Licántropos al sur de Francia

Por José A.Cartán. Tras las habituales listas que se hacen a final de año con las obras más destacadas de todas las disciplinas del arte, uno se da cuenta con asombro de que hay varias que no ha podido leer por diversas circunstancias. Por eso, y hasta que salgan los respectivos cómics que marcarán la senda del nuevo año, es necesario echar la vista atrás y recuperar algunas de esas lecturas que se nos han escapado durante el 2011. Y dado que durante estos días sale a la venta lo último del historietista noruego Jason, Athos en América, nos viene como anillo al dedo recuperar su penúltima obra editada en mercado español, Los hombres lobo de Montpellier.

 

La obra de Jason se ha caracterizado desde sus inicios por la utilización en el relato de personajes antropomórficos, principalmente perros, gatos, pájaros y conejos, la casi inexistencia de diálogos, consiguiendo así que sus cómics se conviertan en universales, ya que pueden ser leídos por cualquier persona de cualquier nacionalidad, y por poseer el noruego un concienciado uso de la elipsis como vehículo narrativo. Jason ha conseguido la difícil misión de crear un particular cosmos estético y narratológico que sea perfectamente reconocible desde el primer vistazo a una de sus páginas. Cualidad que no suele ser fácil de encontrar en los tiempos que corren.

 

 

Se podría afirmar que Jason se encuentra, desde hace unos años, en una segunda etapa creativa. Si en sus primeras obras, Espera, ¡Chhht! o ¿Por qué haces esto?, el escandinavo se adentraba en un mundo cuyos pilares eran los sentimientos de nostalgia, la incomunicación humana y un radical pesimismo existencial que azotaba al lector de manera convulsa, es a raíz de la publicación de Yo maté a Adolf Hitler donde se puede trazar una línea de cambio en cuanto a la estética que predominará en sus posteriores obras. A partir de entonces, Jason se ha centrado más en canalizar todos aquellos recursos intelectuales que posee, literarios, musicales y cinematográficos, y los ha ido amoldando a su universo con tal efectividad que sería imposible hablar de posibles anacronismos. Apartándose de una realidad en la que las cuestiones existenciales de sus personajes llevan la batuta de la narración, Jason ha querido desvincularse externamente de toda esta herencia y en su segunda etapa está mostrando al lector otras perspectivas dentro del medio creativo que es el cómic, como la aparición del western en el compendio de historias que conforman Low Moon, ligeros aspectos medievales en El último mosquetero, la ciencia ficción en Yo maté a Adolf Hitler, la constante incursión del cine mudo en sus historias, cuyo referente más claro sería Buster Keaton, o la cinematografía que emana la obra que ahora nos ocupa.

 

 

En Los hombres lobo de Montpellier, Jason nos presenta un protagonista que se viste de hombre lobo en las noches de luna llena para asaltar las casas del vecindario. El problema llegará cuando aparezca en escena una congregación de verdaderos hombres lobo, los cuales tienen el ferviente deseo de atentar contra la vida de nuestro protagonista. Una historia que sigue los mismos patrones que las anteriormente mencionadas y que, en esta ocasión, se ve influenciada por un aspecto puramente cinematográfico. Así vemos como el nombre de una de sus vecinas es el de Audrey, rememorando a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, la existencia de escenas que llevan la firma de El Padrino, un hospital y en este caso sí, la muerte del paciente, o la de Hitchcock, en uno de sus habituales desenlaces que ponen a los protagonistas colgando de un hilo, literalmente.

 

 

 

 

El sello de Jason es algo que no puede dejar de ser obviado, sus obras son pequeñas piezas que van uniéndose las unas a las otras hasta dar como resultado un laborioso puzzle cuyas rasgos son los que definen al propio autor; un virtuoso colorismo, la perfecta ejecución de la elipsis y la ya habitual rigidez formal en cuanto a la disposición de viñetas. Esta reiteración en cuanto a las formas haría que el noruego fuera previsible, si no fuese porque siempre se guarda un as en la manga. Normalmente, en forma de final descorazonador. Sin embargo, y de manera sorprendente, éste no es el caso. Jason se queda en la anécdota thrilleriana y en la anécdota amorosa, y uno rememora aquellos desenlaces de otras obras suyas que desazonaban el cuerpo del lector y, sobre todo, su alma. Lamentablemente, el reposo que deja la obra es tan fugaz como aquel meteorito que caía en la última viñeta de un cómic de cuyo nombre no quiero acordarme.

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