No te signifiques (32)

Por Jorge Díaz.

 

Vaya veranito… Si quisiera significarme podría hacerlo sin problemas: el papa, los antipapas, los papistas, los antipapistas, los prodisturbios, los antidisturbios, los vídeos de la niña agredida en los que no había niña… Pero es desaconsejable, la gente está con los nervios de punta y no admite que alguien piense distinto. Como sólo estés un noventa y cinco por ciento de acuerdo eres el enemigo. Así que a refugiarse en los libros, los libros de verano.

 

–          ¿Ahora?

 

–          Sí, en junio todo son buenos propósitos; ahora es cuando hay que hablar de ellos, en septiembre, cuando se sabe ya lo que ha dado de sí el tema.

 

Libros empezados este verano: Siete. Todos extranjeros, que nadie se sienta aludido.

 

Libros acabados: Cero.

 

–          Vaya, el mismo porcentaje que tendrías intentando ligar con mises.

 

–          Ahora que lo dices…  He hecho el tonto, debería haberme dedicado a lo de las mises.

 

Que conste que me refiero a libros publicados, también he leído dos manuscritos de amigos y esos sí los he acabado.

 

–          ¿Eran buenos?

 

–          Nunca diría lo contrario en público, pero sí, no estaban mal.

 

Claro que los manuscritos no son novelas, son proyectos de novela que quizá algún día lleguen a serlo. La mayor parte de los manuscritos que se empiezan a escribir se quedan en el camino, abandonados en alguna carpeta recóndita del ordenador. Afortunadamente.

 

Los que no pude acabar eran libros publicados, que habían superado todos los filtros, las correcciones, las ventas en ferias y las traducciones sin que nadie detectara que fueran tan malos. ¿Por qué? Ni lo sé ni me lo explico. Conozco tantos libros españoles malísimos con tapa dura, promocionados, reeditados, llenos de errores, que ya casi ni me sorprende que se importen horrores de fuera.

 

–          El que tú creas que son malos no los convierte en malos.

 

–          El único que puede decidir si un libro es bueno o malo es quien se lo lee. Me da igual lo que digan los demás, si a mí no me gusta es malo para mí, si a ti no te gusta es malo para ti. Las novelas de Saramago, que en paz descanse, eran inaguantables. Lo único que evita que sea el escritor más sobrevalorado del mundo es que existe Salman Rushdie. ¿Le siguen persiguiendo? El único que logró acabarse Los Versículos Satánicos fue el ayatolá que le condenó, quizá ni él.

 

Si lo sé no abandono los propósitos de dedicarme a leer a los rusos, a Tolstoi, a Dostoievski, a Chejov, incluso a Pasternak.

 

–          A releer.

 

–          No, he dicho bien, a leer.

 

Lo confieso, no he leído a los rusos, no puedo seguir disimulando cada vez que alguien habla de ellos en mi presencia, ni Guerra y paz, ni Ana Karenina, ni Crimen y castigo, nada… Lo he intentado con El jugador, lo juro, pero no me decía nada. La vanidad me había impedido reconocerlo pero estoy cambiando.

 

Pero de lo que tengo que hablar es de los que he leído y de por qué los escogí.

 

Si no doy nombres no es por cobardía, es porque son difíciles de escribir y siempre me faltarían consonantes: cinco de los siete eran novelas escandinavas de género negro.

 

–          Pues venden mucho más que tú.

 

–          Lo sé y eso es lo que me deja esta cara de tonto.

 

Quería saber por qué vendían tanto, por qué les gustan a las señoras que viajan en metro. Nada, no lo he entendido, yo no he visto nada en esos libros: mucha nieve, muchos bollitos de canela y muchos crímenes muy truculentos, nada más. Ni siquiera he conseguido llegar en ninguna de ellas a la página en la que se desvelaba quién era el asesino.

 

No me creo que los pueblos suecos tengan tanta vidilla. No me creo que en todos haya una familia rica, con una hija que tiene una galería de arte en el mejor barrio de Estocolmo, con un pasado que ni los Alba, con un armario lleno de secretos, con más infidelidades que una telenovela mejicana… Que no, que pasan un frío de morirse, que en cuanto pueden cruzan no sé qué estrecho para beber vodka hasta derrumbarse, sin matar a nadie mientras, que no pasan las vacaciones en caserones con antiguos asesinatos sino en resorts de Canarias, a ver si entran en calor…

 

–          ¿Conoces Escandinavia?

 

–          No.

 

–          Luego éste es tu típico análisis, sin conocimiento de causa.

 

–          Exactamente.

 

Creo que las novelas negras escandinavas las financia la oficina de turismo de allí: venid a vernos, no somos tan aburridos, somos vikingos, nos matamos unos a otros al salir de la sauna, incluso mientras estamos dentro, desnudos…

 

A mí no me pillan más. Y si la novela es de Henning Mankell, menos.

 

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