Otra mirada sobre Chéjov (2 de 2)

Por Christian Lange.

El jardín de los cerezos o La fugacidad del tiempo, dirigida por Alfredo Martín.

5.
El Jardín de los Cerezos (comedia en cuatro actos), el último gran texto teatral escrito por Chéjov es el punto de partida elegido por Alfredo Martín para versionar y dirigir su espectáculo El Jardín de los Cerezos o La Fugacidad del Tiempo.[Fui convocado desde el inicio de este proyecto a participar del mismo como “crítico invitado”, en una experiencia en la que –Alfredo y yo, que ya habíamos trabajado juntos en varias ocasiones en obras de uno y otro- pretendíamos demostrar que el hacer teatro y el hacer crítica podían convivir habitando un mismo deseo: que el teatro suceda. Esta vez no fui convocado como Asistente de Dirección o como Director Asistente o como Autor, sino como Crítico. El propósito era que participara desde el inicio de la experiencia hasta su estreno y que formulara mi “pensamiento crítico” compartiéndolo a veces personalmente, a veces vía mail con Alfredo Martín, con Marcelo Bucossi –Asesor Artístico-y con el elenco].

6.
Al elegir este último texto de Chéjov, Alfredo Martín elige también el punto de mayor elaboración y madurez del estilo chejoviano y asume (conscientemente o no) el desafío de encontrar, desde la dirección, el modo de hacer propio, el suyo (que no es otra cosa que el estilo) y lograr que ambos convivan en fructífera mezcla. Tal vez el desafío mejor sorteado fue el de no cerrar el proceso a través de decisiones prematuras o de una mirada ya estructurada sino dejar las preguntas, las dudas y la multiplicidad de opciones tanto tiempo como éstas pudieran “resistir”. ¿Un drama o una comedia? ¿Una obra de tipo social, histórico-política? ¿Una obra de amores no correspondidos? ¿Una obra de tesis? ¿Una obra sobre el tiempo y el devenir? ¿Una obra sobre el modo en que cada sujeto y cada clase social se relacionan con el trabajo? Y así, ad infinitum. En Chéjov está todo eso. La cohabitación de diversos géneros y registros, la superposición de capas temáticas que parecen pertenecer a distintas obras. Captar eso significa comprender que Chéjov es un autor moderno, y hoy no sólo moderno sino contemporáneo en su estructura. El problema que se planteaba al “ver tanto” allí en el texto y al no querer cerrar la mirada era cómo pasar todo eso al espectáculo. Las capas de sentido y la profundidad de las asociaciones debían encontrar su lenguaje en el espacio y en los cuerpos iluminados de los actores. Por un lado, concebir y diseñar el espacio, creando alturas y planos. Por otro lado encontrar la poética actoral que se hiciera cargo de esa profundidad no solemne, de ese humor, de esa comicidad reflexiva, crítica, irónica, de esa dramaticidad involuntaria. Y, adicionalmente, responder –de algún modo- la pregunta acerca de lo específico de la acción (dramática) y su lugar en este teatro chejoviano en el cual el eje de la progresión parece ralentado y “cedido” a favor del eje de la digresión destinado a crear ese mundo. ¿Cómo hacerlo hoy, 2011, Buenos Aires?

7.
[Recordando que en cierto modo hablo “desde dentro” y “desde fuera” al mismo tiempo, ya que mi condición es de crítico “invitado”, creo poder afirmar -con fundamentos que explico más adelante y con la subjetividad autoconsciente y alerta del caso-, que Alfredo Martín y todo su elenco y su equipo técnico y artístico han sabido encontrar la manera, su propia manera, de lograr que Chéjov despliegue su complejidad, sus contradicciones, sus inabarcables facetas y en ese gesto lo han vuelto radicalmente contemporáneo].

8.
Apuntes y fundamentos de una opinión.
• Se realizó un atractivo trabajo sobre climas y ritmos que ya se desprendía de la dramaturgia de la obra y que la dirección supo capitalizar y potenciar, especialmente con los cambios de escenas, pasajes de dúo a trío, a grupo y con la alternancia entre acción directa en tiempo presente, relato y evocación. Los desplazamientos, transiciones y cruces dentro de la escena lograron marcar un ritmo (casi una partitura musical) que está a la vez marcado y borrado en beneficio del espectador y que brinda una sensación de fluidez atractiva.
• La dirección de actores entendió la idea de actuación colectiva y logró que las individualidades sumen y multipliquen las energías de cada uno haciendo que el ensamble como tal llegue a un desempeño mayor/mejor que lo que cada uno podría hacer solo. Esto se nota sobre todo al contemplar en cada escena a los actores que no están llevando la primera voz. Miradas y reacciones que dicen mucho desde el silencio (acaso el equivalente escénico de los famosos puntos suspensivos de la escritura de Chéjov).
• Relacionando la actuación y los desplazamientos -mencionados en los dos puntos anteriores- con la elaboración de un espacio estructurado por planos y alturas -a través del trabajo conjunto de los responsables de iluminación y escenografía-, cabe señalar que se pudieron construir espacios donde lo que está en tránsito es la propia actuación. Ciertos sectores espaciales y ciertos desplazamientos parecen referir al propio «acercamiento» del actor al personaje y del personaje a la escena, dotando de una nueva «capa» de espesor sígnico la propia densidad de sentido de la obra.
• En una obra que tematiza, entre otras cosas, el Tiempo y su devenir, los matices rítmicos debían ser trabajados muy ajustadamente y la luz tuvo un papel fundamental en poder plasmar ese trabajo en el escenario y mostrar y ocultar, como lo hacen los personajes, con su propia interioridad, expuesta y oculta a cada rato. Es la luz también la que pudo dibujar los planos de profundidad que ayudan a visualizar el espesor que la obra tiene, sumándose a la misma dirección hacia la que apuntan las actuaciones. Algo así como poner en el espacio concreto aquello que la obra hace con su producción de sentido tan abierta, profunda, densa, ligera, no solemne, todo al mismo tiempo. Aquí a los méritos de la dirección y el elenco habría que añadirles los del escenógrafo y el iluminador.
• Los cuatro actos están engarzados y siguen la “lógica” propia del material, como si cada vez Chéjov (y Alfredo Martín con él) retomara lo anterior pero abriendo una obra nueva: la obra de amores no-correspondidos, la obra de ideas, la obra surrealista/simbolista, la obra de caracteres… Todo eso en capas superpuestas, cual capas geológicas que sostienen un mismo suelo donde todo se planta. Esa superposición no es aleatoria ni un pastiche.
• En algún sentido, el corrimiento temporal de la acción que la versión de Alfredo Martín deja ver, pareciera colocar a Chéjov como autor en la que podría haber sido su época considerando el adelantamiento de su propia escritura y estilo. El espectáculo formula una verdadera afirmación declarativa: Chéjov es -al mismo tiempo- clásico, moderno y contemporáneo. El trabajo sobre el texto (limpiando mucho lenguaje envejecido y suprimiendo ciertos pasajes y personajes, entre otras operaciones dramatúrgicas), la construcción del espacio, el registro actoral y hasta el vestuario, refuerzan esta afirmación/idea.
• Un núcleo temático parece esbozarse, atravesando e integrando todas las capas: la felicidad, la felicidad desplegada en el tiempo (y/o su fugacidad).

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*Para visualizar la primera parte de la nota, pinchá acá.

Foto Vía/ Daniel Goglino.

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