La que nos espera (4)

Por Javier Lorenzo.
 

Esto de escribir es un coñazo. Yo, porque quiero dar la murga y de paso proporcionar un púlpito al Lorenzo (a quien los doctores han negado un aumento de la medicación, como él solicitaba fervientemente), que si no, ni ahíto de cazalla me ponía a emborronar pantallas. Y es que no renta, no renta. Entre el trabajo que conlleva, una mastodóntica oferta en la que no se distingue a tirios de los troyanos, una demanda raquítica y de dudoso criterio, la escasa o nula remuneración económica, la desaparición de actividades culturales o de premios como el Torrevieja, así como su declinante prestigio social, el oficio de escritor es una porquería del tamaño del cimborrio de la Colegiata de Toro.

 

 

Tras leer esto, el Lorenzo me ha llamado. Qué les voy a contar. Empezó a despotricar como si acabara de asaltar una farmacia y volvió a soltarme su monserga: que si los mundos interiores, que si la interpretación de la realidad, que si testigos de nuestros tiempos, que si la Posteridad (yo creo que lo pronunciaba con mayúsculas), que si la Eternidad, que si la Gloria… Un poco harto, le mandé a hacer gárgaras pero me replicó que eso ya se lo había hecho a una celadora durante el desayuno y se le habían pasado las ganas. Afortunadamente, instantes después y tras un ruido de forcejeo al otro lado de la línea más unos agudos “¡Suéltenme, suéltenme!”, la comunicación se quebró abruptamente. Mejor.

 

 

Roger me da la razón. Aunque sólo sea por una vez. Y es que será un maldito sajón, pero no es gilipollas.

 

 

– Cuando haya un canal de televisión exclusivo para, por y sobre la Literatura, empezaré a creérmelo –me ha dicho con su habitual pragmatismo-.

 

 

– Y yo añadiría más preposiciones aún: ante, bajo, con, de, desde, entre, hacia, tras y, sobre todo, el según. Pero no, querido fámulo, no es así y dudo de que nosotros lleguemos a ver un canal de esas características. Posteridad dice el Lorenzo, Eternidad… Son los tiempos de lo efímero y sigue sin darse cuenta. Por eso hoy los triunfadores sociales son los cocineros, los modistos y los deportistas, pero no los escritores.

 

 

– Le recuerdo que hay excepciones, señor.

 

 

– Pues claro que las hay, botarate, pero los detalles obvios los doy por supuestos. A ver si no voy a poder generalizar cuanto me apetezca. Además, estas “rara avis” no son más que una excepción hipócrita, un barniz de autocomplacencia intelectual para una sociedad que en su mayor parte lo que realmente desea son águilas rojas, marichochis y canciones de Shakira. Los escritores ya no son una referencia para casi nadie, y si lo son, suele ser por motivos aparte de los estrictamente literarios.

 

 

– ¿Va a dar nombres?

 

 

– Roger, tómate un vermut de Tarragona y no me calientes.

 

 

– Pero, señor, si esto es así –escarba-, ¿por qué hay tanta gente que escribe libros?

 

 

– Porque es la guinda del pastel. Porque es el acto más egoísta y vanidoso que existe. Porque no hay tantos lectores que sepan distinguir. Y porque aunque hayas escrito la mayor bazofia que haya podido salir de tu pobre mente sin formar, el paripé que se te va a brindar durante unos días lo envidiarían los genios de siglos anteriores.

 

 

– ¿Y se es escritor por haber escrito un libro? ¿Y dos? ¿Y tres?

 

 

– Ya saltó la madre del cordero. Tú me estás provocando, Roger, y me vas a encontrar. Ya verás lo que te pasa si se lo cuento al Lorenzo. Anda, vámonos a comer, pero como me lleves a uno de esos restaurantes de diseño, la liamos; vaya que si la liamos, felón.

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