"La plaza, modo de empleo", J.M. Desuárez y M. Marcos Monfort

La plaza, modo de empleo. José Miguel Desuárez y Mercedes Marcos Monfort. Castalia, 13,90 €.

 
 

Os dejamos un fragmento de esta nueva publicación para que comencéis a disfrutarla en Culturamas…

 
 

Estanque

 
 

En el estanque que hay en el sureste de la plaza, rodeado por los jardines, el amanecer de invierno, tras una nevada, algunas veces ha sido maravilloso: sembrada el agua de cuajarones de hielo, nadaban los peces lentamente (pues hay peces en este estanque de ochenta metros cuadrados por uno de profundidad), y los jardines, a ambos lados, blanquísimos, semejábanse a enormes terrones de azúcar. Y hermoso es también, en otras ocasiones, el amanecer de primavera: alfombrada el agua de nenúfares villaespesinos, saltan por el aire los peces, intentando atrapar a las libélulas que vuelan a ras del líquido espejo. Pues sufre y muestra el estanque, mejor que los edificios, el estado metamórfico de la naturaleza que lo traspasa y lo lustra.

 
 

Aunque otras cosas maculan al estanque cuasi mágico de esta plaza concurrida, como puede verse cuando lo vacían para limpiarlo y hallan entonces, en su hondura, los objetos más peregrinos y variopintos que puedan imaginarse. Han rescatado, oportunamente, de su fondo, algunas piezas de un puzzle de madera, en el cual se adivinaba la forma de una trompa de elefante, o el tambor de una lavadora. Igual se ha recogido una horca de esas que se usan en los cuentos infantiles para matar al lobo, que unos pantalones rotos y descosidos, que alguien tiró allí un verano por ir más fresco por la calle. Han pescado, los limpiadores, un pingüino de mármol, o una bolsa, herméticamente cerrada, conteniendo algo tan antiguo como una primera edición de los Campos de Castilla de Antonio Machado junto a algo tan moderno como una guía detallada y optimista sobre qué hacer al visitar el país de Kostiakú.

 
 

Igual se ha atrapado un bolígrafo gastado que una pulsera de oro o un viejo sofá. Se ha alcanzado a vislumbrar un folleto turístico con una sensacional oferta de fin de semana en París por doscientos euros, avión incluido, no muy lejos de donde se dio una vez con un disco de vinilo de blues, con un catálogo completo de Picasso y con un piolet de alpinismo clavado en un inodoro. E igualmente se halló (y no lo comprendía el hombre que lo sacó, una mañana de primavera del año 1983, tampoco después de enseñárselo a Amalia, Nemesio, Paulino y Bernardo) un fusil que se había empleado solamente en la primera guerra mundial. Del mismo modo, se encontró, una mañana de invierno, pequeña y densísima, por la niebla que imperaba (¿o era por el olor a castañas por lo que el aire estaba espeso?), un diminuto cactus, provisto de maceta y luego lo que parecía una carta de amor desesperada que su destinatario no leyó nunca.

 
 

Sin embargo, nunca ha pillado nadie en el centro del estanque una sirena semidesnuda, ni un cono de cristal o un puñado de billetes verdaderos. Eso no. Aunque se descubrirán, en el futuro, algunos lirios casi transparentes muy cotizados, que esculpirá en cuarzo un joven artista no nacido aún. Se extraerá del fondo del estanque una impresora láser cuyo funcionamiento será estupendo cuando la sequen, o un disco DVD con documentos muy comprometedores para el alcalde de Madrid de dentro de cuarenta años. Se atinará a recuperar, con toda seguridad, un viejo teléfono móvil con cámara fotográfica digital, acceso total a Internet, radar y comunicación subespacial, todo en uno, pero ya inservible, por obsoleto.

 
 

Se descubrirá, dentro de muchos años, flotando en su manto de agua, el cuerpo, brutalmente asesinado, de un ladrón de religiones individuales hechas a medida, que comerciaba con ellas como si fueran carne. Y se encontrará, a buen seguro, también, en formato de Din A4 clásico, una copia plastificada del tratado de paz total que el mundo firmará algún día, gracias a la ONU, grapado junto a un manifiesto ciclostilado de los fabricantes de armas, que protestarán así por haber ido todos a la quiebra. Mas todo ello ocurrirá dentro de bastante tiempo. Aunque poco le importa eso al estanque, pues el tiempo es lo que mejor sabe dejar pasar por él como un rumor secreto que lo habita: todo lo respira el estanque como un pulmón que siente.

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