Pequeño tratado de los grandes vicios, de José Antonio Marina.

 

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

 

El Bosco (1450-1516), Mesa de los pecados capitales.

Tenemos un vicio sobre la mano. Es una perla negra, esférica, densa y brillante. Su atractivo es indiscutible: es una de las grandes joyas que el hombre ha segregado. Al partirlo por la mitad, para estudiarlo, encontramos su centro: el mal. Y al coger el mal e investigar su procedencia hallamos a la pasión. El trabajo arqueológico está hecho: el corazón del vicio es el mal y éste tiene como origen a la pasión.

 

La línea genealógica que hemos trazado tiene un aroma que nos es familiar: huele a judeocristianismo. Apesta a una tradición que está empeñada en arrancar de nosotros a la pasión. Un empeño que sólo puede terminar en fracaso. El hombre es pasión y sin ella es, simplemente, impensable. Será posible imaginarlo, pero sólo obtendremos una quimera que compartiría escenario con los unicornios, las sirenas o los dragones.

 

El Pequeño tratado de los grandes vicios nace, y el propio Marina lo reconoce, como una sombra del Pequeño tratado de las grandes virtudes (Comte-Sponville, Paidós, 2005), pero, sobre todo, tiene como pulso, por lo menos en su primera parte, liberar a la pasión de la carga negativa que nuestra tradición le ha añadido.

 

En la página cincuenta y dos, la pasión queda definida como una “conmoción afectiva vehemente, intensa, con gran capacidad movilizadora, que se adueña tiránicamente de la conciencia y que hace perder el control de la conducta”. Definición que debemos unir, inmediatamente, con la tesis que vertebra el ensayo: “una pasión puede convertirse en virtud o en vicio, dependiendo de si se entrega en la anábasis o en la katábasis” (p.84), es decir, depediendo de si está al servicio de nuestro crecimiento personal (anábasis) o, por el contrario, de nuestra destrucción (katábasis). Y es que el mal, recordemos que es el núcleo del vicio, lejos de relacionarse con maravillas metafísicas o con castigos o recompensas futuras, tiene que ver con el aquí y el ahora, con la elección de aquello que queremos ser y con la construcción de uno mismo.

 

En la segunda parte de este ensayo, Marina, reflexiona acerca de aquellos vicios que podemos llamar, por su presencia, principales. Son siente y nuestra tradición los ha bautizado como pecados: ira, lujuria, envidia, gula, pereza, soberbia y avaricia. Reflexión que se apoya en el abundante rastro bibliográfico que su estudio ha dejado a lo largo de la historia.

 

Pero al trazar los contornos del vicio surge, de manera indirecta, el retrato de la virtud. Así, a través de un método negativo, ella, su definición y sus formas, va haciéndose presente. Y será en este gesto, por lo menos para mí, en donde reside el momento mágico del libro.

 

Y que nadie se lleve a engaños, no estamos ante una investigación que desemboca en moralina. Lejos de ello, lo que pretende, y creo que lo consigue, es cartografiar una parte de esa oscuridad líquida que albergamos. Tarea difícil pero necesaria en estos tiempos en los que cada vez estamos más lejos de la llamada socrática: “conócete a ti mismo”.

 

 

 

 

Pequeño tratado de los grandes vicios

José Antonio Marina

Anagrama

2011

16, 90 euros

 192pp

 

 

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