El común de los mortales

El común de los mortales, Jorge Riechmann

 

Por Ariadna G. García  

 

Ahí. La poética de Riechmann se encuentra resumida en ese adverbio. El conjunto de su obra se posiciona ideológicamente ante la realidad. No la esquiva, ni la circunvala. Se atrinchera frente a ella para estudiar cada una de sus imperfecciones, que primero denuncia y luego restaura, remienda, lija o zurce, con sus ensayos de filosofía y libros de poemas. Toma parte. Es un reformador nato de su yo y de cuanto le rodea. Posee una libertad radical. Con ella pretende renovar a sus conciudadanos (convertirlos en personas “nuevas”) para crear un mundo mucho más habitable.

 

El común de los mortales se suma, pues, a una bibliografía en la que no falta la crítica al capitalismo (Mil cosas que hay que aprender antes de morir) o la defensa de una política comprometida con la preservación de la biosfera (Ecocidio). Frente a una sociedad mercantilizada, carente de valores, ajena al deterioro medioambiental, Jorge Riechmann propone dos caminos: la acción (social, reivindicativa: “Inútiles días/los de quien sólo se lamenta y no actúa”; privada, transformadora: “Se trata de vivir de otra manera”) y el recogimiento interior (la búsqueda de la plenitud en las cosas sencillas: el amor, la amistad o la naturaleza).

 

Riechmann, haciendo alarde de la coherencia que guardan su existencia y su obra (“Las palabras/vivas/no pueden hallarse en contradicción/con los hechos de la vida cotidiana”), no sólo participa activamente en varios foros, sino que anima a la movilización civil (“¿Serás/ aceite dócil en los engranajes/ o palo entre las ruedas…?”). Su ideario se hace eco del papel que el historiador Ryszard Kapuscinski reserva a los intelectuales: “hablar de aquello de lo que no se habla, subrayar lo que se margina” (Lapidarium IV, 2003).

 

Poeta-Recolector. Riechmann atesora reflexiones, juicios e ideas tanto de los escritores actuales como de los clásicos. Cada asunto toma cuerpo en un poema. Y cada texto, por su parte, supone una indagación sobre el mundo, nuestros límites y posibilidades de mejora existencial. Lo mismo que a Terencio, nada de lo humano le es ajeno, de manera que sus pesquisas poéticas abarcan todos los campos: la muerte inexorable (Somos un inatente en la belleza del mundo), la vejez desoladora (¿Qué hacer?), el amor transitorio (Amor mío), el milagro de la vida (El espacio del entre), la previsible distopía de las comunidades futuras (Bosquimanos en el Ártico)… 

 

Escritos “con un ritmo cercano al respirar” (Una morada en el aire. 2003), los versos de Jorge Riechmann –comprometidos en la lucha contra la inercia de los políticos y la amnesia de algunos medios de comunicación– persiguen el ideal estético que propugnaba Juan Ramón Jiménez: sentido y precisión (Y para recordar por qué he venido, 1990).

 

El común de los mortales somos todos nosotros. El poeta interpela al lector para que ponga en marcha su capacidad de maniobra, de respuesta, ante el desafío que suponen el recalentamiento de la tierra y la crisis espiritual de Occidente. La decisión incumbe a cada ser humano. Y ahí nos quiere ver.

 

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