Familiares disecados

Por Fernando González Ariza.
 
Padres, hijos y primates. Jon Bilbao. Salto de Página. Madrid, 2011. 15,95 €.
 

La vinculación entre el título y la cubierta (una fotografía demasiado humana de un chimpancé) de la última novela de Jon Bilbao trajo a mi memoria aquellos libros donde el naturalista Gerald Durrell cuenta su infancia en la isla griega de Corfú: Mi familia y otros animales y Bichos y demás parientes. Y la relación no resultó despreciable. Las experiencias con animales del hermano pequeño de Lawrence tienen mucho que ver con la escritura de Bilbao. La presencia de animales es constante en el libro —y en otros suyos, pero eso ya es otra historia— tanto desde un punto de vista argumental como parte de la descripción general de la historia. Si se quiere describir un resort en el Caribe, uno puede hablar de las bañistas, las playas, los daiquiris o de las injusticias sociales que produce el entorno, pero el libro comienza así: “Los animales se ocultaban, o quizá percibían lo que se avecinaba y habían huido tierra adentro en busca de refugio” y continúa con constantes referencias a lagartos, aves y serpientes.

 

Al tratarse de un argumento localizado en la selva mexicana podría interpretarse como una intención realista del autor, pero las páginas nos van alejando de esta idea cuando descubrimos que la selva y sus habitantes son mucho más que un contexto más o menos exótico en el que ubicar a los personajes. Continuando gloriosas estelas literarias (El corazón de las tinieblas, La Vorágine), la naturaleza salvaje descrita en la novela se duplica en el corazón de los hombres presuntamente civilizados y rescata el lado oscuro e irracional que en otras circunstancias hubiera permanecido dormido.

 

La vida de Joanes es, efectivamente, una suma de humillaciones que encaja como puede y acumula en una montaña de rencor. Una vaga actitud fatal ante la vida le permitesobrevivir y disimular su frustración, pero ese viaje a Cancún, el inesperado huracán y el resto de acontecimientos que provocará la tormenta despertarán lo más profundo de su ser.

 

Hay dos elementos que están tratados con maestría: el suspense y lo siniestro. Ambos están hilvanados perfectamente en el argumento y entremezclados entre sí, de tal manera que serán su conjunción el elemento más magnetizador del texto. Un ejemplo de cómo el suspense se tiñe de lo siniestro y lo realimenta es la súbita presencia de un chimpancé en la selva. La perversión de lo razonable o incluso de lo familiar es lo que produce lo siniestro. Parece normal que haya chimpancés en la selva, por lo que en un primer momento no es más que un hecho ligeramente fortuito. Sin embargo, poco más adelante se nos dice que no existen chimpancés en América, por lo que lo cotidiano se pervierte y se convierte en un hecho siniestro que sumirá al lector en un estado de inquietud e inestabilidad, un estado de suspense digno de los grandes autores del XIX.

 

Sirva este ejemplo como señal de la fuerza que tiene esta novela, que además está estupendamente escrita: sin artificios ni decoraciones exageradas, con un ritmo sobradamente ágil y un final de lo más memorable.

 

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