No te signifiques (41)

Por Jorge Díaz. 

 

Lucho contra mis deseos de volver al tema de las últimas semanas y no puedo por culpa de un propósito que no debí dejar por escrito, el de no seguir hablando del yerno y la hija.

 

–         Sin embargo veo que vas a seguir.

 

–         Un minuto, es que si no lo hago reviento…

 

Sólo una cosa, que la empresa era de los dos y son los dos los que deben responder. ¿No éramos todos iguales ante la ley? Otra más, que aunque en el país de la corrupción y los aeropuertos sin aviones ni pasajeros eso se haya olvidado, la ética está muy por encima del código penal. Me da igual si salen condenados o no, si buscan argucias legales para librarse o si los delitos prescriben antes de que se impute a la esposa. Son culpables de haber llevado la corrupción hasta lo más alto y su pena no debe ser de cárcel, o no sólo de cárcel, también merecen el desprecio: creo que hay que echarlos del lugar que ocupan porque éticamente no han estado a la altura. Y ahí incluyo a toda la familia, desde el abuelo hasta los nietos rubios.

 

–         ¿Qué culpa tienen los nietos?

 

Ninguna. Es injusto heredar la pena, tanto como heredar el cargo, que era lo que hacían sus antepasados.

 

Pero he prometido que no vuelvo al tema y, pese a lo anterior, no lo hago. No hablo de más reyes, ni siquiera de los magos.

 

–         ¿Les escribiste la carta?

 

–         Sí, pidiéndoles justicia para sus colegas españoles. Y que abdiquen en Marichalar. Marichalar I, rey de España.

 

–         ¿Otra vez con lo mismo?

 

–         Y que la ética vuelva a ser algo más que una asignatura que se escogía en lugar de religión.

 

Tampoco voy a hablar del fin del mundo maya, que es un tema que me hace gracia; ni de los recortes del gobierno y la subida de los impuestos, que es un tema que no me hace ninguna gracia; ni de si hay que salir o no del euro y volver a la peseta, que es un tema que me deja indiferente…

 

Os juro que a veces veo mi columna ahí, en la sección de novela, y me da vergüenza tratar de tantas tonterías en lugar de hablar de literatura. Así que he decidido que este año voy a ocuparme más de mi libro.

 

–         ¿Cuándo sale?

 

–         En marzo.

 

–         ¿Título?

 

–         Ya lo contaré, que de aquí a marzo se os olvida y yo lo que quiero es vender muchos ejemplares, quiero ser una especie de Zafón pero sin dragones en las camisas.

 

En marzo, si todo va bien, tendré novela en las librerías: volveremos al tema de las dedicatorias (¿y yo qué le pongo a éste?), del espionaje en un Vip’s para ver quién la compra y de las entrevistas en los medios…

 

Cuando hablas en público es muy fácil decir tonterías. El periodista empieza a hacerte una pregunta, tres subordinadas después se calla poniendo tono de interrogación en la voz y tú, que te has perdido, deduces que debes empezar a contestar.

 

¿Le pides que te repita la pregunta y te arriesgas a quedar como un tonto o te lanzas? Sin resolver la duda te echas a hablar; mientras, por dentro, estás intentando averiguar qué coño estaba diciendo el señor ese cuando le dio el tono de interrogación a la frase; ahí te das cuenta de que ya no puedes detenerte; antes de empezar a contestar, sí, podías pedir explicaciones sobre la cuestión, ahora ya no. Te vas metiendo en un jardín y no encuentras salida, entonces se te ocurre una frase genial y la sueltas aliviado.

 

–         ¿Estás diciendo que los periodistas no saben preguntar?

 

–         No, en absoluto. Estoy diciendo que yo, que estudié periodismo sin vocación, no entiendo algunas preguntas.

 

En el taxi de vuelta a casa te das cuenta de que tu frase genial era una de las mayores estupideces que has dicho en mucho tiempo. Piensas que quizá el periodista no la saque, era una pregunta sin importancia, seguro que en el resto del material tiene cosas buenas…

 

–         ¿Y la saca?

 

–         Normalmente titula con ella.

 

–         ¿Crees que lo hace para fastidiarte?

 

–         No, es su carácter, sé que no tiene nada contra mí.

 

Así que volveré a darles vueltas a mis dedicatorias, a mis frases en las entrevistas. Leeré con atención todo lo que se diga, sobre todo lo que haya dicho yo mismo. Me guguelearé media docena de veces al día, en lugar de dos, como es mi costumbre en las fases tranquilas de mi vida. En definitiva, que lo pasaré muy mal pero que es donde me gusta estar…

 

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