Los días cumplidos, de Diego Ropero-Regidor

Por Luis Antonio González Pérez

 
El experimentado equilibrio de Diego Ropero-Regidor
 
No es casual que este sea el título de nuestra pequeña aportación sobre la obra de Diego Ropero-Regidor (Moguer, Huelva, 1955). Ya en el genial prólogo, con que Antonio Molina Flores firma el inicio de esta antología personal titulada Los días cumplidos (La Isla de Siltolá, Sevilla 2011), podemos encontrar una interesante reflexión al respecto. Analizando la dicotomía expuesta por T.S. Eliot entre la vertiente culta de orientación clásica, y lo que se ha llamado poesía de la experiencia, el profesor dice: «Pues bien, en la poesía de Diego Ropero-Regidor encontramos una mezcla de ambas, con claro predominio de la vertiente culta pero con expresiones que, de vez en vez, nos sorprenden por su insolencia o el tono coloquial».
 
Tras ese breve e interesante análisis del presente volumen, y antes de adentrarnos en la obra, no queremos pasar por alto, la increíble sorpresa de encontrar los versos de Serafina Núñez, dedicados a su amigo Diego Ropero-Regidor: «Vienes oh noche con tu extraño hechizo / a los umbrales de mi reino oculto / en su misterio rindo sueño y culto, / y soy la sierva de su eterno friso». Así comienza el bello soneto de esta gran poeta que Diego ha estudiado y conoce bien.
 
Nos adentramos en el primero de los libros incluidos en esta antología, Canto a Perseo, donde nuestro autor se muestra, desde un perfil clásico, a la pasión y desnudez de los cuerpos. Mezcla la ciudad, el mito, la sensualidad y una especie de imposibilidad de la realización amorosa. Del hecho pasa rápidamente a la memoria, sin apenas ser acción. El poeta necesita de la conjugación pasada para rememorar y reconstruir el hecho con el atrezo clásico. Así se expresa en el poema “La calle es oro candente”: «al fin último, si tu belleza prosigue / en ese rincón oscuro de la plaza / cuando ya Florencia duerme, y , yo fervoroso, / empiezo a comprender las matemáticas / de esas curvas tuyas tan contrarias». Pero nuestro poeta no sólo siente, también padece estas pasiones y sus controversias. Se descubre enumerando fantasmas, midiendo distancias, viendo caer las ruinas de todo lo vivido como en el poema “Eres consecuencia de una noche”: Eres urgente remedio a mis angustias, / pues ya desde Paris destruyes el desencanto”. De este primer libro se nos antoja quedarnos en la memoria con unos versos que sólo Diego Ropero-Regidor es capaz de convertir en semejante ejemplo de exactitud, sentencia y equilibro poético: “Qué estrecha está la calle, / amigo, / y qué lejano el amor que se nos fue / escapando. / (La mano vacía de cansancio).”
 
Subimos cual clásicos al parnaso de este libro, ahí nos espera Dioses, un breve compendio poético en el que Ropero-Regidor continúa describiendo la ciudad poética, esta vez en poemas más breves y certeros, en su mayoría. En el poema “Tu esfera” nuestro autor escribe: «Forzarme para qué / si el verso refulgente de tu esfera / aún reposa / en los talones / de esta ciudad / que estimo». O en otro de los más breves de esta parte, donde demuestra un cansancio reflexivo, un hastío poético, encabezado por un verso de P. Valery, Ropero-Regidor sentencia: «Unos jinetes negros / me llevarán por la noche / mientras duermo / lejos de la dolencia / de las cosas».
 

 
El poeta parece concienciarse en futuros años, o en libros que se entremezclan en el tiempo (años ochenta) de la necesaria apertura de sus versos. Son sus poemas mezcla entre la tradición de la canción como forma poética, con extensos poemas de versos cortos y rítmicamente interesantes, con algunos otros que nos hablan de ciudades como Nueva York. Casi abriendo el año noventa comienza a trabajar “Vieja herida el río”. Comienza el poemario con una magnífica “Epístola Poética a Özcan” de donde se nos antoja extraer unos destacados versos: «Sentimos la urgencia de lo sublime / tras el golpe seco / adivinado por el corazón / y pudorosos nos estremecimos / sobre el tálamo vertical del mundo». En esta carta se coloca frente a ese tú poético con el que pretende dialogar y reflexionar en la orilla de la meta-poesía. Un discurso donde se habla de una poesía que ha de ser combativa, electrizante. El autor mezcla esta meta-poesía con un discurso amoroso y pasional encubierto. Lanza al poema como falso escudo ante la amatoria reflexión personal y busca un lazo coherente entre ambos caminos. Encontramos también en este apartado del volumen unas sorprendentes composiciones como son las tituladas “III. Ráfagas celestes”. No será la última vez que nuestro poeta tome la forma breve de los poemas como modo de expresión y sentencia, como reflexión fugaz.
 
Entre esos años también compone Anoche me visitó la luna, un libro en el que elige la tradición andaluza, que podemos ver en Lorca u otros, y hace unos muy melodiosos y serenos poemas, que bien pueden tomar cuerpo de cancionero, pero siempre dentro de la propia poética y código del moguereño.
 
De Restos del naufragio y El bosque devastado hemos hablado, pues conocemos desde casi el momento del parto esos asentados poemarios. Del primero de estos, mientras el haiku retoma cierta importancia en la poesía contemporánea, habiéndose olvidado hacía algunas décadas, Diego Ropero-Regidor se atreve con un extenso poemario escrito completamente con esa fórmula. A diferencia de otros autores que se expresan en este formato, nuestro poeta lo hace de forma muy coherente y comprometida: pequeñas pinceladas entre paisaje y amor, con dulces bailes de serenidad y silencio: «el jazmín crece / por la terraza y trepa / al corazón». O este otro: «Belleza mata / cuando pasa de largo / indiferente». Rompemos la medida, la forma, y nos encontramos con el segundo de los poemarios mentados donde, además del texto con que inicia, nos podemos hacer a la idea de estar frente al poemario más vivencial, de mayor carga poético-narrativa de la obra de nuestro autor.
 

 
Una vez dicho esto, nos permitimos comenzar con una necesaria contradicción, pues los primeros de los poemas expuestos en esta parte son composiciones poéticas de una gran belleza y de casi ninguna carga de experiencia: «El cortejo nupcial no invita / esta vez al jabalí ni al solitario ciervo; / ni el eco de los pinos soporta / el reclamo cruel del furtivo enjuto / en actitud provocadora». El moguereño nos invita a un viaje inmerso en una ensoñación curiosa y realiza un repaso con un fuerte peso de crítica social y desahogo, que lejos de lanzar a borbotones, sabe encauzar en unos magníficos poemas. Resaltamos uno que Ropero-Regidor incluye en El bosque devastado, destacando su carácter unitario, separado, como único y genial: «Toda mi geografía es caos, / soledad engañosa, / una desaforada inquietud por bien poco». (Caos, página 162). En este libro, como ya hemos visto en algunos de los anteriores incluidos en la antología, pero con más presencia en este caso, el poeta elige la prosa poética, o sencillamente la prosa salpicada de lirismo, para encontrarse con otros aspectos de la creación y el pensamiento, o sencillamente, tratar lo que a su razón no se comprende quizás de igual manera en los versos.
 
Acercándonos al final de esta antología aparece Pacto con un extraño. Este poemario que encabeza algunas citas, entre ellas una de Jaime Gil de Biedma, se entiende perfectamente si uno se adentra en ese mundo de la experiencia poética que el citado vate supo encumbrar. Ropero -Regidor se vale ahora de grandes poemas en prosa (y decimos esto y no prosa poética por el peso de cada cosa en su composición y resultado). No se preocupa por nada más que por la propia poética: la expresión estética de sentimientos y experiencias. Anula por completo la necesidad de medirse, de censurarse, de hacer algo distinto a lo que quiere, y se ve libre en la madurez de haber sido, casi verbalizando en mayúsculas. Mágica reflexión del tiempo, de la distancia con el mundo que reconoce ciertamente lejano, diferente, o ajeno a sí mismo: «Tiempo habrá para la soledad / y la rutina de los cuarenta, / ahora que tus ojos avizoran / bajo una coraza de hielo / el desplome de la luz en enero». (Ritual del cuerpo, página 204). Entre los poemas en prosa un «Turris Fortíssima» se clava en las pupilas: «La ciudad agitó su cabeza de medusa, haciendo saltar las campanas de la torre aljama. Acaso mudó el orden de unas palabras provocadoras, la nostalgia insumisa de Kavafis en los suburbios de Londres o El Cairo, aburrido de esperar la dádiva grandilocuente de sus dioses».
 
El pájaro imposible, poemas de Cuba, recupera en Diego Ropero-Regidor el eco y la cadencia. Vuelve la fuerza musical a los versos, el eco de mar y luz, y se crece el poeta en la excelencia de las imágenes. «Éramos público de una realidad virtual. / Éramos, desde luego, dos razones poderosas / incitando a la rebelión de la palabra» (Éramos dos tontos inofensivos, página 249); «Van y vienen / los vientos de la Isla / y, a cada impulso, el delirio / de lo tuyo; sufrimiento / que incita a la huida / desde el desasosiego». (Los vientos de la isla, página 259). Así el autor baila ente la experiencia vivida en un asiduo destino para él, Cuba, y la reflexión propia. Carga sus poemas de la isla, de sus gentes, el paisaje, las ciudades. Pero no se centra en eso, es sin más un habitable espacio donde potenciar el poema, donde habitarlo. El paso de los años es una reflexión permanente, siempre fotografiada en la perdurabilidad de las cosas en La Habana, igualmente las pasiones o la amistad, el recuerdo de otros, se hacen presentes para Ropero-Regidor en la Isla.
 
Cierra este volumen y nuestro análisis el poemario Estando la casa en llamas compuesto en los últimos diez años. Nuestro poeta se cansa y permanece en el hogar. Son sus imágenes de un encierro en el hastío y pesadumbre del tiempo y la experiencia. El poeta sufre de indolencia, de cierta falta de interés por el mundo, se reconoce perdido a veces, otras sin más se describe como observador, y no como parte, de todo cuanto mira. Se nota el peso en los poemas, el tiempo lento de lectura, la potala poética que no deja avanzar sin haber tirado de la palabra una y otra vez hasta pasar al siguiente. Sufre el autor los poemas, y sufre el lector al leerlos, pues tiene en las manos la absoluta declaración de hartazgo e incomprensión que ya enuncia en la cita de Lezama Lima: «El caballo quiere subir también por el hilo del tedio». Y es ese camino el que ejemplifican las composiciones de Ropero-Regidor en esta parte del libro. «Helo aquí, triste, encaramado / a la chimenea, / en el extremo más oscuro de la casa vieja, / con pijama de postguerra, / titubeante» (Angelote en pijama, página 265); «La vida rota sobre anaqueles de cartón piedra. / Alas que crecen a las puertas del infierno. / Estando la casa en llamas, / poco importa que mi palabra se regenere». (No hay vuelta atrás, página 270). Vuelve, eso sí, nuestro poeta a demostrarnos su acierto en lo breve con un genial poema titulado Ansia de tu tiempo que dice: «Ansia de tu tiempo / y tu voluntad. / Ninguno de los dos obtuve; / solo palabras huecas / me llevaron al hastío».
 

 
Por supuesto en la larga y amplia trayectoria literaria de Diego Ropero-Regidor un sinfín de estilos y temáticas se han encontrado entre las páginas escritas por este poeta de Moguer. Como bien indicaba en la entrada al libro, y comentábamos en el inicio de esta reseña, ha sabido buscar un lugar común para la experiencia y la poética más esteticista o culta. Su indudable formación clásica, su cultura, su esencia de gran lector, pero sobre todo la libertad con la que su mente lo hace vivir, sentir, y renacer cada día, hace que tengamos frente a nosotros a una de las voces más coherentes de la poesía de los últimos tiempos, que se reafirma en esta antología. Acierta con geniales brevedades, se lanza con cuidados ritmos y composiciones magistrales en lo extenso, toca la canción, y se atreve sin miedos con el poema en prosa, puede con la experiencia o se engrandece en el cultismo llevado a ras de suelo. Sin duda todo esto es parte de su experimentado equilibrio.
 

Los Días Cumplidos
Diego Ropero Regidor
317 páginas
Ediciones La Isla de Siltolá, 2011
ISBN: 978-84-15039-39-6

 

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