Especial Manuel Vilas: entrevista + reseña de ‘Los inmortales’

 

Manuel Vilas: «La muerte me parece una canallada»

 

Entrevista por Cristina Consuegra

 

 

Los Inmortales (Alfaguara, 2011) es la mejor novela elaborada por Manuel Vilas. Este artefacto narrativo que el autor lanza al panorama literario español dinamita todo tipo de corrientes y expectativas situándolo en una suerte de limbo de incendiaria poética posmoderna y estética pop. Estamos ante una novela irrepetible y ante un autor que sigue caminando por ese lado salvaje de la literatura, camino que él mismo ha fabricado a base de un discurso narrativo original e implacable.

 

En Los Inmortales realizas un ejercicio literario consistente en seguir la máxima «todo es susceptible de ser convertido en literatura»; diseccionas y destruyes la realidad para volver a edificarla en clave narrativa. ¿Cómo se trabaja en esa línea tan delgada que fusiona la ficción más delirante con la realidad?

 

Es un asunto que nace de la propia vida, es el resultado de una mirada muy intensa hacia ella. Es el mundo circundante el que me pone a escribir, digamos que es la propia realidad lo que dispara todo, lo que pone en marcha el propio mecanismo de la escritura. Sí, es esa mirada intensa lo que me conduce a las ficciones delirantes que habitan en Los Inmortales. Ahora bien, son ficciones delirantes pero que no terminan en lo absurdo o irracional. Es «el no va más» pero con cierta sujeción, hay un soporte narrativo sobre el que se edifica este entramado. Digo esto porque hay muchos lectores que les cuesta asumir mi mundo y lo trasladan a lugares que no se corresponden.

 

¿Los Inmortales es el libro que se merece nuestra sociedad?

 

Sí. El objetivo del libro es nuestra sociedad, ahora bien, no juzgo a la sociedad, no hay una escritura moral, no digo lo que está bien o mal, sino que me limito a trasladar la realidad con mucho vitalismo y eso hace que la crítica nunca sea ideológica. El tema de la novela es la alienación, la sociedad humana está alienada laboral, económica y políticamente. Es justo aquí donde sí hay una gran crítica, una crítica sin situación ideológicamente. Quiero reflejar, dibujar, representar e iluminar cómo es la alienación del siglo XXI.

 

El humor sigue siendo tu gran aliado,… ¿se te puede considerar el Berlanga de la narrativa actual?

 

Pues para mí sería un honor, Berlanga me parece un auténtico genio. He visto El Verdugo muchísimas veces, Plácido… Salvando la lógica distancia temporal tengo una clara sensación de proximidad hacia su discurso, hacia su cine y hacia su persona.

 

En Los Inmortales continuas con esa poética pop que, creo, en esta novela llevas al exceso. ¿Ha sido premeditado o  ha surgido de forma paulatina?

 

Todo en la novela está controlado. El entramado pop está controlado desde lo más racional y siempre lo estará porque es lo que yo he vivido y asimilado. Hay un claro intento de fusión de la alta cultura con la cultura pop porque así lo he vivido, y creo que así puede ser. En la historia de la cultura occidental la cultura pop y la cultura mas elevada han sido antitéticas pero en mi caso, en mi persona, son indisolubles; van de la mano.

 

En cuanto a la estructura de la novela. ¿Por qué tratarla como tal y no como un conjunto de relatos?

 

Pues por el punto de vista. Todos los capítulos están dominados  por el punto de vista, una reflexión en torno a la mortalidad, los elementos temáticos que me permiten el desarrollo de este asunto se articulan a través de los tres personajes principales, Saavedra, Corman Martínez y Manuel Vilas. Y, por supuesto, por el final, donde desemboca parte del entramado narrativo. El libro es una parodia cultural, política, social… parodia que articulo a través de las acciones y actitudes de los personajes; todo está sometido a un cálculo casi alegórico, por ejemplo, en el capítulo titulado “Ponti” en el que Juan Pablo II muestra esa fascinación por lo material es una alegoría sobre cómo lo material ha reducido a los seres humanos.

 

Hablemos ahora de los protagonistas, cuestión clave, tal como acabas de indicar, en Los Inmortales. ¿Cómo aparece en tu vida semejante ramillete de personajes?

 

Saavedra surge tras la cuarta o quinta vez que vi Los Inmortales, la película protagonizada por Christopher Lambert; quise coger esa idea, el tema dela inmortalidad. Saavedra es Cervantes aunque nunca lo dice pero se deja entrever. El tema principal lo articulo a través del novelista más grande de todos los tiempos. Saavedra es un testigo excepcional de la historia de la humanidad, lleva más de 400 años vivo, observando el devenir. A partir de ahí surgen el resto de personajes. Corman aparece como consecuencia de mi fascinación por el Marxismo, entendido éste no como doctrina política, ya que como doctrina política no tiene sentido, ha muerto, sino el Marxismo entendido como única forma seria de disuasión del capitalismo; el Marxismo entendido como última Utopía.

 

¿Y qué es más difícil recrear/ficcionar a uno mismo o recrear/ficcionar a los demás?

 

Pues presentan la misma dificultad. Me río más cuando me ficcionalizo a mí mismo ya que debo hacer un esfuerzo menor al que hago cuando me tengo que poner en la piel de los demás, al enfrentarme a la tarea de ficcionalizar a los demás.

 

¿Cómo será Manuel Vilas con 78 años?

 

Todo es alegórico, todo está al servicio de una significación cultural. Quiero poner en duda todo lo que acontece, la realidad y su significado; los patrones culturales, políticos y económicos. Por ejemplo, en la conversación que tiene Manuel Vilas con el rey, es una conversación alegórica a través de la que articulo ese cuestionamiento.

 

Uno de los asuntos que mejor reflejas en el libro es la obsesión por el paso del tiempo en la sociedad occidental, de hecho, creo que hay fragmentos muy duros sobre este tema. ¿Por qué tratar este asunto ahora?

 

Tiene que ver con que me hago viejo y mi falta de entendimiento con la muerte, me parece una canallada; un parón de la existencia inaceptable. El único personaje que le tiene miedo a la muerte soy yo, siempre me refiero a la muerte con otros términos, nunca directamente, y todo ello se justifica porque he visto morir a gente a la que he querido mucho.

 

Este libro, ¿tiene más de anglosajón o de español?

 

Es un libro que no renuncia a la mejor tradición cultural española iniciada por Cervantes; al mismo tiempo es un libro anglosajón ya que la cultura pop lo es. Es un libro de auténtico mestizaje. Obviamente, los códigos son españoles, vamos no me voy a convertir en un escritor neoyorquino de un día para otro. Me siento cercano a esa tradición cultural iniciada en la República española, Alberti, Hernández, Luis Cernuda. Vivimos en un malentendido, casi perpetuo, desde el franquismo. Soy un escritor español, heredero de un patrimonio cultural concreto, te quiero decir con esto que es algo que no puedo obviar o evitar, mirar hacia otro lado. Además, creo que Los Inmortales es una gran homenaje a Cervantes, sería absurdo no reconocerlo teniendo en España al mejor novelista de todos los tiempos. Nabokov solía leerlo, al menos, una vez al año… aquí hay escritores que se declaran seguidores de Nabokov pero que desprecian la tradición cervantina.

 

Creo que con Los Inmortales has creado un artefacto narrativo prodigioso con multitud de elementos temáticos puestos al servicio de un fin común: el cuestionamiento de la condición humana. ¿Cómo te enfrentas a algo tan delirante, complejo y ambicioso al mismo tiempo?

 

Lo que más me costó fue ver el entramado de la novela. Hasta que me di cuenta que era la mortalidad el asunto principal no lo tuve claro. La pista me la dieron los personajes. Perdí mucho tiempo intentando casar las piezas, fue un trabajo de artesanía. Al principio dejé solo a Saavedra y eso fue un error; una vez que le fui asociando personajes, el entramado fue adquiriendo forma.

 

Reseña de Los inmortales

 

Por Javier Moreno.

 

Los inmortales. Manuel Vilas. Alfaguara, 2011.

 

Lo primero que se le ocurre a uno al leer la nueva novela de Manuel Vilas es que no hay novedad respecto a los dos trabajos anteriores (España, Aire nuestro). Lo segundo que se le viene a la cabeza es… a quién le importa. Vilas parece haber encontrado una veta inagotable, una fórmula pegadiza, un estribillo literario que funciona, algo en lo que el autor afincado en Zaragoza demuestra ser muy poco ‘líquido’, por usar la exitosa terminología de Bauman. Que se reinventen otros, podría ser el lema vilasiano si nos atenemos a la trayectoria dibujada –al menos- por sus tres últimas obras. Al fin y al cabo Aire nuestro y Los inmortales no son sino España por otros medios (y otra editorial). La fórmula viene a ser la misma, basada en una estructura narrativa que permita la atemporalidad (algo que ya se le ocurrió a Luciano de Samosata en sus Diálogos de los muertos) y, por tanto, que los personajes que pueblan sus novelas se conviertan en viajeros en el espacio-tiempo. Un espacio-tiempo cuyas leyes fundamentales no son las de la gravedad ni las electromagnéticas sino algo así como la versión erótica del materialismo dialéctico (ah, el amor, ese gran olvidado de la filosofía).

 

En Los inmortales los personajes son eso, inmortales, y por tanto testigos privilegiados de la historia. El título homenajea de manera evidente a la película protagonizada por Christopher Lambert,  personaje cinematográfico cuyo trasunto literario vendrá a ser Saavedra, evidente tributo, por otra parte, a  la obra y a la figura cervantina. Y es que esta novela viene a ser muy cervantina (y, por tanto,  muy poco aristotélica) en su tópico de manuscrito encontrado, en su estructura acumulativa y en las parejas de personajes (Dante y Pablo Neruda, Virgilio y García Lorca, Van Gogh y Picasso, Saavedra y Jerry, Ponti y Madre T…) que en ella aparecen. Quizás sean los capítulos protagonizados por estas parejas quijotepancescas los que a mi juicio resultan menos interesantes, ya que la peripecia resulta demasiado repetitiva y, sobre todo, porque los diálogos parecen dejados al descuido como siempre que se deja primar a la idea sobre su ejecución. Es sin embargo cuando el escritor se centra en un solo personaje, como ocurre con Cormac Martínez (el último comunista) o el propio Manuel Vilas (convertido a sí mismo en personaje), cuando la escritura se vuelve más intensa, más poética, cuando la parodia cede un tanto de terreno para abrirse a lugares que solo puede transitar este autor y que constituyen la esencia insustituible de su marca.

 

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