Herminia Luque: «Hay que atreverse a publicar cosas que agarren por los hombros al lector y lo zarandee»

Por Cristina Consuegra. 

En El Códice Purpureo (Paréntesis, 2011), de Herminia Luque, conviven los ecos de los epistológrafos del siglo IV -Sinesio de Cirene, Ausonio, San Jerónimo- con la naturalidad de un ramillete de personajes cuya construcción se antoja contundente y actual. Una novela versátil y múltiple que recupera un siglo crucial para el cristianismo y la cultura, un tiempo en el que la sustitución del rollo de papiro por el códice de pergamino resultó fundamental. En este título, el lector no sólo se dejará fascinar por su estructura, sino por todos esos ángulos precisos que la autora ha manufacturado para que se pierda y confunda con estados de ánimo, intenciones, vocaciones y delirios; una historia en la que Luque no ha querido dejar nada por escribir o decir, arriesgada y combativa, en la que el paralelismo con nuestro presente ayuda a entender este transito complejo y distante en el que nos encontramos sumergidos.

¿Cuándo decides hacer frente a esta historia?

La época –la Antigüedad tardía- me interesaba desde hace mucho tiempo. También quería escribir una novela en la que los personajes femeninos no fueran esas mujeres fuertes y maravillosas, feministas avant la lettre, que pululan en tantas novelas lo mismo por la Córdoba Omeya que por el condado cristiano más garrulo. No, tenían que ser lo que históricamente han sido las mujeres: seres machacados, demediados, incompletos, que no han podido desarrollar más que a costa de pérdidas o de mutilaciones personales tremendas, lo propiamente humano, lo que sí era propio y esperable en un hombre.

La escritura de un título como El Códice Purpúreo requiere un proceso de pre producción que en ocasiones suele ser más arduo o laborioso que el propio proceso de creación en sí. ¿Qué te ha exigido el libro en este aspecto?

No fue una exigencia, fue un auténtico placer. Cuando te apasiona un tema, vas leyendo cosas y una te lleva a otra; las lecturas se van enredando como en un cesto de cerezas. Todo lo enfocas a la búsqueda de testimonios sobre la época, lo mismo si vas a una feria del libro o haces turismo buscando villas tardorromanas… Como he dicho en alguna otra ocasión, hubo una época de mi vida en la que yo viví en el siglo IV… A nivel personal coincidió con una época en la que abandoné mi trabajo, dos años en los que me dediqué a escribir y a la crianza de mi primer hijo. Fueron dos años en los que mis referentes culturales eran, por un lado Ausonio o Sinesio de Cirene, y por otro los Teletubbies.

Uno de los asuntos a destacar de esta obra es el empleo efectivo que haces de su estructura. La historia, sus vertientes y ramificaciones, ¿te llevan a este desarrollo o surge de forma espontánea?

La historia me exigía varios puntos vista, no podía centrarla en un solo personaje. Por ejemplo, no hubiera sido verosímil que una joven de quince años -Ávita, sobre cuya muerte gravita la novela- hubiera narrado la historia. Ni tampoco tenía un personaje predilecto que me sirviera como referencia, como punto de apoyo para toda la narración. Antes bien, prefería narrar experiencias diversas, así como espacios físicos y anímicos diferentes. Hay, incluso, espacio para una historia de piratas, un tipo de narración ya existente en la Antigüedad  (lo que llamamos Antigüedad es tan extensa que ya tenían novelas históricas: para un romano del siglo IV la época de Pericles le quedaba tan lejos como a nosotros la edad de las catedrales góticas…).

¿Qué le ha concedido el género epistolar a la Literatura?

El género epistolar es una maravillosa fuente de información a la vez que un estupendo ejercicio de introspección comunicada… algo así como la cuadratura del círculo. De Sinesio de Cirene a madame de Sevigné, de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Salinas, las cartas nos muestran parcelas muy especiales del ser humano, descuidado a veces –sólo a veces- del corsé literario. En el siglo XVIII –otra de mis épocas favoritas- hay un desarrollo especial de una novela basada en cartas, de la Pamela richardsoniana a Las desventuras del joven Werther o las Cartas persas de Montesquieu o Las amistades peligrosas, el culmen de un género que cautiva al lector porque lo convierte en una especie de voyeur, un mirón privilegiado que acecha y que nunca podrá ser descubierto.    

En El Códice Purpúreo profundizas con acierto y precisión en la condición humana de un tiempo en tránsito. ¿Qué paralelismos intuyes con el acontecer actual?

El más evidente es el cambio de formato que está experimentando el libro. Si en el siglo IV d. C. fue el paso del rollo de papiro al códice de pergamino, en la actualidad es el del libro de papel al formato electrónico, en la diversidad de soportes existentes. Y esto no es algo accidental: el cambio de soportes implica cambios culturales de primera magnitud: al final de la Antigüedad se estaba virando hacia una cultura cristiana que dominará absolutamente durante siglos; en la actualidad, no sabemos hacia dónde. Lo lastimoso es que desarrollo tecnológico parece no coincidir con desarrollo cultural -cuando esas fantásticas tecnologías de almacenaje y transmisión de información sirven para matar personajillos en cualquier videojuego absurdo-, es decir hay un desperdicio de posibilidades y de recursos económicos inmenso.

En otro orden de cosas, quizá estemos entrando en una crisis irremediable del ideario ilustrado, el que permitió el desarrollo de los sistemas políticos liberales y las democracias después. Mientras que el liberalismo económico parece que sólo entrará en barrena cuando los recursos naturales se hayan agotado o haya una serie de catástrofes que lo hagan inviable. Como ya se vio en la Edad Media, las épocas oscuras existen, el retroceso acecha a las sociedades; no podemos ser tan imbéciles como para permitirlo.

Continuando con los aspectos a destacar de tu novela, sin duda, uno de los grandes logros es el tratamiento y empleo del lenguaje, en ocasiones, la historia y sus circunstancias se sostienen por lo que no escribes. ¿Tuviste claro ese ejercicio de alusión para buscar la complicidad del lector?

La literatura, como la música, es una mezcla de sonido y de silencio, de lo que se dice y de lo que no. El lector tiene que llenar vacíos y codificar, acomodar a su experiencia vital y lectora lo dicho por el autor. Pero a mí no se me ocurría, cuando escribía la novela, pensar en un hipotético lector, ni presente ni futuro. Por eso tal vez he tenido tantos problemas para editar, porque he escrito exclusivamente lo que yo quería, lo que yo necesitaba expresar en un momento determinado –demonios interiores y exteriores incluidos-, no lo que pensaba que podía gustar o ser recibido de esta u otra manera.

Tu título puede clasificarse, si fuera necesaria tal clasificación, dentro de la novela histórica, un género muy maltratado… ¿buscas dignificar este género gracias a la elaboración de El Códice Purpúreo?

Eso de los géneros es un poco peliagudo porque siempre están en una especie de frontera donde se pueden convertir en subgéneros, es decir, en algo estereotipado, sujeto a unas exigencias que ahoguen la creatividad del autor. Para mí, la novela histórica, aunque esté sometida a una serie de convenciones, ha de buscar la más alta calidad estética. No se puede renunciar a un cierto nivel de calidad por acogerse a la etiqueta de “histórica”. Claro que luego te encuentras unos tochos en cartoné, con portadas ilustradas a lo Alma-Tadema, en rimeros de veinte volúmenes ocupando lugares privilegiados de las grandes superficies y es para echarse a temblar.

El libro está cargado de simbolismos y de reflexiones de índole filosófica, cuestión que permite asimilar o entender este título como un libro de lectura al uso –si me permites el término- al tiempo que puede actuar como manual filosófico. ¿Crees que dentro del panorama nacional hacen falta más títulos que además de apostar exclusivamente por la ficción también ofrezcan al lector la posibilidad de reflexionar?

Yo sólo he tratado de buscar información en los textos literarios de la época, con especial atención a las corrientes heréticas del cristianismo primitivo. Pero todo está en función de una historia, una narración, unas cosas que quiero contar. Como manual filosófico, no creo que sirva en absoluto.

En el panorama nacional lo que hace falta es que haya más editores que se atrevan a ofrecer ensayo a sus lectores, y no sólo lo hagan tres o cuatro editoriales señeras con una docena de intelectuales, casi los mismos desde hace veinte años. Hay que atreverse a publicar cosas que agarren por los hombros al lector y lo zarandee, le muestren los aspectos menos amables de esta sociedad en la que vivimos.

 

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