Un gol a la reina de Inglaterra

Por Javier Franco.

El 2 de abril de 1982 las tropas argentinas atacaban las posiciones inglesas en las Islas Malvinas. Apenas le bastaron 72 días a la corona británica para doblegar al país sudamericano y recuperar el dominio sobre el archipiélago atlántico. Aún hoy, 29 años después de ese 14 de junio de 1982 (fecha marcada como final de la contienda bélica), son muchos los argentinos que siguen viendo la batalla de las Malvinas como uno de los momentos más negros de la historia reciente de su nación.

 

Este episodio, sacado de los libros de Historia, podría haber pasado inadvertido para muchos si no fuera porque, cuatro años después, tuvo su particular epílogo. Concretamente en el verano de 1986. Caprichos del destino, como diría alguno, el 22 de junio, las selecciones de Argentina e Inglaterra se encontraron en los cruces de los cuartos de final de una fase final de la Copa del Mundo de Fútbol. Con el Estadio Azteca de Ciudad de México lleno a rebosar, la nación del cono sur se tomó la justicia esta vez como mejor sabía: a base de goles y jugadas para enmarcar en la memoria.

 

En las filas de la selección argentina militaba Diego Armando Maradona, una estrella del balón, que a sus 26 años ya había vestido la camiseta de River Plate (ahora tristemente descendido) y del Barcelona, y que un año antes del Mundial 86 había fichado por el Nápoles italiano. Sería en esa cita mundialista cuando El pelusa (así es cómo le apodaban sus compatriotas) se ganaría la fama de genio del balompié. Tras vencer a sus vecinos uruguayos en los octavos de final, el cruce quiso que los argentinos tuvieran que medirse a la selección inglesa cuando se cumplían cuatro años del fracaso de las Malvinas.

 

Al descanso del encuentro ambas escuadras llegaron con el marcador a cero, a la espera de lo que pudiera ocurrir en la segunda parte. Alcanzaba el cronómetro el minuto 6 cuando un balón caído casi del cielo fue a parar al área inglesa en la que se encontraba el delantero argentino dispuesto a cabecear. Sin embargo, el 10 sabía que no podría superar al meta británico en su salto así que, con su desparpajo habitual, estiró un brazo con el que se ayudó para rematar el esférico. Medio incrédulo, Maradona miró al árbitro y vio cómo el colegiado señalaba al centro del campo. De un plumazo, “la mano de Dios” (así es como lo bautizó el propio Diego Armando) se convertía en uno de los goles más polémicos (y recordados) de la historia de los mundiales de fútbol.

 

Sin embargo, la historia de ese 22 de junio no acabaría ahí. Tres minutos después, el 10 argentino cogía un balón suelto en medio del campo, iniciando un sprint mágico con el que dejaba sentado a la mitad del equipo inglés, incluido a su guardameta. Los 114.000 espectadores que llenaban las gradas del Estadio Azteca y los millones de personas que ese día andaban pegados al televisor pudieron disfrutar en directo de una de las arrancadas más antológicas de la historia del deporte rey. El gol convertido en obra de arte.

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“Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona” aullaba el locutor argentino sobre las imágenes repetidas del tanto, consciente de que estaba viviendo un acontecimiento para la Historia en toda regla. Para la historia del fútbol (después de esa victoria ante Inglaterra por 2-1, la Selección Argentina se proclamaría campeón del Mundo frente a Alemania Federal), pero también para la historia entre dos países que, cuatro años atrás, se pegaban tiros por las Malvinas. Como si de un dios de la justicia poética se tratara, El pelusa marcaba los dos goles que daban el pase a semifinales a Argentina. Una victoria simbólica de la nación sudamericana sobre el país inglés. Como si quisiera devolverle el golpe a la mismísima reina de Inglaterra, allí donde más duele. Hay que admitirlo: Inglaterra inventó el fútbol, pero fue Argentina quién dio a luz a su mesías.

 

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