No te signifiques (48)

 

Por Jorge Díaz.

 

Llevo varias entregas dedicado a la promoción de “La justicia de los errantes” y me olvido de mis temas fetiche:

 

a) El señor Iñaqui Urdangarín y su familia política.

 

b) Meterme en charcos.

 

Sigo necesitando hacer promoción, de hecho la necesito más que nunca. Pero qué más os puedo contar sin aburriros… Que por favor leáis la novela. Ya está.

 

–          Así está bien, que la gente no llegue a cansarse.

 

La gente se cansa de mí pero los Borbones siguen dando juego… El chico mayor de Marichalar, el que debía ser heredero, ha tenido un accidente con una escopeta. Una muestra más de la sabiduría de mi madre que nos dio dos máximas para movernos por la vida: no te signifiques y las armas las carga el diablo.

 

Me da pena porque el chaval sólo tiene 13 años y yo tengo un sobrino de 13 años y sé lo que tienen en la cabeza: chicas. No me gustaría que si mi sobrino un día hace una tontería le marcara para siempre. No es plan.

 

Además, a mí, Froilán, que ya sé que se llama de verdad Felipe Juan, me cae bien. Lo imagino en los programas del corazón de dentro de veinte o treinta años, como uno de esos invitados con mucha clase, mucho sentido del humor y una mala leche impagable.

 

Desde aquí le doy ánimos: chaval, esto se olvidará, aunque creas que, durante toda tu vida, todo aquel al que te presenten pensará “éste es el que se disparó en el pie”, no es así. Se olvidará, el día menos pensado harás un ridículo aún mayor y nadie se acordará del Frigopié agujereado. En la vida, todos tenemos una capacidad ilimitada para hacer el ridículo, aprovéchate de ella para sobrevivir. Acuérdate de tu padre: todo el mundo pensó que no superaría lo del patinete y se puso pantalones de amebas, o fue al revés. Pídele consejo a él, que entiende de esto.

 

Mientras tanto no se sabe nada de su tío Iñaqui. Yo creo que se ha hecho fuerte en su casa de Washington y no le van a sacar de allí ni con aceite hirviendo. Hasta la liga nacional del rifle, esa que decían que presidía Charlton Heston, va a tener que intervenir.

 

Vamos a por lo segundo, meter los pies en charcos. ¿Qué hay mejor para esto que hablar de la Iglesia?

 

Un obispo hace unas declaraciones contra los homosexuales, o contra la homosexualidad. La verdad es que no las he leído o escuchado en primera mano. Y lo poco que he oído lo he olvidado justo después.

 

–          ¿Vas a opinar sobre algo que desconoces?

 

–          Sin cortarme un pelo.

 

Me importan un bledo las declaraciones de los obispos acerca de la homosexualidad, los métodos anticonceptivos, el aborto o cualquier tema que tenga que ver con la sexualidad o la vida en pareja a la que ellos renuncian. ¿Qué más da lo que haya dicho el obispo? ¿A qué viene tanto revuelo? Con no escucharlo…

 

–          Es que dijo una barbaridad…

 

–          Pues lo que le corresponde, ¿esperabas otra cosa?

 

También me importan un bledo las declaraciones que haga cualquier obispo, arzobispo – no sé cuál es más de los dos –, o incluso el mismo Papa de Roma acerca de cualquier otro tema, divino o humano. No sé a qué viene darles más importancia a ellos que a lo que dice el señor Rabino de Copacabana, al que conocí hace unos años y me pareció muy simpático. Es más, seguro que el Rabino dice cosas mucho más interesantes, que para algo está casado y sabe más que los curas de muchos asuntos.

 

–          A lo mejor si los curas abandonaran el celibato…

 

–          Otro tema que me da igual. Que hagan lo que les dé la gana. A mí como si quieren convertirse en polígamos, o lo que es peor, en polígonos. Problema suyo.

 

Tengo amigos activistas, de todo tipo, desde gais a republicanos o antitaurinos. La mayor parte más listos y más preparados que yo; además se informan mucho más de las cosas porque les gusta significarse, no como a mí. Cuando hablan los obispos se los llevan los diablos; a veces pienso que son más papistas que el Papa, qué manera de atender a sus palabras… Lo que yo les digo.

 

–          ¿Y a vosotros que más os da? Con no hacerles aprecio…

 

Creo que el mayor poder de la Iglesia es ése, hablar y que se les haga caso. Aunque sea para insultarlos. ¿No sería mejor dejarles hablar solos y tranquilos?

 

–          Eh, que he dicho caca.

 

–          Pues muy bien. Que aproveche.

 

Puesto al día de los borbones y con las botas bien mojadas del agua del charco. Ya veremos a qué nos dedicamos el próximo número…

 

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