Las huellas del hereje

Por Juan Laborda Barceló.

 

La huella del hereje, Susana Fortes, Editorial Planeta, 2011, 20 Euros.

 

               Hay ocasiones en las que realidad y ficción se funden en un juego de espejos. Al poco tiempo de ver la luz esta novela, se produjo la sustracción del Códice Calixtino de la catedral de Santiago de Compostela. Suponemos que la autora, Susana Fortes, y su obra ambientada en dicha ciudad, han sido bendecidas por los caprichos de la diosa fortuna. A la fuerza notamos los paralelismos entre la literatura y los hechos: un texto histórico robado y el mismo templo como testigo mudo de lo ocurrido.

 

         No es nuestra intención establecer una reflexión en torno a aquella manida máxima de “la realidad supera la ficción”, tampoco es el caso, pues ambas se mueven por veredas paralelas. Sin embargo, es innegable la cercanía entre algunos elementos del relato de Las huellas del hereje, novela negra con una trama urdida en torno, entre otras lides, a la desaparición de un códice del priscilianismo y el citado hurto real.

 

         Las fotografías que ilustraban el verano pasado los periódicos nacionales recreaban, en una especie de feed back, las imágenes que el lector de la novela se había formado en su mente. Pisadas perdidas sobre suelos húmedos, deanes ante vitrinas vacías, la bruma envolviendo el misterio medieval del lugar, las especulaciones sobre la autoría  y la hueca sensación de que detrás de lo que se ve hay algo más, siempre algo más…quizá pequemos de conspiracionistas, pero tanto las letras del texto como las tintas que bañaban los tabloides dejan abierto el halo del misterio. A día de hoy, ya bien entrados en el invierno y a punto de concluir el año, el Códice Calixtino sigue sin aparecer.

 

         En cualquier caso, e independientemente de las semejanzas involuntarias con la realidad posterior, Susana Fortes ha escrito su novela con brío, sabiduría de artesano y capacidad estética. Compone personajes atrayentes, complejos y poliédricos, llenos de contradicciones que no son otra cosa que la sal de la vida. El pasado que vuelve para acechar a la joven periodista, el comisario descreído pero amantísimo de su hija, el joven idealista, todo huele a una buena historia entre sus hojas. A pesar de esos aciertos y de los homenajes tanto literarios como cinéfilos, la periodista e investigadora se llama Laura Márquez y la chica muerta Patricia Palmer, aten ustedes cabos, algo queda pendiente. Todo ello se ve rubricado por la carambola delictiva y publicística del destino, pero la obra nos sabe a poco para una escritora como ella.

 

         No pretendemos con estas letras sumar la interesante novela de la gallega a esa creciente lista de libros buscadores del best seller, parapetados en thrillers históricos milimetrados y clonadores de una fórmula tan del gusto actual, que a base de repetición ha comenzado a marchitarse: la investigación de un asesinato, cuánto más macabro mejor, ubicado en cualquier período histórico que nos venga en gana. Desde que Umberto Eco abriese la veda con la genial El nombre de la rosa, la fórmula se ha explotado hasta límites sonrojantes. No, la obra que nos ocupa salta ese valladar sin despeinarse. No es exactamente una novela histórica, aunque ya sabemos que en principio toda novela por el mero hecho de ocurrir dentro de los parámetros de un período concreto podría ser considerada histórica, sino más bien un thriller, bien llevado, en el que se  habla de historia, y con mucho gusto, por cierto.

 

         El conjunto, sin embargo, realiza una serie de concesiones a la comercialidad, sin dotar a ese término de contenido peyorativo, que lo alejan de las mejores composiciones de la autora (El amante albanés, Esperando a Robert Capa o Quattrocento). Esperamos, admirados por el ritmo y el desparpajo que brota de sus líneas, el regreso de la Fortes que conocemos.

 

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