familiares de los enfermos desahuciados a ser estafados por falsos sanadores, la labor de los comunistas en la clandestinidad, los osados intentos de liberación sexual, el teatro universitario, la joven burguesía que se divierte y experimenta con las drogas en Bocaccio mientras juega a ser oposición al régimen, la organización de la ultra derecha en la transición… Con tantos temas podría parecer que la novela se dispersaría y no es así, nos retrata lo que quería, unos tiempos de cambio.

Algunos de los personajes, la estafada Carme Román – punto clave de la caída del personaje pero a la vez su único asidero moral –, el policía Mateo Moreno – inigualable la recreación de la relación de intercambio y amistad entre un poli y su chivato – o el joven Noel León – hijo de aficionados a los palíndromos que llevan su afición hasta el mismo nombre de su vástago – merecerían su propia novela al margen de la que narra la vida de Justo.

Asistir a la trayectoria vital de Justo Gil es fascinante; dice el autor en una entrevista que quería contar la historia de una degradación, averiguar qué hay detrás de un mendigo que duerme en un cajero, intentar describir de la manera más rica posible qué le llevó hasta allí. La única forma de hacerlo es huir de la voz única de un solo narrador y dar la responsabilidad a varios bien escogidos. Es lo que ha hecho Martínez de Pisón en El día de mañana, una extraordinaria novela.

 

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