Damien Hirst y el mercado como argumento artístico

 

Por Eloy V. Palazón.

 

El otro día, El Cultural publicó un artículo sobre el artista Damien Hirst, que ahora expone en la Tate Modern de Londres, escrito por José María Parreño, profesor de Bellas Artes de la Universidad Complutense, y hubo unas frases del artículo que me llamaron la atención. Vayamos por partes. La primera de las frases que me gustaría destacar es la siguiente: “En el transcurso del arte moderno se liquidó primero la Academia, luego se transgredió la moral burguesa y finalmente se hizo estallar el mismo concepto de arte. Lo único que queda en pie como garante de lo artístico, de su valor y su sentido es el mercado. Aunque parezca una paradoja, sabemos que lo que hace Hirst es arte porque se vende muy caro. Hay algún otro, pero este es el argumento irrefutable.”

 

Damien Hirst con Imposibilidad física de la muerte en la mente de un ser vivo

Supongo, entonces, que ya no hay que estudiar Historia del Arte para saber sobre arte o sobre lo que actualmente se puede catalogar como arte, hay que estudiar Economía, puesto que esta es la disciplina que “estudia” cómo funciona el mercado. Y si en el mercado las cosas fluctúan de manera que algo hoy puede valer millones y mañana escasos euros entonces lo que hoy es arte, mañana no lo será.

 

De hecho, esto no hace más que remitirnos a la teoría del valor que tanto juego da en la economía. Ya no hay que valorar la obra por las cuestiones que hasta ahora se entendían como importantes en el arte, ahora tendríamos que valorar la estima del público (con todo lo que supone un público “posmoderno”, si se me permite abusar de esta palabra cliché tan manoseada y polisémica), haciendo uso de la teoría del valor neoclásica, o incluso neokeyseniana, donde es algo subjetivo y se relaciona con la estima con la que el público valore un determinado objeto.

 

La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, el tiburón en formol que costó 12 millones, es una obra de arte por lo que le costó al multimillonario que lo compró (Steve Cohen). Ese es el argumento. Esto habría que pensarlo un poco más creo yo, y poner en juego la teoría del valor-trabajo, pero en su vertiente más metafísica, la de Marx (Libro I, Sección 1ª de El Capital), no tanto la meramente económica de David Ricardo. Y precisamente en estos términos se hablaba hace unos meses cuando David Hockney polemizó con Hirst.

 

Si Damien Hirst hizo en 2009 unas obras que no pasaron por la galería, al alcance del gran público, y se vendieron directamente en Sotheby’s es porque el público que valora esas obras es restringido, es decir, quien valora el arte ya no solo es inexperto en cuestiones artísticas (aunque en muchas ocasiones se pongan al amparo de aquellos que sí saben de arte, pero que al fin y al cabo quieren que su cliente gane dinero), sino que además el número es reducido.

 

 ¿Cuál es la anécdota de esa jornada? Mientras Lehman Brothers quebraba y el mundo entraba en una crisis de grandes magnitudes, el señor Hirst vendió sus obras por un valor de más de 120 millones de euros. La explosión de la burbuja bancaria e inmobiliaria no afectó a la del arte, pero esto no tardará en ocurrir y el crítico de arte Julian Spalding anima a vender las obras de Hirst antes que se devalúen enormemente. Pero, ¿se dan cuenta que en ningún lado hemos hablado de arte? Sólo hemos hablado de economía y de eso trata el mercado, supongo. De que nos fijemos en lo que realmente vale: ¿el arte? No, el dinero. La gente creía en el crecimiento económico infinito (bueno, aún lo siguen creyendo) y se toparon con un muro que se derrumbó, en la cultura (la industria cultural) pasa igual. Aunque ahora no se pueda ver, en el horizonte acecha la caída.

 

Yo les animo a leer las declaraciones de la comisaria de la exposición, del propio Hirst o del director de la Tate en los periódicos. Comprobarán que se preocupan más de limpiar la imagen de un Hirst insaciable por el dinero que de su obra.

 

Así que el carácter irrefutable al que alude Parreño es, cuanto menos, dudoso. Lo mejor es que aluda a que hay otros argumentos para decir que lo que hace Hirst es arte pero son secundarios sin lugar a dudas. El más importante es el económico (como todo en esta vida).

 

Otra de ellas es: “Alguna vez he escuchado decir que para hacer un análisis de las obras de Hirst habría que dejar de lado los precios que han alcanzado. Para mí esto es un error. Tan absurdo como tratar de dejar de lado el carácter industrial de La Fuente de Duchamp o la popularidad de los modelos (Marilyn, Elvis) elegidos por Warhol para sus serigrafías. En todos los casos, esa particularidad es parte esencial de la creación.”

 

Los sofismas no valen como argumentos (aunque estén de moda y se utilicen mucho): la intención de La Fuente de Duchamp era, entre otras, desdibujar el límite entre producción artística y producción industrial, la de Warhol (por lo menos al principio, cuando era “inocente”) la de borrar las lindes entre la alta y baja cultura (cosa que también hizo Duchamp, por supuesto). La cuestión es que si Hirst quiere dinamitar los límites entre arte y economía no creará un ámbito común, donde ambas disciplinas se encuentren, donde la economía sirva como un aspecto más de la obra. Esto no es así, puesto que la única cuestión económica que afecta a la obra es el precio. Es decir, una cuestión meramente física, no hay una conceptualización del por qué borrar ese límite. Mientras que en los otros ejemplos sí la hay. La única razón de que desaparezca esa separación no es que se crea que hay razones de “moral burguesa”, o que hay una “elitización” del arte que separa esas dos disciplinas que podrían estar unidas. No, no hay razones artísticas, por así decirlo, son cuestiones económicas las que llevan a borrar esos límites. En los dos ejemplos anteriores la necesidad de hacer desaparecer esa separación es una cuestión estética, en esta es económica. Por lo que al final, sólo queda esta última.

 

Hay alguna otra frase sobre la impopularidad del arte contemporáneo y la popularidad de este artista, pero esas no merecen ni ser comentadas, caen por sí mismas.

 

No estoy diciendo tampoco que se tenga que caer en el mismo error en el que cayó el filósofo Adorno con el jazz. Creo que esa opinión era desafortunada por su desconocimiento de la historia del jazz. Por la misma razón, tampoco creo que haya que tachar de No-Arte (no como categoría artística (tal y como lo enunciaría Duchamp y que sería recogido por otros artistas o des-artistas), sino como “algo que no es arte”, como) la obra de Hirst por el simple hecho de ser mercantil, creo que tiene otros valores más artísticos (o no, diría Spalding), aunque personalmente piense que sus ideas rozan lo común y banal hoy en día.

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