«Cuentos de los días raros», de José María Merino

Por Ramón Esteban Medina

 

La primera vez que leí a Merino, lo estropeó todo que yo tuviese unos principios irrenunciables y un afán de estilo muy marcados; vamos, el típico error de principiante. También aportó su granito de arena comprender lo hermético que podía ser el mundillo literario en el que pretendía hacerme un hueco. Todo el mundo tiene una opinión pedante y abstrusa de la novela; pero, en el extremo opuesto, nadie tiene un buen concepto de un cuento. Un cuento parece ser una minucia literaria. El cuento es el vecino con el que nunca hablas.

Con éstas premisas, es imposible llegar a entender que un cuento tiene su propio desbroce de los caminos narrativos. También que la desatención ha hecho que el cuento se quede en un nicho literario – miento sólo un poquito, porque hay grandes cuentistas que han dado avances apabullantes a la evolución del cuento, como Perucho y Cunqueiro, mis ídolos -, pero el cuento de estantería, el cuento de Metro es el hijo atrofiado de una confusión.

El error en concreto es confundir los géneros anglosajones tradicionales de tale, short story y novella. Tale es el cuento tradicional/oral, digamos, los tres cerditos; short story es un cuento literario, como los de Poe o Chejov; y novella es un híbrido entre novela corta y cuento largo, muy de moda entre los escritores de la segunda modernidad americana, los grandes literatos de los que los escritores de hoy se consideran hijos.

 

Volví a Los cuentos de los días raros porque es el libro de Merino mejor considerado. 

La primera impresión que había tenido al leerlo había sido de parquedad, pero la segunda impresión, más reflexiva y escarmentada, fue de concisión. Noté enseguida que entraba en un ámbito de precisión muy estricto. Casi militar. Es verdad que no quiero, después de haberlo leído con detenimiento, tomar nada de su estilo; pero valoro su capacidad para crear un universo inconstante y caprichoso perfectamente integrado en la teoría de la relatividad o ese transcurrir silencioso de la vida rutinaria que dominan su escritura.

El cuento es hijo de la modernidad y como tal no escapa a su influencia. El cuento nace, como entiende Merino, de la trenza de dos corrientes muy poderosas: lo que vemos y lo que intuimos. Merino nos muestra lo que podemos ver y nos deja caer lo que podemos intuir.

Como se puede leer en Merino, el cuento juega con la frustración de la irrealización personal porque, de lo contrario, no problematizaría, y la ausencia de adversidades destruye el interés narrativo. El cuento es nudo: el nudo es el hábitat natural del contraste y la conjunción adversativa.

Merino y el cuento se mueven en la segunda definición del heimlich freudiano. Ese nuevo heimlich es el gran descubrimiento literario del psicoanálisis, abarca lo que nos parece cotidiano en una impresión superficial para descubrirnos que no lo es, que sólo lo aparenta. El público general lo conoce por el nombre de Lo Siniestro y es el virus que contagia los sextos sentidos, los malos rollos o los presentimientos.

Llevándolo a la tradición literaria de Poe, es fácil darse cuenta de que el elemento más importante del relato, muy por encima de cualquier otro, es la conclusión. Evitar cualquier otro elemento del relato es primordial si lo que buscamos es hueco para preparar la gran traca final: ni personajes, ni trasfondo, ni costumbres locales: corta y aplana, porque todos los elementos que jueguen dentro del texto son estructurales. Aglutina, ingéniatelas si quieres dar un sabor o un trasfondo al relato, para eso vale el talento. 

Por último, está el clímax que puede ser cualquier cosa menos previsible y cotidiano. La clave aquí es el efecto. Volviendo a Merino y hacia atrás en el texto, el efecto que busca es la confirmación de la duda; es decir, reafirmar la inconcreción que las expectativas proponían porque con ello se ubica el género gracias al propósito de cada una de sus partes. Se ve más claro desde el punto de vista opuesto: Un relato policíaco reuniría los hechos relatados, les daría coherencia y una conclusión que burlase las expectativas del lector. Un relato fantástico burla los hechos para confirmar todas las expectativas. Solución diametral; mismo resultado. Éste es el núcleo duro de las dos corrientes principales de la narrativa de género.

Es fácil disfrazar un relato fantástico de relato policíaco. Lo difícil es establecer lo fantástico como clímax absoluto de tu relato. Esto es lo que me ha fascinado de Merino desde que acepté su escritura. No puedo evitar comparar, hombro con hombro, su capacidad evocadora de lo sobrenatural con la mía cada vez que escribo, y, por suerte para mí, aún queda un buen trecho literario del que sorprenderme.

 

2 thoughts on “«Cuentos de los días raros», de José María Merino

  • el 8 diciembre, 2013 a las 7:52 pm
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    Me duele la cara de ser tan sexy!!!!!

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  • el 8 diciembre, 2013 a las 7:53 pm
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    Me duelee la cara de ser tan seexy!!!!!!!!

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