La escritura de la política, de Agapito Maestre

 

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

 

En el centro de esta obra, a modo de corazón, late la siguiente máxima: “atrévete a pensar por cuenta propia”. Ella, fue una de las banderas de aquello que llamamos Ilustración. Un impulso que, la Historia nos lo ha mostrado con la frialdad que la caracteriza, fracasó. Ahora bien, de ese fracaso se pueden sacar diferentes lecturas. De entre las posibles, Maestre, opta por aquella que pretende, teniendo en cuenta los errores del pasado y corrigiéndolos, volver a apostar por el pulso ilustrado, es decir, defender la idea de que sólo a través del conocimiento es posible alcanzar la liberación, y de que la razón, una razón bien medida, escarmentada de su delirio de omnipotencia, debe volver a tomar el centro de la plaza filosófica, presentado batalla a la multiplicidad de irracionalismos que han aparecido durante la mal llamada posmodernidad.

 

Pero si en la máxima ilustrada “atrévete a pensar por cuenta propia” el pensamiento, y su fruto, el conocimiento, han sido siempre atendidos, este no es el caso de la pasión. Y es que no se está diciendo “piensa por cuenta propia” sino “atrévete a pensar por cuenta propia”, es decir, estamos ante una llamada al valor de desafiar lo sabido para lanzarse a la búsqueda de nuevas maneras de entender lo que somos y de habitar lo real. Así, en esta apuesta por recuperar el impulso ilustrado, la pasión será decisiva. Y es que la razón, como bien nos recuerda Maestre en su obra, no se opone a la pasión sino a la sin-razón, es decir, a ese absurdo que tanto atrae a algunos filósofos y dentro de cuyo vientre nada puede ni enraizarse ni crecer.

 

Racionalidad y pasión, ya tenemos los dos motores y las dos guías de nuestra aventura, ahora debemos decir cual es territorio por el que nos vamos a mover: la política. Y de ella, lo primero que Maestre nos dice, mostrando su oposición directa a los que pretenden hacer de la política una ciencia exacta, es que es un saber de la contingencia. Ahora bien, entendiendo contingencia como lo hace Hannah Arendt: “la contingencia no es una privación o defecto del ser como la deformidad, sino que es un modo positivo de ser, igual que la necesidad es otro modo”. Una contingencia que impone en la política algo que ya Aristóteles supo señalar: la falta de exactitud.

 

Contingencia y falta de exactitud. Estas notas pertenecen a la política porque pertenecen a la vida misma. A ese río que nuestro pensamiento debe rondar en un ejercicio permanente de atención y paciencia, en una llamada a la lucidez que entrega una interpretación que nunca se sabrá definitiva. Contingencia, porque en la esfera de la acción para hablar de necesidad hay que cortar el cuello a la libertad, y el mundo que ese asesinato dejaría sería, sencillamente, inhabitable. Falta de exactitud, porque el acontecimiento no es unívoco, es un animal escurridizo que sabe escapar a toda geometrización posible.

 

En estos tiempos en los que reinan los grupos de expertos, la política reclama, y su llamada se intensifica, la participación de todos. Ella no puede estar secuestrada por aquellos que dicen de sí ser profesionales de la política. Personas que no son otra cosa que perros de partido. Fieles a una ideología que les incapacita para dialogar, para intercambiar puntos de vista. Ellos están marcados por la violencia: pretender imponer una manera de pensar que, por supuesto, califican como la correcta. Y todo lo que se sale de la línea que ellos han trazado, no es más que un error corregible a través de los mecanismos que el poder ostenta. Sí, todos conocemos la situación, pero su conocimiento no implica su transformación. La política se debe hacer en el espacio público, en “la plaza”, y para ello debemos liberarla de las manos de quienes la han secuestrado.

 

La afirmación de que la política se hace entre todos, nos acerca a una de las tensiones más activas dentro de la esfera social. Hablo de la oposición entre individualismo democrático e individualismo privatista. Dos alternativas que dependen de la noción que de individuo tengamos. En esta cuestión, Maestre, se mostrará tajante: sin el otro no hay yo, sin sociedad no hay individuo; no somos mónadas, somos seres relacionales. De la intersubjetividad, y sólo de ella, emerge el individuo. Esta afirmación nos lleva a un punto central de la obra que hoy nos ocupa: el hombre sólo puede desarrollarse de una manera auténtica dentro de una sociedad justa. Fuera de ella es, literalmente, nada. De este modo, ética y política quedan íntimamente unidas.

 

Frente a ese individualismo apolítico, privatista, se levanta el individualismo democrático. La idea romántica, sembrada principalmente por Nietzsche, de un individuo solitario que vive al margen de los demás, se ha revelado falsa. Necesitamos al otro y él nos necesita. Sin sociedad no hay nada, si acaso ese estado natural en el que sólo rige el “tú contra mí” y el “sálvese quien pueda”.

 

Si hemos dicho que la política se debe hacer en un espacio público, en una plaza abierta, ahora nos queda responder a una pregunta: ¿cuál puede ser este lugar? La respuesta que Maestre nos da es el punto más atractivo de su ensayo: la literatura. En ella, lo real se muestra con toda su riqueza, lejos de la esclerosis de la que a menudo adolecen las conceptualizaciones hechas por filósofos, sociólogos o politólogos. En la literatura, la razón crítica parece moverse de una manera más flexible, generando una representación mucho más rica e intensa, en la que el concepto no se pretende imponer sobre la vida. El escritor, es consciente de que no hay fórmula que agote el acontecimiento y por eso se rebela contra aquellos que intentan, en un gesto macabro de taxidermia, atrapar lo real a costa de robarle su movimiento, a costa de una simplificación de la que sólo se obtiene una caricatura del ser, del estar siendo, de las cosas.

 

La literatura, frente a otras disciplinas, se maneja bien con las características esenciales que hemos dado de la política, la contingencia y la falta de exactitud. Lejos de sentirse incómoda, las acepta y las utiliza a su favor, haciendo de ellas dos virtudes, porque detrás de la contingencia late la posibilidad y detrás de la inexactitud la riqueza.  

 

Hablamos de una literatura a la que podríamos asignar el apellido de “política”, pero a la que también debemos dar su lugar exacto, ya que ella se mueve sólo dentro de una de las dimensiones que nos interesan, la descriptiva, y deja a la otra sin tocar, la normativa. Pero Maestre lo sabe y por ello insta a que la literatura entré en diálogo con otros saberes –filosofía, politología y sociología- que a su vez deberán estar entre ellos comunicados. Una llamada que, de algún modo, nos devuelve a la dialéctica entre individualismo privatista e individualismo democrático, porque habrá que elegir entre disciplinas cerradas en sí mismas, que generan respuestas en las que quedan atrapadas, o disciplinas abiertas a través de un diálogo interdisciplinar. Y si alguien piensa que la respuesta está clara debería leer lo que estos saberes, en general, están aportando: discursos autorreferenciales que poco o nada pueden ayudar a la hora de deshacer el nudo gordiano que es el momento histórico que nos ha tocado vivir.

 

En el Preámbulo, Maestre afirma que ante un ambiguo y complejo panorama de opiniones sobre la política este libro “no tiene mayor aspiración que mostrar algunas meditaciones, consideraciones y pensamientos sobre la relación entre política y ética, y esbozar algunas encrucijadas del laberinto en que se encuentra deambulando el hombre contemporáneo”. Para nosotros, el objetivo está más que logrado.

 

 

 

 

 

La escritura de la política

Agapito Maestre

Edicones del Orto, 2011

294pp., 16euros.

 

 

 

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