La Italia eslava

 

Por Raúl Fernández de la Rosa

 

En Italia existe un lugar en el cual el mar se introduce en Europa. Es ciudad de encuentro entre la cultura latina, la eslava y la germánica. Oriente y Occidente se tocan en Trieste. La historia de esta ciudad, su multiculturalismo, nos alcanza como si fuera una arquitectura del humo.

La verde montaña cae en picado frente al mar, arrodillándose ante él, y la arquitectura de los diversos siglos y culturas toma símbolo en su catedral, en Il Colle di San Giusto. Catedral del siglo XIV, construida aprovechando los restos de ruinas romanas, paleocristianas y medievales; bajo ella está el puerto que otrora fue el más importante del imperio Austriaco.

Es la capital de Friuli-Venezia Giulia. Con ese nombre no es de extrañar que encontremos canales a los cuales se les permitió vagar a la vista. Como vagaba un joven de lengua alemana nacido en estas tierras. Ese joven de otro tiempo dejó un nombre ligado a la realidad del lugar, Italo Svevo.

No es extraño escuchar alemán por la zona, pero cabe decir que no es esta la parte alemana de Italia. Pues como dice el pseudónimo definitorio, es la Italia eslava. El esloveno no es la lengua mayoritaria de la ciudad, pero sí de muchas localidades circundantes; en Trieste abunda el dialecto triestino, que forma parte de la lengua véneta. Queda claro que la amalgama de culturas sigue presente como humo.

Así que será inevitable, entre café y café –famosas son sus degustaciones en los cafés triestinos- y un castillo que mira al mar, dejarse ahumar por las corrientes culturales que desembocan en este anfiteatro natural. ¿Cuántas veces habrá pensado en dejar de fumar Claudio Magris en el Caffè di San Marco? Tantas como Joyce o Rilke ante la mirada de un italiano Svevo en un día sabático.