Quantic Love

 

Quantic Love. Sonia Fernández-Vidal. Editorial la Galera. Rústica con solapas. 17,95 €.  

 

1. LAS PUERTAS DE SHAMBHALA

 

A veces el futuro nos susurra algo al oído por un breve instante. Algunos lo llaman premoniciones, otros intuición. Yo solo sé que al entrar en aquel avión supe que todo iba a cambiar. La Laila que dejaba Sevilla con destino a Suiza no volvería jamás. Mi permiso de trabajo como camarera del CERN era temporal, pero de repente entendí que habría un antes y un después de aquel verano. Nerviosa, me abrí paso entre la gente que colocaba a presión su equipaje de mano. Asiento 17A, ventanilla. ¡Iba a ser una gozada ver los Alpes desde el cielo! Una vez en mi asiento, coloqué el bolso entre mis pies y saqué la Moleskine que me había regalado mi padre para el viaje. Me emocioné al mirar la primera página de la libreta de tapas negras sujetadas por una goma. Allí me esperaba una cita de Peter Matthiessen que resumía a la perfección la corazonada que acababa de tener:

 

Un hombre sale de viaje

y es otro el que regresa.

 

Si algo debía reconocer a mi padre era que siempre acertaba con los regalos. Las palabras del autor de El leopardo de las nieves —su novela de viajes favorita— resonaban ahora con más fuerza en mi interior, ya que estaba emprendiendo mi odisea particular. Mientras la azafata daba unas indicaciones de seguridad a las que nadie atendía, en mi interior volví a escuchar la voz suave y serena de mi padre:      

—Mantén los ojos bien abiertos, Laila. Vas a vivir una experiencia única en el centro de investigación más importante de Europa. Pon tus manos a trabajar en esa cafetería, pero con tu mirada lejos en el horizonte.

—Papá, que solo me voy tres meses… —había protestado.

Luego le había dado un cálido abrazo. Sabía exactamente qué venía a continuación. Me repetía aquella fábula oriental desde que yo había cumplido los catorce. Y de eso hacía ya cuatro años…

—¿Recuerdas la historia del cazador que encontró Shambha- la mientras perseguía un ciervo? Al ver que se habían abierto las puertas del paraíso tibetano, el guardián le invitó a pasar, pero el cazador quiso volver a buscar a su familia. Cuando regresó, la montaña se había cerrado, pues las puertas de Shambhala se abren una sola vez en la vida para cada uno. Cada oportunidad es única, Laila, y si no la aprovechas, te sucederá como al cazador, que tuvo que seguir persiguiendo ciervos el resto de su existencia.

Mi padre era un soñador incorregible. Tal vez por eso se había casado con la persona más práctica y realista del planeta: mi madre. Sus palabras fueron como un chorro de agua helada:

 —Estate por el trabajo, gasta poco y déjate de chicos. Piensa que en tres meses tendrás que volver para empezar la universidad. No quiero que se te llene la cabeza de pájaros. Por mucho premio Nobel que circule por allí, no olvides que no eres Einstein, sino la chica que pone los cafés con leche.

 

Al tomar tierra en el aeropuerto de Ginebra, me acobardé por primera vez desde que me había enrolado en aquella aventura. Sentí que el cielo nublado se me venía encima. Todos mis amigos estaban de vacaciones, mientras yo me dirigía a un lugar desconocido a trabajar en algo de lo que no tenía ni idea. Había mentido en el CV al decir que había trabajado de camarera los últimos dos veranos en un cámping de la Costa Brava.

De repente, deseé volver al avión para regresar a mi soleada ciudad, al mundo conocido, donde todo era aburrido y previsible, pero seguro al fin.

«Respira hondo», me dije al darme cuenta de cómo me temblaban las piernas en la cola del control de aduanas. «Te estás comportando como una chiquilla asustada». Esa reprimenda me dio el coraje necesario para resistir el ataque de pánico. Pasé el control sin apartar la mirada del suelo y puse rumbo a la cinta transportadora.

En la sala de recogida de equipajes, un póster inmenso mostraba una imagen de satélite del lugar donde pasaría todo el verano. Se me escapó una sonrisa ante lo que parecía una bienvenida dirigida a mí. En medio de la vista aérea se podía leer:

CERN: el lugar donde nació la World Wide Web

La semana antes de coger el avión, lo había googleado todo acerca de este sitio. Averigüé que CERN1 son las siglas del Centro Europeo de Investigación Nuclear, el laboratorio de física nuclear donde se ha construido el mayor acelerador de partículas del mundo. ¡27 kilóme- tros de circunferencia! Al parecer, esa máquina gigantesca iba a servir para comprender el origen del Universo. ¡Wow!

Recogí mi maleta y tomé la salida en dirección a la parada de autobús, donde se agolpaba un grupo de excursionistas jóvenes. Supuse que se aventurarían en alguna ruta por los Alpes. A mi lado esperaba un viejecito con una americana de pana marrón y un fino jersey oscuro. Me miró a través de unas gafas de montura antigua con sus ojos pequeños pero alegres. Le devolví la sonrisa tímidamente. Tenía pinta de ser un conserje jubilado.

Cuando llegó el autobús que debía dejarme a las puertas del CERN, ocupé un asiento cerca del conductor y el viejecito se sentó a mi lado.

—Hola jovencita —me saludó en un inglés perfecto —. No eres de por aquí, ¿verdad? Tenía pocas ganas de entablar conversación, estaba demasiado nerviosa. Sin embargo, la simpatía de aquel abuelito me impedía ser maleducada. Le devolví el saludo en inglés y añadí:

—Vengo de Sevilla. —Preciosa ciudad… ¡Me encantan el flamenco y las tapas! ¿Se puede saber qué te ha traído a Suiza?

—Voy a trabajar este verano en el CERN, el laboratorio de física que hay a las afueras de Ginebra.

—Conozco el lugar —sonrió el anciano.

 

(…)

 

1. Del francés, Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire.

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