La marcha del cangrejo

Por José A.Cartán.

 

Si hubiera que destacar algo de Arthur de Pins, aparte de haber comenzado a trabajar en la animación para posteriormente desembocar en el mundo de la ilustración y los cómics, es la técnica que utiliza para crear sus dibujos, la cual se basa única y exclusivamente en el uso del ordenador mediante el programa Ilustrator. El autor francés no se acerca a la tinta ni al papel y prefiere que las herramientas para la creación de sus cómics vengan dadas gracias a su actividad como diseñador gráfico e ilustrador.

 

Tras la publicación de algunos trabajos suyos en el mercado español como Pecados Veniales, cómic de corte erótico y estética pin-up, o Zombillenium, obra con tintes de horror story y ecos fílmicos de Freaks, el artista francés continúa demostrando su valía con la técnica digital para mostrarnos La marcha del cangrejo, una pequeña odisea que tendrá como aventureros a un vulgar grupo de crustáceos.

Desde el comienzo, es incuestionable observar la tremenda influencia que ejerce la animación en 3D en las viñetas de Pins. Sus personajes parecen haber sido expulsados de una pintura de El Greco y haber pasado por la turbina del diseñador gráfico para salir renacidos en las viñetas con una muy pronunciada verticalidad. El dinamismo y el juego cromático es un aspecto que el francés se interesa en acentuar a través del transcurrir del día (desde el alba hasta el ocaso), del cambio espacial (playa u oficina) o del temporal (flashbacks, principalmente).

 

Se podrían buscar fuertes paralelismos entre La marcha del cangrejo y cualquier película de la factoría Pixar, ya que ambas siguen los mismos esquemas narrativos; confrontación del microcosmos de los protagonistas con el violento macrocosmos en el que tienen que sobrevivir, simultaneidad de tramas y subtramas que, finalmente, acabarán convergiendo en la historia principal o la gran variedad de personajes con los que se irán encontrando los protagonistas a lo largo del discurrir de la historia.

 

Al igual que suele ocurrir con un gran número de películas de animación, el componente ideológico y la crítica social es una baza que Pins utiliza de manera brillante. Sus protagonistas, unos cangrejos vulgares que siguen siempre el mismo desplazamiento (vertical u horizontal) ya que están imposibilitados para desarrollarse y adaptarse al medio en el que viven, se irán transformando en mentes insurrectas que buscarán una solución a su monótona existencia. El paralelismo con determinadas sociedades de la actualidad es evidente, aunque se podría buscar otra semejanza con la libertad del hombre y si existe el libre albedrío o el género humano está marcado por su propio destino. Lo que en un principio parece ser una frívola y dicharachera historia de anécdotas, en un escenario playero al que sólo le falta la aparición de Monsieur Hulot bajo la tutela de Jacques Tati, se va tornando en un cómic revolucionario que podría haber sido dibujado con la cámara por cualquier director soviético a principios del siglo pasado. Arthur de Pins también se interesa por el aspecto ecológico, de suma transparencia y no tan velado como podría mostrarse en cualquier película del Studio Ghibli, y deja que Greenpeace aparezca al final del tomo y entronque de manera tan verosímil como sorprendente con la historia principal.

 

Tras ver cómo se desarrolla la primera de las partes, no es casualidad que los dos futuros cómics que conformen la trilogía de Arthur de Pins se titulen El imperio de los cangrejos y La revolución de los cangrejos. Tal vez, y aunque suene osado decirlo, el género humano debería dejar a un lado su insaciable egolatría y vanidad para fijarse en la voluntad de unos diminutos crustáceos que, por cosas del destino, quieren desapegarse del suyo para siempre.

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