Los niños salvajes (Els nens salvatges, 2012) de Patricia Ferreira

 

Por Alejandro Molina

 

 

 

Sabrán, porque no paran de decirlo en los periódicos y los telediarios, que los jóvenes españoles de entre veinte y treinta años son una generación perdida. Las crisis económicas han pasado por encima de nosotros y han dinamitado nuestro futuro. Nadie cree en los jóvenes, y lo que es peor: los jóvenes no creen en sí mismos. Pocas cosas tan descorazonadoras como un joven que no tiene fe en el futuro.

 

De esta juventud perdida y desorientada, sin futuro ni ideales, habla la nueva película de Patricia Ferreira, que con un giro temático y de estilo que la diferencia de sus anteriores trabajos (Sé quién eres,El alquimista impaciente,Para que no me olvides), ha realizado el mejor film de su carrera, que le ha valido ser el gran triunfador del último Festival de Málaga (Mejor película, mejor guión, mejores actores secundarios). Su inteligente guión es una aguda y amarga disección del maltrecho sistema educativo español, pasando por los profesores y los padres pero centrándose en los alumnos. Su mirada es objetiva y fría, no juzga, tan sólo expone las actitudes de una serie de personajes descarnadamente reales sumidos en las leyes de una sociedad de consumo, falta de valores, desentendida de esa bomba a punto de explotar que se esconde tras su superficie acomodaticia.

 

Lo que vemos, entre el reconocimiento y el desasosiego, es una sociedad que parece condenada por sus propios vicios a perpetuar esta generación perdida. Los adolescentes protagonistas tienen quince años, son casi unos niños, pero tampoco ven un futuro ni creen en él, como tampoco creen en sus padres ni en esa sociedad que están llamados a formar y que tampoco cree en ellos ni les entiende. El trío de jóvenes actores protagonistas ofrece unas interpretaciones de una calidad y profundidad admirables, construyendo unos adolescentes muy reales, para nada maniqueos. Se enfrentan con insolente desamparo a esa sociedad que les ha tocado vivir, pero son tan pasivos y acomodaticios como sus padres, sin entender que éstos son a su vez otras víctimas. Ni unos ni otros hacen nada por mejorar, metidos en un irresoluble círculo vicioso. Ni unos ni otros son los malos de la película, pero tampoco son víctimas inocentes. Destacan Àlex Monner, entre la violencia contenida, la rabia y una rota ilusión infantil, y sobre todo Marina Comas con una interpretación sobria y natural pero de un perturbador magnetismo, sobretodo en su parte final, cercana al thriller policial. Demuestra que su premio Goya a la mejor actriz revelación por Pa Negre era merecido. Se les augura un brillante futuro a estos jóvenes, no así a sus personajes.

 

Estos jóvenes están secundados por un excelente plantel de grandes actores adultos, en su mayoría catalanes, de excelencia probada tanto en el cine como en el teatro: Francesc Orella, Emma Vilarasau, una magnífica Ana Fernández… Son profesores y padres tan perdidos y confusos como sus hijos, puede que más. Las interpretaciones de unos y otros, adultos y jóvenes, contribuyen de manera notable a ese tono cercano al documental que imprime la ágil y sabia dirección, inspirado sin tapujos en la más que interesante La clase, pero sin el optimismo final de aquélla. En este sentido naturalista, la escena de la reunión de profesores y la que ilustra el cartel de la película de los adolescentes pasando una tarde en la playa son excepcionales.

 

En su pretensión de ser un retrato generacional a la vez que un análisis preciso de la sociedad presente, el film se alza no sólo como una nueva muestra de la buena salud de la cinematografía catalana, sino también como una de las mejores películas que el cine español ha dado sobre la juventud.

 

 

Tráiler:

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