Oxígeno en lata

OXÍGENO EN LATA
Alberto García-Teresa
 
Editorial Baile del Sol
126 páginas
 
Por Estelle Talavera Baudet
 
A Alberto García-Teresa le falta el oxígeno en medio del latir absurdo de la sociedad de este siglo. Todas las incomodidades que no nos gusta airear, el trágico acostumbrarnos a un funcionamiento discorde y chirriante. Ahí se encuentra la voz de Alberto, alta y clara, para convertir de nuevo en inaudita una situación a la que nos habíamos hecho, bien que nos pese, por mirar a otro lado.
Álvaro Tejero Barrio, prologuista de esta recopilación, dice muy acertadamente: “Detenerse en silencio y pensar. Detenerse en silencio y hablar. Detenerse en silencio y amar. Detenerse en silencio es ya en sí mismo un acto subversivo. Detenerse en silencio es no producir y no consumir.”  (…) “Es la perspectiva radical del mirar hasta el corazón de las cosas.” El mundo es ya un “horizonte desbrujulado.” (…) “Alberto nos convoca a la resistencia en plural.”
 
Sus versos interpretan dos papeles: los sutiles, vaporosos, cálidos; y los ácidos, cortantes, cuchillas disparadas al ego sin ninguna piedad.
 
Imágenes potentes, ideas redondas, pasos de gigante a partir de miguitas que seguimos completamente embobados. Milagroso.
 
 
BUSCAR poesía
entre los tubos de escape,
entre el bullicio de una avenida
o bajo el cemento de un parque,
hundiendo el latido como azada
en grumos de tierra seca
puede parecer un acto poético
de cartón-piedra.
Pero es posible; es necesario
como respiración en la tormenta.
 
Buscamos versos como comida entre la basura.
 
Cuando sólo se vislumbra el arco iris
en los charcos gastados de aceite,
cuando se vende oxígeno en lata
a diez euros el paquete,
¿dónde quedan la mujer y el hombre?
¿Cuándo desaparecieron y fueron reducidos
a consumidores, votantes, espectadores?
 
Perdidas las palabras, el presente
se deletrea en humo, cruces y ganancias.
Es un gran vacío envuelto en celofán
de felicidad producida en serie
que con un decálogo de insatisfacciones avanza.
 
Pero lo inútil aún es factible;
lo improductivo, lo irreductible a mercancía.
 
Sin embargo, hasta la disidencia
se mercadea como grifo.
La salida sólo es una puerta de entrada trasera;
la puerta de servicio.
 
Nacemos con un número y una esquela
y el dogma asimilado como víscera
de que no existe lo que no está en venta.
 
Ya no hay luz
en nuestras manos.
Sólo hallé
un interruptor a pilas
oxidado.
 
 
·
 
NOS reconocimos
por el trazado curvo
de nuestros destinos.
 
Pintábamos distintos idiomas.
Abrigábamos diferentes semillas.
Tú caminabas por cables eléctricos
y yo desdoblaba metódicamente esquinas.
 
Evitábamos certidumbres
con voluntad de huracanes.
Nos bebíamos a cada paso
todos los navegantes de las calles.
 
Éramos patinadores de niebla,
aguaceros de incógnitas.
Plegábamos las mareas
arrollando sin piedad las olas.
 
Nos creíamos poderosos
por permanecer tristemente solos,
abandonados, alimentados con soberbia
de desidia y aparente aplomo.
 
Pero nuestros días pasaron
como una pastilla efervescente:
burbujeante, espectacular,
aunque condenada a muerte.
 
Sin rumbo, no supimos que habíamos llegado.
Sin sueños, ignoramos de dónde zarpábamos.
Por evitar la esperanza,
carcomimos las cuadernas del barco.
 
Ahora nos reconocemos por nuestro vacío;
por la mirada hueca
y ese aliento a desengaño
que nos aterra de frío.
 
 
*
 
YO no elegí
saltar de muro en muro, de derrota en derrota,
andar de puntillas entre los automóviles,
apurar el humo de las farolas.
Pero esta alambrada es mi territorio;
es la aguja que empuja mis horas.
A su hedor me debo,
y dedicaré mi empeño
a estirar su plegada caracola.
 
 
*
 
ES por la aniquilación por lo que renacemos;
la fuga absoluta de luz, de esperanza.
Cuando no puede existir más caída,
con la mente y los ojos a ras de suelo,
los pies entonces ya pisan firme
y recuerdan los átomos de los que están hechos.
Como el agua, que busca en lo profundo su morada,
así nuestro ímpetu se relanza de cero,
y comienza a transitar su descenso
para hallar en el nadir su razón
y su secreto.
 
 
*
 
EL MÚSICO AMBULANTE
 
Ha entrado un hombre con su guitarra
y una armónica en el vagón de Metro.
 
Hiede a indiferencia el ambiente.
 
Arranca unos acordes y entona una balada
sobre libertades manchadas de muerte.
 
Cerca, a unos pasos
de ese mástil que también intenta serlo
para una dignidad escuálida,
un niñito en su carro lo contempla asombrado.
 
No habla.
 
Han sido aspavientos y baba,
su afán por reconocer todo a cada instante,
hasta este momento sus únicas palabras.
Ahora inclina su dulce cabecita,
entreabre, como queriendo mamar la tonada,
los labios con brillante sorpresa
y permanece inerte, hechizado por la melodía.
 
El músico sólo tiene notas para esa mirada:
es magia lo que relampaguea en sus pupilas.
Con su entrega ilumina de ternura toda la estancia.
 
Sus dedos ya no retuercen el aire
tratando de capturar animales invisibles,
sus cejas ya no marcan continuos interrogantes.
Su cara ahora irradia paz,
admiración por el hombre y su lenguaje.
 
Qué estará pasando en nuestro mundo
para que, años más tarde,
esos hipnotizados ojos no sean capaces
de ver a ese músico,
no se detengan en ese abrazo fraternal
y prefieran el desdén y el olvido
a la comunicación, el amor y la humildad.
 
 
*
 
UMBRALES
 
Ahí te quiero.
Exactamente
en la palpitación previa.
En la vibración inminente
de la ebullición del agua.
En el asomo del amanecer
que por el horizonte se aclara.
En la inspiración –el aire
está batiendo inmóvil los pulmones–
que precede a una exhalación pausada.
 
No tenerte; sentirte
a unos milímetros, a unos
pasos de la realización total.
Ser la burbuja que tiembla
ante el irremediable estallido.
La escarcha que se agita
aún intacta en la brisa.
La cromación del arco iris que aletea
antes de posarse en el rocío.
 
Ahí te quiero,
en el instante preciso
donde la posibilidad madura
y, efímera inmensidad,
intenso atisbo,
está mudando,
y lo real es intangible,
puro
e interminable gerundio.
 
 
*
 
TESOROS
 
Julieta escarba en la basura.
 
Mientras el Sol carcome la cal,
ella busca afanosamente, sin prisa,
en los contenedores de Triana
ropas impecables, objetos nuevos,
entre huesos, latas y mondas de patata.
 
Las personas la evitan con desprecio.
 
Un calcetín de Papá Noel sin un solo remiendo
o una serie de estampitas embolsadas
para ella son estrellas de mar varadas en el asfalto.
Están algo sucias, sí, pero con esmero
las bruñe y así revelan su excelente estado.
 
Matará luego los microbios con limón.
 
Agrupa sus hallazgos en una pirámide
y los alisa con delicadeza.
Sin embargo, en vez de empaquetarlos
y cargarlos a su espalda cuarteada,
se detiene y mira de lado a lado.
 
Una pátina brillante cubre sus ojos.
 
Lentamente, a las gentes
que marchan por la calle apresuradas,
Julieta les regala las maravillas
que ha salvado de la avaricia de la escombrera.
Generosamente, se desprende sonriendo de la mercancía.
 
Relucen los objetos con su entusiasmo.
 
 
Irónica vida la del propietariado:
Sus desechos y desprecios son joyas perfectas
en su océano de escaparate
para quien irradia humildad y cordura,
para el que cede amor y esfuerzo sin recompensa
y sabe discernir qué y quiénes son, en verdad, la basura.
 
 
*
 
CAMINAMOS hacia adelante
olvidando que dejamos atrás a los muertos.
Pero no avanzamos, retrocedemos,
y nos codeamos con los cadáveres
tuteándolos con orgullo, desviviendo
desde la desmemoria su trance;
recorriendo sus pasos de nuevo,
sucumbiendo en los mismos finales.
 
 
*
 
LECCIONES DE RESISTENCIA
 

Basta mirar y seguir naciendo, viviendo.

María Ángeles Maeso

 
Donde la naturaleza resiste
(una planta que brota entre los adoquines,
el Sol que se cuela entre la polución,
un nido en una torre de teléfono,
las aguas que devuelven su tierra al río),
basta mirar y seguir naciendo, viviendo,
basta posar el oído en lo pequeño,
admirar el grano de lo sencillo;
            sentir bullir la sapiencia de lo primigenio.
 
 
 
No me extenderé más. Sólo destacaré algunas estrofas cuyas imágenes hacen a uno volver a sentir lo que es la poesía:
 
(…)
 
Como globos que se desinflan lentamente
nuestra vida se vierte sin prisa
del cuerpo a los objetos expuestos
en los escaparates de nuestros trasteros.
 
(…)
 
El Sol desaparece
bajo líneas intermitentes
de rectas geométricas humanas.
 
Qué horizonte tan asfaltado nos vence…
 
Parece que quisiéramos apuntalar el cielo,
levantarle opacas paredes
para anclarlo a nuestra sombra,
a nuestra altura de percebe.
 
(…)
 
Y se quedaba en los umbrales
como un perro a la puerta de la panadería;
cauteloso, aburrido y sin determinación.
 
Su entierro no pasó
de comidilla en el supermercado.
 
 
 
Alberto García-Teresa (Madrid, 1980) Licenciado en Filología Hispánica, ultima su tesis doctoral sobre «Poesía de la conciencia crítica». Ha sido coordinador de la revista de crítica sobre ficción especulativa Hélice, codirector de Jabberwock y redactor jefe de Solaris. Escribe crítica literaria en diferentes medios y ha seleccionado distintas antologías de relatos fantásticos y de terror.
Es autor de los poemarios Hay que comerse el mundo a dentelladas (Baile del Sol, 2008) y Oxígeno en lata (Baile del Sol, 2010) y de la plaqueta Las increíbles y suburbanas aventuras de la Brigada Poética (Umbrales, 2008).
Sus poemas han sido traducidos al inglés, al francés, al serbio, al macedonio y al rumano, y ha sido recogido en varias antologías también por sus cuentos y microrrelatos y publicado en revistas de Europa y América.
 

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