Madera de un solo árbol; cuaderno de Nepal

Madera de un solo árbol; cuaderno de Nepal

Un viaje a la niñez de los versos quebrados

Por Luis Antonio González Pérez
 

Porque poca poesía hay en los charcos de las calles
y en los mendigos más mendigos del mundo,

poema III, Antonio Orihuela.
 
 
La indiferencia ante una lectura de este libro puede ser  catalogada de enfermedad patológica, degenerativa incluso. Madera de un solo árbol es un viaje a Nepal, donde redundan, necesariamente, los escenarios en que la miseria se hace protagonista, y por constancia, todos los personajes de la escena. Si bien podríamos quedarnos en la fácil visión de un cuaderno de viajes, el presente poemario, en una más que excepcional edición a las que la editorial Delirio nos tiene acostumbrados, dibuja un escenario de reflexión personal que confronta la marcha del mundo occidental, inclusive, sobre el paisaje Nepalí, con la escasez absoluta de un país que mece su realidad en un idealizado estado de nirvana.
 
Con ojos de niño,
asustados,
llueve en Durbar Marg.
 
El poeta se encuentra ante todo el espacio que le circunda con una postura de temor absoluto ante lo que le colapsa y supera. No puede a penas pasear disfrutando de un turismo ajeno a la “escenografía”, como muchos caminan por el mundo y vuelven vacíos a sus hogares del primer mundo. Antonio Orihuela se moja, se duele, se adentra en los ojos, en las casas, en cualquier espacio y forma hasta el mundo de transcribir desde los gestos más cotidianos a los trazos sensoriales más complejos.
 
En el monasterio de Kopan,
gorros rojos visten de largo
La tarde.
 
Pero Antonio Orihuela no destrona en absoluto la estética, la poética, a pesar de estar trabajando con imágenes y versos dolientes. La incisión de lo escrito tiene mucho que ver con la armonía que sus poemas llevan tatuados, o a veces solamente, como aroma ligero. Son composiciones críticas, que transforman la imagen más oriental, quizás germen de un “golpe de estado” contra el cimiento de un haiku, para revolcarlo con las armas revolucionarias de una ideología que no pretende quedarse a observar las ruinas del mundo. Puede retornar en algunos momentos del poemario a la poesía amorosa, o incluso dejarse llevar por paisajes casi de meditación, pero no supera el par de páginas para volver a la carga contra todo aquello que le resulta insostenible, contra todo aquello que no pretende dejar que permanezca ante los ojos huecos de los transeúntes de otras latitudes.
 
Por qué no finalizar estos apuntes a la lectura de Madera de un solo árbol con los últimos versos que Antonio Orihuela decidió que cerraran el mismo.
 
LXXII

Este viaje a través del horror y la devastación
es la materia con la que se construye la historia,
 
complicidad circular con la miseria,
esperanza lineal de liquidarla.
 
Este viaje constata la memoria de lo que ha sido recordado,
pero también se alza
hasta la insoportable presencia de lo reprimido,
lo invisibilizado, lo rechazado.
 
Este viaje recoge la norma y las reglas,
pero también da forma al desecho,
lo recupera para la armonía incompleta de la vida,
hacia ella se repliega
el viaje todo.
 
 
 
 


 

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