¿Oyes la llamada de la selva?

 

 

Por Silvia Llorente.

 

Un grito cruza el patio de butacas del teatro Lope de Vega de Madrid. Un coro de voces le sigue. La oscuridad deja paso a una tenue luz que comienza a iluminar el escenario. Pero, ¿es eso lo que creo…? Sí, es una jirafa. El sol comienza a cobrar fuerza. ¿Y aquello de allí…? ¡Una gacela! Le sigue un guepardo. A las voces se le suman los instrumentos; a un lado del escenario los percusionistas los golpean con suavidad. Surge algo de entre el pasillo de butacas, sigiloso…  Mira, ¡un elefante! Los pájaros, mientras tanto, sobrevuelan las cabezas de los espectadores. Y de repente… un león. Una superficie pedregosa deslizándose por el escenario. Y Rafiki representando una de las escenas más conocidas en la historia del cine: el nacimiento de un nuevo rey. Un Rey León.

 

Con el vello erizado fruto de la emoción del primer acto, no nos puede sorprender cómo este espectáculo ha recorrido tantos países y conseguido más de 70 premios internacionales. La escenografía y la sutileza y sensibilidad de sus vestuarios consigue atraparnos desde la primera canción, interpretada de forma sublime por la sudafricana Brenda Brinzo Mhlongo -Rafiki en el musical- y con el coro conformado por una multitud de artistas de distinta procedencia. Porque si el Rey León se caracteriza por algo en su elenco es por la multituculturalidad que lo compone. No en vano, en la representación cuenta con más de 200 esculturas –algunas de ellas animadas-, 49 pelucas, 200 vestidos, 100 instrumentos y 53 actores, entre los que hay 8 niños –extraordinarios en sus aportaciones-. Todos son como una familia; y lo demuestran sobre las tablas de manera excepcional.

 

Es la película que todos conocemos, que hemos visto siendo niños o hemos disfrutado siendo adultos –y que podemos recordar por las casi calcadas frases de los personajes del musical-. Un largometraje de Disney del año 1994 que en su salto al escenario no puede dejar indiferente a nadie. Para acoger esta producción, el teatro Lope de Vega de Madrid, de hecho, se ha visto obligado a derribar algunos tabiques. Y por muy complicado que nos parezca meter la Sabana africana en este pequeño espacio, se convierte en el lugar perfecto para escenificar desde una estampida de antílopes hasta una persecución entre una leona y un jabalí. A destacar la espectacularidad, por cierto, de la estampida, que nos hace temblar en nuestro asiento a pesar de conocer de antemano el desenlace de tal trágico suceso.

 

Pero este espectáculo visual no se podría sustentar sin la presencia de sus actores, tan adecuados para los papeles como brillantes en las interpretaciones vocales –con música de Elton John y Tim Rice-. Carlos Rivera como Simba, Daniela Pobega como Nala, Albert Gracia como Pumbaa,  David Comrie como Mufasa, Sergie Albert como Scar… y unos espectaculares Esteban Oliver como Zazú y David Ávila como Timón; actores que además tienen el difícil añadido de ser el contrapunto cómico en la representación. A propósito del último, realiza un homenaje a nuestra cultura en un número que protagoniza cerca del final y que provocó los aplausos generalizados del todo el público en la última representación. Sólo podemos decir que coincide con el acento andaluz del que dota a su personaje, y que nos ofrece un pequeño guiño a nuestra cultura.

 

Tampoco hay que olvidar la presencia de los bailarines. Ballet, hip-hop, danza contemporánea y bailes que bien podríamos ver paseando por la calle se vertebran en movimientos propios de los animales o plantas a los que representan –el meneo de los hombros propio de los felinos, por ejemplo-. Y no sólo eso, sino que se unen a las máscaras y títeres para contarnos una historia sobre conocernos a nosotros mismos, no perder la fe y superar los obstáculos y dificultades. Historia que se ve realzada por una escenografía espectacular, desde las referencias al ciclo vital –los círculos que predominan durante la obra- hasta las diferencias visuales –como lo distintas que son las máscaras del malvado Scar y Mufasa-.

 

Y si vemos diferentes géneros en el baile, lo mismo podemos apreciar en la música. Los estilos africanos están muy marcados durante la representación y, de hecho, se intercala el castellano con cinco idiomas de este continente. El rock para las hienas o los coros más violentos de guerra para las escenas de caza de las leonas lo abalan. Como curiosidad, el hecho de que se nos permita ver a los percusionistas desde nuestros asientos también es un rasgo africano, en el que estos músicos tienen un papel muy relevante y que sugiere la autenticidad de su música.

 

Seis meses lleva este musical “que conmueve al mundo”. Por el momento, no tiene fecha de finalización. Y debemos dar gracias por ello. Por poder disfrutar de un espectáculo visual y musical de estas características que nos recuerdan la belleza y la magia que nos proporciona el arte. Un arte sensible, emocionante y, al fin y al cabo, animal.

 

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