«Reflexiones de un vampiro» y poemas visuales de Julia Otxoa

El peso de la ley - Julia Otxoa

«Reflexiones de un vampiro», un relato de Julia Otxoa.

 

Zegano era vampiro,  su fama  pésima, descendiente de una de las familias   de mayor abolengo vampírico de toda Europa,  su extraño comportamiento  era un  verdadero   escándalo para todos aquellos que durante años habían sido fieles a la tradición que comenzara  en 1431 el transilvano Vlad Tepes más conocido como Drácula.

 

Su desgana por seguir los pasos de sus antepasados era cada vez más manifiesta, últimamente apenas salía de noche y si lo hacía mordía de mala gana  cualquier  garganta que encontraba por ahí desprevenida,   para regresar luego y enseñar  sus colmillos  ensangrentados a su familia,  tratando de calmar en ellos un desasosiego que lejos de calmarse iba en aumento.

 

Y es que  a  Zegano  le interesaba infinitamente más el estudio del vampirismo que la succión de yugulares, tenía el ataúd tan sumamente abarrotado de libros que había encontrado llenos de polvo y telarañas en la inmensa biblioteca del castillo de Gosgowa donde vivían,   que apenas  quedaba sitio para  su delgado cuerpo y debía acurrucarse de mala forma para dormir  apretujado,  con los colmillos prácticamente metidos entres las páginas de algún libro, y claro , luego su aspecto no era el adecuado, toda su ropa  estaba siempre arrugada,  su madre al verle siempre exclamaba lo mismo: ¡ Qué desastre!

 

Pero Zegano lejos de preocuparse por ello, se dedicaba cada vez con más pasión a la   investigación del enigma que ocupaba toda la atención de su vida ¿De dónde venía todo aquello del vampirismo? Así   descubrió que contrariamente a lo que se  pensaba,  el origen del vampirismo parecía estar en el antiguo Egipto, cuando los hombres intentaron derrocar a los dioses. El dios Ra al enterarse de lo que tramaban los humanos, convocó a  Sekhmet , su temible fuerza no admitía resistencia alguna, él  era sin duda alguna el adecuado para calmar la rebelión que se anunciaba.

 

Así que Sekhmet bajó a la Tierra, destruyó a los rebeldes y bebió luego su sangre como si de vino se tratase. Cumplido su objetivo el dios Ra ordenó dar por finalizada la matanza, pero Sekhmet  no quería parar, además después de haberse bebido la sangre de todos  aquellos insurrectos  tenía la furia de cien volcanes.

 

Y como   la rabia incontenible de Sekhmet  en lugar de solucionar el problema empeoraba las cosas ,  el dios Ra mandó al dios Sekti, maestro en la mezcla de toda clase de plantas que actuaban como

Piedad férrea - Julia Otxoa

drogas para alterar la mente, elaborar una  pócima para Sekhmet, compuesta de plantas alucinógenas, cerveza y sangre humana. Cuando estuvo terminada se llenaron diez mil tinajas con dicha sustancia, se llevaron a la Tierra y se vertieron por todos los caminos por  los que pasaría Sekhmet. Y tal como  había pensado  el dios Ra sucedió, cuando Sekhmet vio aquella extensión ensangrentada bajo el sol, se volvió loco de deseo y bebió hasta quedar exhausto. Cuando despertó ya su corazón en virtud de la pócima se había transformado en bondadoso y no deseaba destruir.

 

Estas investigaciones le parecían a Zegano mucho más apasionantes   que salir  todas las noches convertido en un ridículo murciélago, para regresar luego atiborrado de sangre ajena qué a saber que enfermedades podría contagiarle. Así que haciendo oídos sordos a las reiteradas peticiones de su familia  para que retornara al buen camino de la tradición vampírica, lo que hizo fue encargar de momento, media docena más de ataúdes para poder acomodar en ellos las pilas de  libros  que se le acumulaban por todas partes. Pronto en el sótano del castillo de Gosgowa  aparecieron alineados siete ataúdes repletos de libros, observándolos Zegano pensó   que   ellos eran su verdadero hogar, el único lugar en  el que quería introducir sus blancos y relucientes colmillos.

 

Pero como las cosas con su familia iban de mal en peor, y los días se habían convertido en una constante discusión, y para su estudio necesitaba calma, abandonó a los suyos y viajó con sus siete ataúdes hacia el norte, hacia la región de los alpes transilvanos, allí ocupó un viejo castillo abandonado e  instaló su biblioteca portátil en uno de los salones que en mejores condiciones encontró.

 

Dedicado enteramente a la lectura de las más variadas disciplinas del saber relacionadas con el vampirismo, la calma llegó a su espíritu. Pasó el tiempo, su aspecto cambió,

abandonó su capa de satén negro,   dejó sueltos sus ensortijados rizos, libres ya de gomina y se compró unas gafas Ray-Ban último modelo. Corría el año 1970, Zegano quería ser un vampiro adaptado a los nuevos tiempos, aquel siniestro look  de sus antepasados no le gustaba nada, se encontraba mucho mejor dentro de unos vaqueros y una camiseta de esas de marca que llevaban los jóvenes. 

 

Tenía 22 años y toda la vida por delante, sencillamente quería ser uno más, formar parte de la historia de la gente normal. Lo primero que hizo fue ir al dentista y quitarse aquellos molestos colmillos que sobresalían de su boca dándole aquel aspecto amenazador tan anticuado, luego buscó trabajo como camarero en un pueblo cercano. En las horas libres que su horario laboral y el estudio del vampirismo se lo permitían, acudía para prepararse a una academia para acceder a un empleo en uno de los principales bancos de la ciudad.

 

Y como su formación cultural   no era cosa baladí, pasó el examen con una de las mejores notas. Esto transformó su vida para siempre, en principio cambió su lugar de residencia, se fue a la ciudad, encontró un piso alquilado cerca del banco, tan solo los fines de semana   regresaba a su viejo  castillo  donde le esperaban sus ataúdes y sus libros.

 

Pronto su fama de extraordinario contable y buen ojo para las finanzas hizo que le ascendieran de categoría, su carrera profesional fue vertiginosa, en pocos años llegó a subdirector del banco.

 

Se lo rifaban en los círculos empresariales y políticos. La noticia de su mente prodigiosa para los negocios mas ventajosos cruzó fronteras, el City Bank lo fichó como director en su central de Nueva York. Zegano abandonó Europa rumbo a América. De la noche a la mañana , mimado por las altas esferas, se había convertido en un guapo ejecutivo con insaciables ansias de poder que vivía en un apartamento de Manhattan , rodeado de lujo, amantes ,  y teléfonos móviles que no cesaban de sonar. El origen del vampirismo no le interesaba ya lo más mínimo. Transilvania formaba parte del pasado.

 

Audiencia eclesiástica - Julia Otxoa

Pasaron los años, su poder no dejaba de crecer. Casado con la hija de un magnate del petróleo y  padre de tres hijos, era feliz. Solo de vez en cuando algunas cálidas noches de verano, miraba con nostalgia el revolotear de los murciélagos sobre el puente de Brooklyn . Pero pronto regresaba  al  presente .Además, se decía,  en realidad él no había hecho sino transformar el vampirismo, lograr su evolución histórica de un modo mas higiénico, ya no era preciso succionar yugulares para ser vampiro , podía lograrse  lo mismo desde las altas finanzas

 

Director de uno de los mayores imperios financieros del orbe terrestre, podía hacer un buen  balance de su vida,  sentirse orgulloso ante sus antepasados de haber realizado una gloriosa carrera vampírica, de haber    logrado  unas cotas de poder  jamás igualadas por ninguno de los suyos. Para conseguirlo había colaborado en golpes de estado, sobornos, asesinatos , guerras civiles, y matanzas de todo tipo. Verdaderamente era preciso reconocer, que el poder del dinero había hecho correr más sangre que los más afilados colmillos, aunque estos fueran los del mismísimo Drácula. 

 

En estos momentos Zegano se mira  satisfecho en el espejo, le espera una recepción en casa del embajador,  se ve perfecto  vestido de frac, incluso esta noche le apetece ponerse un poquito de gomina en el pelo y peinarlo tirante hacia atrás como sus antepasados. Nieva sobre Manhattan, es Navidad.

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