Otra mirada sobre Chéjov (1 de 2)

Por Christian Lange.

El jardín de los cerezos o La fugacidad del tiempo (dirección Alfredo Martín).

1.
Dice Galina Tolmacheva que, en su teatro, Chéjov quería pintar la vida y la gente “tal como es”. Y que, al mismo tiempo, como el teatro no es una copia de la vida, lograr ese “tal como es” representa una enorme dificultad si se pretenden evitar convencionalismos o planteos esquemáticos o retratos de trazo grueso. Agrega que un elemento específico del teatro, de las obras dramáticas, es la acción “continua e ininterrumpidamente desarrollada”, la cual es indicador, por presencia o ausencia, de la calidad de la obra. Lo que Chéjov logra hallar como novedad y lo que convierte casi en el mecanismo que distingue su obra dramática es “suprimir por completo toda acción… y trasladar ese drama al mundo interior del ser humano”. Agrega Tolmacheva que, además de interiorizarla, lo que Chéjov hace con esa acción es sustraerle su desarrollo dinámico, mostrándolo en “lo estático de las emociones o sus lentas fluencias”. También afirma que en los dramas de Chéjov se tiene la impresión de que “nada sucede” y que sin embargo el espectador sigue atentamente el devenir de la obra, ya que lo que verdaderamente importa no es lo que la gente hace y dice sino “cómo y por qué lo hace y lo dice”. [Para más datos y para la cabal comprensión de las ideas de Galina Tolmacheva, se puede consultar la edición del Teatro Completo de Chéjov, editado por Adriana Hidalgo con traducción y prólogo de la misma.]
 
2.
Existe una larga tradición de “miradas” sobre Chéjov, una historia de espectáculos teatrales, de puestas de sus obras que, inspiradas en lo que podríamos llamar “la mirada Tolmacheva”, y acaso llevando al extremo algunas de sus afirmaciones o hasta malentendiéndolas o tergiversándolas, han dado como resultado la consolidación de la imagen de que el teatro de Chéjov consiste en una serie de dramas, lentos, tristes, melancólicos, en los cuales nada sucede, en los cuales nada pasa, y ese “nada”, además, pasa morosamente, mientras se hablan tonterías o sinsentidos varios, mientras la gente –como diría el propio Chéjov- come, bebe, galantea, entra y sale, juega… Es innegable que algo en la obra de Chéjov hay que parece habilitar esa lectura; pero también es cierto que hay más, mucho más y que esa manera no es la única, ni la mejor, y que mucho de sus fundamentos se han rigidizado al punto de convertirse en mandatos que impiden un trabajo creativo artístico sobre esos textos que, por otra parte, no son todos lo mismo. La palabra “drama” no los define a todos. De hecho, si tomamos los cuatro grandes textos de Chéjov (La GaviotaTío VaniaTres Hermanas, y El Jardín de los Cerezos) nos encontramos con que el único al que el autor denominó “drama” fue a Tres Hermanas. Para La GaviotaEl Jardín de los Cerezos el autor eligió la palabra “comedia”, y para Tío Vania “escenas de la vida aldeana”.
 
3.
En cuanto a la idea de que –necesariamente- en una obra dramática “de calidad” la acción debe desarrollarse continuamente, ininterrumpidamente… Como mínimo digamos que hoy es una afirmación bastante discutible, y que además habría que precisar más, -en otro momento, en otro lugar-, y contestar la pregunta: ¿qué es la acción (dramática)? Combinada esta pregunta con la “mirada Tolmacheva” en su versión radicalizada, parece haber habilitado la siguiente solución, cuya formulación exagerada sería así: ya que la acción está suprimida, ya que nada pasa, ya que se trata de contar las historias y las vidas “como son” y en esas vidas lo que se hace es entrar, salir, comer, jugar, decir tonterías y nada más, entonces –opción 1- sustituyamos lo que no pasa por gestos externos, por formas, por agitación y que nada pase pero que parezca que sí, o –opción 2- pongámonos gravemente melancólicos y de verdad que nada pase y veamos cómo soportar esa quietud. (Ambos caminos se han ensayado). Acierta completamente Tolmacheva cuando dice que el teatro no es copia de la vida sino un arte. ¿Y en qué se diferencian? Si queremos ver la vida, entonces la mejor opción es abrir la ventana, mirar la calle y allí está: es eso. O salir a caminar, sentarse en un bar, mirar: allí está. Dos horas de “eso” en el escenario no hacen una obra (o sí, tal vez la hagan y haya quien, en pos de la diversidad que siempre debe defender quien se considere políticamente correcto afirme que eso también es teatro, ¿por qué no?). Pero si nos plantamos en un lugar concreto, afirmando que el teatro es –ante todo- una condensación de intensidades, entonces la búsqueda, el proceso y las decisiones a la hora de qué poner en escena y cómo serán bien distintas.
 
4.
A esta altura parece un lugar común hablar de “los puntos suspensivos en Chéjov”, pero es inevitable mencionarlo. El uso de los puntos suspensivos, esa grieta, esa apertura, esa indeterminación, esa invitación a encontrar qué es lo que pasa allí, qué es lo que llena ese vacío o cómo dejarlo vacío del mejor modo compone uno de los rasgos que vuelve a Chéjov hoy más contemporáneo que nunca. El otro indicador de su contemporaneidad es el juego sobre los géneros (comedia, drama…). Como todos, inevitablemente (pero mejor que cualquiera de nosotros) Chéjov cae en la doble determinación: no se puede no entrar en género y no se puede no salir de él. El modo específico de encuadrarse en un género y violarlo es el estilo personal. El estilo de Chéjov es el teatro de Chéjov. Esas rupturas, esas “fallas”, esa comicidad que deviene melancolía, que deviene tragedia, que deviene nuevamente en ironía y que nunca se consolida en ninguna posición sino que fluye permanentemente es la marca de Chéjov. Hallarla es encontrar la manera de no caer en aquellas puestas solemnes y melancólicas, tristes y lentas que huelen a vestuario conservado demasiado tiempo en naftalina, ni en el vendaval de las exterioridades vacías. Hallar ese estilo es poder sostener la comedia melancólica sobre el devenir del tiempo, y encontrar todas las obras que hay dentro de cada obra, dentro de cada texto chejoviano.
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Foto Vía/ Daniel Goglino.

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