Donde el agua se une a otras aguas

 

Por Juan Carlos Vicente

A media tarde, el viento se hace más fuerte, las acacias agitan sus ramas más jóvenes mientras la rugosidad de su tronco nos remite a viejas historias de la sabana. Las retamas y jaras del sotobosque parecen huir de la meseta con destino a lugares más fríos, asesinos disfrazados de hielo cuando el invierno llegue, degolladores de flores que embalsamarán festucas y gramíneas. África arroja su calima contra el cielo y la ciudad se convierte en un horno a presión a punto de estallar. Apenas ha llovido, la pastosidad invade las estructuras desafiantes de la urbe como la saliva invade una boca seca, mientras, un hombre, un hombre cualquiera, sin nombre, sin rostro, activa el riego por aspersión de una pradera de césped que apenas usa más allá de la propia satisfacción con la que constatar su posición económica.

Quizá algo paródico y exagerado, pero lo que creemos que son nuestras necesidades, siempre rayan esa línea. ¿Hasta dónde podríamos llegar?

Lo cierto es que no sabemos lo que cuesta el agua, no entendemos el privilegio de un artículo de lujo como es un jardín de grandes praderas que nadie usa. ¿Recuerdan hace unos años la prohibición de riego? Algunos se llevaron las manos a la cabeza, echando números de lo que supondría durante el invierno recuperar la verde extensión de su ego. Las obras nuevas paralizaron la jardinería, las contratas (en esos años, numerosas, despiadadas, desplegando medios y cobrando las ejecuciones de los diseños a precios desorbitados) ofrecieron, con la intención de no perder las obras en curso (que nadie dote de conciencia a las mismas, a las contratas), alternativas como los parterres de grava y el césped artificial (aún sin pulir en España, era algo parecido a una moqueta de camping), especies autóctonas y cualquier solución que se alimentara simplemente con goteo. La recepción por parte de los clientes (particulares y otras contratas de mayor poder) fue nefasta, posiblemente no se llegase ni a un triste dos por ciento de aceptación, la mayoría decidió esperar a que llegase el invierno, y con él, las lluvias.

Este año, tras un invierno seco, los rumores empezaron a cobrar cuerpo, y el gremio de la jardinería, ya suficientemente herido por los despidos masivos, veía cómo la temporada alta de trabajo, de mayo a julio, se veía amenazada y disminuida por las restricciones. Finalmente llegaron las lluvias, y el escaso mercado activo encontró una efímera salvación a sus muchos males.

¿Y si no hubiese llovido?

Nos falta conciencia, pararnos a pensar por qué es factible una pradera en Londres y por qué no lo es Badajoz. Nos falta entender que, la aclimatación de especies exigentes fuera de su entorno es más complicada que llevar a cabo los consejos de un vendedor en una gran superficie. Nos falta no creernos la mentira del agua reciclada no potable (mal olor, aspersores y difusores que se atascan y no riegan, bypass ilegales hechos de tapadillo mientras en la entrada del parque un cartel reza «Este parque se riega con agua no potable»).

El concepto de Xerojardinería o Xeriscape procede de finales de los años 70. Consiste en un uso inteligente de los recursos de agua, una maximización de ellos, minimizando el gasto innecesario. Quien piense en grandes extensiones de tierra desnuda, algo así como un desierto frente a su casa, indica que la corrección debe empezar por su estadio mental, y luego aplicarla a su jardín. ¿Necesitamos praderas de césped de 1.000 metros cuadrados? ¿En qué cambiaría nuestro jardín si eliminásemos nuestro pequeño rectángulo de césped, o si lo cambiásemos por semilla menos exigente en cuanto a necesidades de riego? ¿Cuánto nos va a costar desplegar nuestro encanto en la barbacoa anual con los amigos en el jardín trasero? Por no hablar de que, según mi experiencia, casi todo el mundo que tiene un jardín con césped, acaba regando en exceso en cuanto aparece alguna parte dañada, pocos se plantean, y menos llevan a cabo, un calendario estricto de tratamientos y seguimiento correcto de la evolución del jardín. Ah, ¿que no tienes tiempo para eso porque trabajas mucho? Posiblemente no deberías tener un jardín si no puedes dedicarle la atención necesaria.

Basta con mirar alrededor para obtener la información necesaria, árboles, arbustos, planta de temporada, para darse cuenta de hasta qué punto intentamos forzar la situación. Deberíamos detenernos, evaluar el alcance de nuestras acciones, comprometernos en, si no mejorar, al menos no empeorar el legado que dejaremos a nuestros hijos.

Os dejo este poema de Carver.

 

Donde el agua se une a otras aguas

Me fascinan los arroyos y la música que crean.

Y las corrientes, entre prados y cañas, antes

de tener oportunidad de convertirse en arroyos.

Me fascinan sobre todo

por su sigilo. ¡Casi olvidaba

decir algo de las fuentes!

¿Hay algo más hermoso que un manantial?

Pero también me encantan las grandes corrientes.

Las bocas abiertas de los ríos cuando se unen al mar.

Los lugares donde el agua se une

a otras aguas. ¡Conservo esos lugares

en mi mente como si fueran sagrados!

Me gustan como a otros les gustan los caballos

o las mujeres atractivas. Me pasa una cosa

con esa agua fría y veloz.

Sólo con mirarla se me acelera la sangre

y se me eriza la piel. Podría sentarme

a mirar estos ríos durante horas.

Ninguno es igual.

Hoy tengo 45 años.

¿Me creería alguien si le dijera

que una vez tuve 35?

¡Mi corazón seco y vacío a los 35 años!

Tuvieron que pasar cinco años

antes de que empezara a latir de nuevo.

Me tomaré todo el tiempo que quiera esta tarde

antes de dejar mi sitio en la orilla del río.

Me gustan, me encantan los ríos.

Me encantan desde su fuente.

Me encanta todo lo que crece en mí.