La percepción estética de las vacas

 

La percepción estética de las vacas. Julia Otxoa. Relato corto publicado en Un extraño envío. Editorial Menoscuarto. 168 páginas. 13 €.

 

A veces no es preciso salir de casa para viajar, esto es algo que descubrí hace un par de años, cuando movida por el interés de conocer la obra literaria del escritor catalán Quim Monzó, decidí comprarme uno de sus libros, el azar quiso que cuando revisaba entre las estanterías de la librería mis ojos dieran de pronto con uno de ellos “El porqué de las cosas», se trataba de uno de sus libros de relatos, pero lo que primero llamó mi atención fue su portada, lo compré de inmediato.

 

Me fui a casa con él debajo del brazo, como quien ha encontrado de pronto un tesoro y teme que alguien se lo robe y apura el paso para ponerlo en lugar seguro.

 

Una vez sentada confortablemente frente a la mesa de mi estudio, contemplé de nuevo la portada, en ella se reproducía el cuadro “ El test del ojo inocente” del pintor Mark Tansey, el pie de foto indicaba que el cuadro pertenecía al Metropolitan Museum de Nueva York. “El test del ojo inocente” es un cuadro con otro cuadro en su interior, en la escena, Mark Tansey incluye en el extremo izquierdo tres solemnes caballeros rigurosamente vestidos de negro, que miran con curiosidad a una vaca que a su vez mira curiosa un cuadro de gran tamaño, en él dos vacas descansan tranquilamente bajo un árbol, uno de aquellos solemnes caballeros sostiene el cuadro por la izquierda, mientras que otro lo hace por la parte derecha, a éste le acompañan otros dos caballeros uno de ellos vestido con gafas y bata blanca que anota algo en un cuaderno rojo.

 

Todo esto forma parte de un experimento que se hizo en 1970 en el Metropolitan Museum de Nueva York al que tuve el honor de asistir. Se trataba de observar la reacción de una vaca ante el cuadro “Descansando” del pintor Tom Allerton que como ya he dicho reflejaba la tranquilidad de un par de vacas descansando bajo un árbol.

 

El comportamiento de la vaca se reflejaría en un informe que trataba de analizar la percepción estética del ganado vacuno dentro de un museo.

 

Yo había sido invitada por uno de los veterinarios a quien conocía desde hace años y que formaba parte junto con sus colegas psicólogos y técnicos de museos de aquel experimento. Mi amigo veterinario suponía que en mi calidad de escritora lo inaudito del hecho podría interesarme. Y desde luego así fue, el día de autos acudí puntual a la cita en la segunda planta del Metropolitan Museum de Nueva York, donde pude encontrar a una vaca pinta de esas de piel blanca con grandes manchas negras, observando el cuadro “Descansando” de Tom Allerton, por lo demás la composición de la escena ya la conocen ustedes, tres caballeros por el extremo izquierdo y otros tres por el derecho etc.etc, pero eso no es todo, la portada del libro de relatos de Quim Monzó “El porqué de las cosas” tan solo refleja algo así como un fugaz instante congelado, ése concretamente que transcurre en los primeros minutos del experimento, cuando todavía la vaca sumida en el estupor de encontrarse en un museo rodeada de señores de negro que la observan muy serios contempla a sus otras dos colegas pintadas en el cuadro de Allerton, sin embargo el informe posterior del experimento constataba que si bien en los primeros minutos la vaca se comportó como se esperaba, no tardó en desarrollar lo que en términos de psicología animal se denomina como “comportamiento inestable”.Yo, que fui testigo de todo ello pude ver efectivamente como la vaca pasados los primeros instantes de desconcierto, avanzó unos pasos hacia el cuadro, lamió hasta tres veces la imagen de una de las vacas, y de inmediato, tal vez debido al amargo sabor que tal actuación supuso para su paladar o bien debido al estado nervioso en el que sin duda se encontraba, obsequió a aquellos señores de negro que en aquellos momentos la observaban con una humeante boñiga que fue a estrellarse contra el inmaculado suelo.

 

Todo esto precipitó considerablemente el curso del experimento, ya que veterinarios y técnicos museísticos no se pusieron de acuerdo en el porqué de aquel inesperado comportamiento vacuno. Mientras unos decían que sin duda alguna la emoción por la percepción del cuadro de Tom Allerton había originado aquella maloliente circunstancia, otros sostenían que tan sólo el desconcierto de hallarse en un lugar tan diferente a su habitual establo había movilizado sus intestinos. A partir de entonces todos aquellos solemnes caballeros vestidos de negro que sostenían el cuadro y observaban la reacción de la vaca, sacaron sus pañuelos y se los apretaron contra la nariz para evitar la tufarada que exhalaban aquellos excrementos vacunos. El informe posterior dijo que las conclusiones lejos de arrojar alguna claridad sobre “La posible percepción estética de las vacas” sumergían a veterinarios, técnicos de museos y especialistas en estética animal en una gran zozobra, ya que el experimento realizado con seis vacas diferentes en distintas épocas del año, y dado que a todas ellas sin excepción alguna se les habían trastocado los intestinos ante la observación del cuadro de Allerton, cabía preguntarse si era la emoción estética la que agitaba internamente su organismo o si por el contrario era el estado nervioso de extrañamiento ante lo desconocido lo que las trastornaba hasta ese extremo.

 

Pasados algunos días yo tuve que regresar a Salamanca, no obstante en los años posteriores y a través de la correspondencia que mantuve con mi amigo el veterinario pude informarme de la evolución del experimento, éste fue creciendo en colaboradores, extendiéndose su interés a otros especialistas que venían de otras disciplinas como la filosofía, la pedagogía o la sociología, hasta el punto que lo que comenzó como curiosidad científica de un grupo de veterinarios neoyorkinos se convirtió pronto en una potente organización internacional que albergaba prácticamente todas las ramas del pensamiento alrededor de un único tema, el estudio de la posible percepción estética del ganado vacuno.

 

Por lo que sé de todo ello, dicho estudio genera al año abundantes congresos por los distintos estados americanos, existiendo además una amplia bibliografía cada vez más demandada por universidades y centros de arte.

 

En fin, comenzaba este texto diciendo que a veces no es preciso salir de casa para viajar, y así es, la portada del libro de Quim Monzó me hizo viajar no sin cierta nostalgia hacia aquel Nueva York de 1970 donde yo, joven escritora ávida de material para mis relatos, fui asombrada testigo del primer experimento estético con una vaca americana.

 

Por cierto, dado que vivimos en un mundo convulso y que viajar se está poniendo cada vez más peligroso, les aconsejo que si quieren hacerlo, cojan un libro al azar de su biblioteca y si no tienen ninguno, bajen a la librería más próxima y compren el que más les guste, deténganse primero en lo que les sugiere su portada y déjense llevar hacia el lugar que sus recuerdos designen, luego claro está léanse el libro, como hice yo con el de Quim Monzó que satisfizo plenamente mis expectativas sobre la alta calidad literaria de su autor. Además, créanme, si siguen mi consejo, con este método de viaje, pronto se harán con una buena y variada biblioteca.

 

Ya ven que sencilla es la posibilidad de viajar por el interior de nuestra mente sin peligro alguno de aviones, autopistas abarrotadas, o conductores imprudentes. Esto no solo lo digo yo, ya lo decía hace siglos el gran Leonardo da Vinci, cuando a través de las manchas que veía en los desconchados muros que rodeaban la calle donde vivía en Florencia, evocaba universos maravillosos de paisajes, animales, y grandes naves surcando los océanos.

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